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A 95 años de Bukowski, los perdedores también tienen la palabra…

Por Revista Cultura y Tendencias | 17 Agosto, 2015 - 11:16
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En medio de una adolescencia compleja, con una vida llena de violencia intrafamiliar, el escritor de los perdedores encuentra dos refugios contradictorios y extrañamente potentes: el alcohol y la biblioteca estatal.

Lo que no pudo ni el alcohol, ni la cesantía, ni la vagancia, ni la vida paupérrima de la primera parte de su existencia, sí lo pudo la leucemia que un dia de marzo de 1994 le provocó una letal neumonía, cuando el autor de “Factotum” había aquilatado la monogamia (gracias al amor de Linda, una mujer treinta años menor que él), había centrado sus gustos etílicos (abandonando los licores baratos por el vino blanco del Rhin) y había encontrado un atractivo mercado editorial que le daba un pasar tranquilo (“he publicado sólo en editoriales pequeñas porque no quiero forrarme en plata, sólo quiero vivir cómodo, sin hacerme rico, odio a los ricos”, escribió).

Antes de todo eso, la vida de Hank estaba destinada al fracaso y al absoluto anonimato. Nació en la ciudad alemana de Andernach el 16 de agosto de 1920, mientras su padre cumplía labores en el ejército estadounidense, pero a los dos años su familia se trasladó nuevamente a tierras gringas, a la ciudad de Los Ángeles, y la situación comenzó a ponerse muy dura en la medida que crecía.

Con un padre afectado por la presión social que no soportó, obsesionado por aparentar, la violencia se enquistaba día a día en su hogar. Charles recibía palizas por los motivos más diversos e insignificantes, lo que fue convirtiéndose en un paisaje demasiado cotidiano, mientras su madre sólo observaba y asentía.

“Él odia toda su vida a su padre y a su madre le pierde tempranamente el respeto”, anota el principal biógrafo bukowskiano, Howard Sounes.

Llevado a sus ideas como lo fue siempre, Charles encuentra dos refugios contradictorios y extrañamente potentes: el alcohol y la biblioteca estatal. El primero le da valor para soportar su entorno y la segunda le abre las perspectivas, le hace mantener una esperanza de que posiblemente hay otro  camino por recorrer.

A estos dos aspectos,  Bukowski agrega un tercero: el cinismo. Su literatura cruda y de estética poco pulcra es, sin embargo, una lírica de la hipocresía como respuesta crítica y como receta para sobrevivir en un sistema que no hace más que oprimir.

La primera parte de su vida es patética. Bebe desde los quince años, realiza los más variados e impíos trabajos y, más aún, sufre un rebelde acné que le perfora la cara y le proporciona un aspecto que no logra alejarse del prototipo del marginal, lo que pone otra barrera a sus relaciones sociales.

En medio de todo, sus lecturas le permiten encontrar un nuevo enemigo, pero esta vez se estimula a enfrentarlo. Es la comodidad de los que, para él, escriben “desde arriba”.

Las cosas cambian cuando conoce al editor John Martin, quien –luego de verlo padecer por años como repartidor de cartas y de conocer la historia de esa úlcera sangrante que casi lo mata a los 35 años- le ofrece un salario estable si dedica su jornada completa –además de beber y fornicar- a escribir, trato que Charles no piensa dos veces, teniendo ya más de 40 años.

De sus atestados armarios, de los repelentes rincones de su pieza, comenzaron a ordenarse las hojas revueltas de poemas y relatos que hablaban sin pudores, con ironía y humor, con crudeza y sin muchos sinónimos elegantes, de la vida real de los marginales, con un lenguaje que no ocultó nunca el alcoholismo del cual surgían ni el nihilismo que los inspiraban, revelando el reverso de ese Los Ángeles lujoso y turístico, que resumía también ese país de cartón piedra que se construye bajo el eslogan del "american way life".

Así, a pesar de todo, llega de manera milagrosa la segunda parte de su vida, en la que Bukowski no sólo agradece haber sobrevivido, sino que agradece la existencia que le tocó pasar. “No has vivido/ hasta no haber estado/ en una pensión de mala muerte/ con nada más que una ampolleta/ y 56 hombres apretujados en catres/ y todo el mundo roncando a la vez”, anota en un verso.

En la medianía del camino entre los 40 y los 50 comienza, al fin, a vivir de la literatura, tal como lo soñó las miles de veces que se durmió en la hediondez de los asquerosos tragos que podía comprar o en medio de sus propios flujos internos.

El responsable de que la narrativa de Bukowski se conozca en español es el dueño y editor del sello catalán Anagrama, Jorge Herralde, quien cuenta que de todo el tiempo que estuvo con vida publicando en español (casi diecisiete años), sólo lo vio una vez, cuando el escritor tenía una vida más apaciguada.

“Su última mujer lo cuidaba mucho, lo tenía muy delgado, limpio y aseado, nada que ver con sus fotos más conocidas. Acababa de cumplir 60 años”, recuerda.

"Publiqué 'La máquina de follar', 'Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones' y 'Escritos de un viejo indecente' en 1978 y resultaron un revulsivo considerable en aquella época en la que aún perduraban los ecos de la explosión libertaria de los primeros años del posfranquismo”, comenta Herralde en un artículo de prensa.

Y es que la literatura de Bukowski  habla del desencanto, de seres imbuídos de alcohol y excesos, mecanizados por la hipocresía social como método de susbsistencia, con atmósferas que privilegian la vorágine de las acciones cotidianas en donde la reflexión no tiene espacios. “Simplemente, las cosas ocurren”, escribe el propio Hank.

Y, claro, pocos pueden ver en medio del vino derramado en las mesas y en el suelo, en medio de los vómitos de los rincones o de la orina que se escurre entre los pantalones de borrachos, la belleza o la poesía que subsiste en esos escritos.

Aunque nunca quiso salir físicamente de la ciudad de San Pedro, el puerto de Los Ángeles, Bukowski alcanzó finalmente el reconocimiento fuera de sus fronteras, especialmente en Europa (de hecho, en su ciudad natal alemana fue nombrado Hijo Ilustre) y en América Latina, donde no sólo tiene buenos seguidores de su estética (como el cubano Pedro Juan Gutiérrez o el colombiano Fernando Vallejo), sino que -hay que reconocerlo- un ejército de plagiadores.

A pesar de sus ripios, a pesar de sus miserias, Bukowski es un ejemplo de que los perdedores también tienen la palabra. Como el mismo lo resumió en un poema: “Estoy muerto, aunque sé que la muerte no es así”…

 

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