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Cuando los rusos le vendieron Alaska a Estados Unidos

Por Deutsche Welle | 4 Abril, 2017 - 12:26
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Hace 150 años, el zar Alejandro II vendió por un precio irrisorio un territorio que después demostró valer su peso en oro.

El 30 de marzo de 1867, Alaska se convirtió en territorio estadounidense. Tras varias semanas de negociaciones y un precio de compra de US$ 7,2 millones -ridículo si se tienen en cuenta los sustanciosos beneficios que después dio el lugar- los rusos se deshicieron de una superficie casi cinco veces más grande que Alemania.
 
"Su Majestad, el zar de Rusia, se declara dispuesto a dejar a Estados Unidos todas las áreas del continente americano y las islas adyacentes, que hasta ahora eran de su propiedad”. Así comienza el artículo 1 del contrato de compra-venta entre ambas partes, un acuerdo que no fue saludado con gusto ni por la opinión pública rusa, ni por la estadounidense, ni por los propios habitantes del lugar.
 
A estos se les dio la posibilidad de volver a lo largo de los tres años siguientes a Rusia o de hacerse ciudadanos estadounidenses. Pero esta opción no valía para los indígenas, que fueron descritos en el contrato como miembros de "tribus no civilizadas”, para quienes aplicaban reglas distintas. Hoy día hay organizaciones que luchan por los derechos de la población indígena, pero aún persiste en ella el doloroso recuerdo de haber sido denigrada en aquel acuerdo.
 
 
El artífice de las negociaciones por el lado americano fue el entonces secretario de Estado William Seward. "Seward fue un increíble visionario”, dice la historiadora Orienne First Denslow a la emisora alemana Deutschlandfunk. "Aunque nunca estuvo en Alaska, se dio cuenta de la importancia que aquel pedazo de tierra tendría para EE.UU. Seward fue la figura clave para la firma del traspaso el 30 de marzo de 1867”, asegura.
 
Pero ¿por qué Rusia decidió desprenderse de Alaska? Cien años antes de su venta, los comerciantes siberianos comenzaron a buscar allí pieles de animales. A veces lo hacían en colaborando con los indígenas de la región, los aleutianos, los tlingit y los inuit, que sabían dónde localizar focas de mar y nutrias, pero en ocasiones tenían que luchar contra los habitantes de aquellos pueblos, que utilizaban los animales para satisfacer su propia necesidad. Llegó a fundarse incluso una sociedad comercial ruso americana para gestionar el negocio e incrementar los beneficios. Al principio funcionó muy bien, pero después quebró.
 
"Se llegó a la conclusión en aquel entonces de que no merecía la pena la inversión de recursos y esfuerzos en aquel negocio, porque las ganancias con las pieles eran cada vez más bajas”, explica a Deutschlandfunk la historiadora Gertrud Pickhan. "Cada vez había menos focas, la región ya no daba ganancias y Rusia necesitaba divisas”, dice.
 
 
Divisas que el país precisaba para impulsar la construcción del ferrocarril. Además, Rusia se encontraba debilitada por la guerra de Crimea, que había perdido contra el imperio otomano, Francia y Reino Unido. "Creo que los rusos pensaban que no iban a poder defender Alaska tras la guerra de Crimea si Reino Unido o Estados Unidos hubieran tenido intención de hacerse con el territorio. Y ese fue el motivo para tomar la decisión de venderlo”, explica Pickhan.
 
Los pueblos indígenas de Alaska guardan un recuerdo más grato de los rusos que de los estadounidenses. "Los rusos nos ayudaron con nuestras lenguas, teníamos imprentas, libros y escuelas. Nuestros habitantes leían y escribían tanto en ruso como en lengua indígena. Cuando las autoridades americanas tomaron posesión de Alaska, impusieron el inglés como lengua única. Estaban obsesionados con que solo hubiera una lengua, querían expulsar a los rusos y a los indígenas”, dicen sus representantes.
 
La visión estadounidense, por el contrario, es muy distinta. Su relato es el de los valientes aventureros que doblegaron las fuerzas de la naturaleza ya sea en la búsqueda de oro a finales del siglo XIX o en la extracción de petróleo en la década de los 70. Hoy día, la región tiene además una importancia estratégica, para desconsuelo de algunos nacionalistas rusos, que quisieran revertir aquella venta de 1867.