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Eduardo Carrasco, fundador de Quilapayún, sobre el caso Víctor Jara: "Cuando la justicia llega tarde, se parece mucho a la injusticia"

Por Claudio Pereda Madrid | 24 Abril, 2015 - 16:24
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Un concierto gratuito y masivo frente al palacio de La Moneda este sábado 25 de abril es la cara visible de la celebración por 50 años del grupo. A ello, el grupo suma presentaciones en América Latina y la renovación de su catálogo a cdś y vinilos.

Quilapayún significa en mapudungún "tres barbas", lo que recuerda a los fundadores del conjunto: los hermanos Julio y Eduardo Carrasco y Julio Numhauser, siempre ataviados de frondosas barbas propias de la estética de izquierda a finales de los años 60.

"Creemos que somos parte de la historia de Chile y por eso hacemos una propuesta de celebración masiva, para que participen todos los que quieran", explica Eduardo Carrasco, fundador y director del grupo chileno, que se dispone a celebrar con un concierto gratuito en la Plaza de la Constitución, frente a la casa de gobierno, sus 50 años el día sábado 25 de abril.

De sonido y presencia solemnes, la dirección artística queda a cargo de Víctor Jara desde la fundación en 1965, quien subraya en el grupo un metodología rigurosa en su desarrollo musical. Todo ese trabajo rinde, primero, compromiso con el proceso sociopolítico de Chile y la región y, luego, se abre a nuevas perspectivas estéticas y líricas, no abandonando la metodología y el rigor.

El concierto es, en rigor, el puntapié inicial de un año lleno de hitos en una trayectoria marcada por el compromiso con los procesos de Chile y América Latina, aportando con temas emblemáticos como "El pueblo unido", "Cantata Santa María de Iquique", "La muralla" y "La batea" a las diversas dinámicas sociales del continente.

Dentro de las actividades por el aniversario, el conjunto incluye una gira por las principales ciudades del país y en los barrios más populares de Santiago, sumando también presentaciones en América Latina, en donde ya hay fechas comprometidas en Colombia, Ecuador, Argentina y México. A eso se suma la presentación en el Festival Europeo de Música, en España.

A ello se suma que durante el año el grupo recupera su catálogo clásico en CD y vinilo, incluyendo títulos históricos como "Basta", "Vietnam" y "Cantata Santa María de Iquique", entre otros.

Carrasco también aborda la disputa que dos ex integrantes del grupo le han puesto por el nombre y las obras en Europa y en Chile.  "Ellos no pueden funcionar como Quilapayún en ninguna parte del mundo, han perdido todos los juicios. Sin embargo, en Chile aún no sale la resolución, en un proceso larguísimo y que ya parece denegación de justicia, por lo que ellos hacen uso de ese vacío", explica.

- Uno de los hitos en su trayectoria está el haber trabajado desde sus orígenes con Víctor Jara. ¿Cuáles fueron las principales claves qen la metodología que él desarrolló con ustedes?

- Víctor en esa época era uno de los directores de teatro más exitosos en el país. Pertenecía a la Universidad de Chile, que fue donde estudió dirección teatral, teniendo a su cargo montajes muy exitosos. Definitivamente en esos momentos era más un director que un compositor. Por supuesto, siempre estaba haciendo discos y canciones, pero su vocación principal creo que siempre fue el teatro.

Eso hizo que la actividad con el conjunto él la planteara en parte desde ese punto de vista. Nuestras presentaciones eran realmente una puesta en escena, concepto que fue completamente original para esos tiempos. Creo que fue uno de los aspectos principales en el éxito del grupo. Éramos muy rigurosos en nuestro trabajo, en nuestra presentación, la iluminación, los movimientos, lo que hablábamos en el escenario, quién lo decía, cómo se decía.

Era un mecanismo estudiado en que se abría el telón y funcionaba. Lo trabajamos con las mismas herramientas y disciplina del teatro, por ejemplo, la concentración, el silencio, el manejo de los tiempos, las narrativas. Y eso fue una constante en el grupo, gracias a Víctor. Luego, en nuestro exilio en Francia, nos tocó trabajar con otro director talentoso como Daniel Mesguich, aspecto que profundizó esa forma que habíamos conocido con Víctor.

- ¿Y cómo toma la información que uno de los principales responsables de su muerte pueda ser, finalmente, juzgado en Estados Unidos, en donde se encuentra?

- A mí este hecho me da mucha pena. Llega tarde. Y cuando la justicia llega tarde, se parece mucho a la injusticia. ¿Por qué hemos tenido que esperar tantos años para que recién hoy comience a haber una esperanza de que condenen a los culpables?...

Cuando pensamos que Victor fue asesinado con 42 balas después de ser brutalmente torturado, esta justicia se parece mucho a una burla. No niego su importancia. Sólo digo que muy poco mitiga el dolor de los que hemos llorado la muerte de Víctor, en primer lugar Joan y sus hijas. Por culpa de esta larga impunidad, seguiremos teniendo una deuda con Víctor. No alcanzará el tiempo para que los asesinos paguen por su crimen. Tendremos que imaginarnos un infierno en el que estos monstruos expíen verdaderamente sus culpas, porque en este mundo eso ya no será posible.

- Sin duda que ustedes son un grupo icónico de la Unidad Popular, del gobierno de Salvador Allende. Mirando hacia atrás, ¿cómo observa ese período?

- Nuestro compromiso con el gobierno de Salvador Allende fue muy intenso, participamos en todo lo que nos fue posible desde nuestra postura de artistas. Fue un momento de mucha ebullición cultural que nos entusiasmó profundamente. De ese período surgen canciones contingentes, que buscaban hacer frente a lo que vivíamos en esa época en que los grandes medios eran totalmente contrarios al gobierno. Y nosotros, con las herramientas que teníamos, tratamos de contrarrestar esa realidad. Las canciones buscaban ilustrar respuestas a lo que estaba pasando. Pero era una línea de trabajo, una faceta, que corría paralela a una dinámica más profunda hacia la identidad latinoamericana. “La Cantata de Santa María”, por ejemplo, es una muestra muy clara de esa búsqueda. Creo que los años de la Unidad Popular fueron muy ricos para nosotros en cuanto a la manera de trabajar y, claro, en nuestro compromiso social.

¿Y qué es lo que se produce en los años posteriores, ya en el exilio, que el grupo gradualmente va pasando desde la revolución a las estrellas?

Nos enfrentamos a una realidad nueva: el exilio en Francia. Ahí era el lugar en el que íbamos a vivir a partir de ese momento. Y debimos entender rápidamente las exigencias que el público francés, en particular, y el europeo, en general, le pide a sus artistas. Lo que allá se llama “carrera de prestigio” nos llevó a integrar a nuestra forma de trabajar otras facetas artísticas. Entender más el espectáculo, saber que tienes que estar renovándote permanentemente.

Con esto nuestra dinámica se sofisticó mucho, con una intensa profundización del trabajo musical que desarrollamos junto a Sergio Ortega, Gustavo Becerra y Juan Orrego Salas. Desde lo artístico, la propuesta se elaboró mucho más. Y la faceta contingente fue quedando un poco atrás. Esta opción que tomamos nos significó mantenernos en primera línea durante quince años, en un ambiente artístico muy competitivo. Ahora, eso mismo fue un tema cuando pudimos volver a Chile. La gente tuvo que vernos con otros ojos para poder entendernos.

Todo ese proceso se dio en medio de una discusión política muy fuerte, en el que se analizaban las causas del golpe militar, las responsabilidades que hubo, cuestionamientos que también se dieron en el sector comunista, que era el nuestro. Básicamente, habían dos grupos: los eurocomunistas y los estalinistas. El partido estaba dirigido por la segunda línea. Nosotros nos comenzamos a identificar más con la primera. Eso nos implica un enfrentamiento con los dirigentes y nuestro posterior rompimiento con el PC.

Paralelo a todo eso, hubo muchos descubrimientos por parte nuestra. Por ejemplo, la postura política del surrealismo ante el rol del arte en la sociedad. El pintor chileno Roberto Matta fue clave en eso. Y desde entender el arte al servicio de la revolución pasamos a ver el asunto totalmente al revés. Una revolución al servicio del arte. No tienen sentido los cambios sociales que sólo tienen en vista los aspectos económicos del ser humano: claro que es importante salir de la pobreza, pero si no se avanza también en lo espiritual, en tu relación con el entorno, me parece que no se aprende nada. Se tiene el estómago más lleno, pero el alma vacía.

- En el tema “Luz negra”, que pertenece a esta etapa, hay una frase muy decidora en ese sentido: “Y busco mi país donde los hombres/ se asignen el deber de la sonrisa/ y busquen en el mar de lo invisible/ la más pura razón en esta vida”…

- Efectivamente. Es que si la política sólo es contingencia, olvida los otros intereses del ser humano. Las personas tienen esperanzas más lejanas que también requieren respuestas. La revolución tiene que nutrirse de eso y entregar alternativas, porque si se quiere cambiar la sociedad también se hace con el arte, el pensamiento y la creación.

Cuando planteamos la idea de la revolución y las estrellas buscamos completar ese cuadro. Si se entiende la revolución sólo como lucha de clases, o como nosotros mismos cantábamos “que los ricos coman pan y los pobres mierda, mierda”, entonces no se entiende el problema en toda su dimensión. Por eso nos gustó la respuesta que tenía Roberto Matta.

Él le llamaba a esta forma de entender la revolución como “la guerrilla interior”. Todo eso nos llevó a separamos del Partido Comunista, optando por esta otra vía. Fue algo difícil. Imagínate, antes igual contábamos con un apoyo estructural que nos facilitaba ciertas cosas en el exilio. Al romper con el PC debimos mostrarnos con nuestro propio valor artístico. Como decía Matta, la lucha no sólo era contra el Pinochet que gobernaba, también era contra el Pinochet que llevamos dentro. Y esa lucha continúa, en todo caso. Porque el pinochetismo es también el machismo, las miradas conservadoras, el miedo.

- La actitud que plantean también se relaciona con un estado que puede parecerse a la desilusión. Y en su libro “La revolución y las estrellas”, usted señala que la desilusión es un mecanismo que ayuda a entusiasmarse, pero con ciertos cuidados…

- Sí, efectivamente. Cuando vives una experiencia y sacas las conclusiones de ella, debes entender bien qué ocurrió. Nosotros vivimos un golpe militar, asesinatos, torturas, violencia, algo muy fuerte pasó ahí. Algo se hizo mal. Nosotros mismos nos ilusionamos con conceptos muy idealistas. Cuando se pone el ideal sobre la realidad no es un buen camino. Se debe luchar siempre por un estado mejor de las cosas, pero los que no piensan como uno también tienen razón. Nicanor Parra lo resume: “La izquierda y la derecha unida jamás serán vencidas”. O sea, hay que dar una lucha. Pero lo que salga de esa disputa no puede ser que yo te domine a tí o que tú me domines a mí. Para que sea una lucha fructífera tiene que haber una síntesis. Los planteamientos extremistas están equivocados.

Empezamos a ver la lucha de clases como un deporte. Está bien, vamos a dar la lucha. Pero con una cuota de lucidez y escepticismo. Se podría llamar incluso un escepticismo romántico. O sea, hay una distancia, pero también un compromiso. Ser capaz de mirar tu causa de frente y relativizarla. No caer en el fanatismo. La obligación es un absurdo. No se puede obligar a nadie a nada.

¿Por qué cree que en los grupos que tuvieron esta experiencia del exilio, que pasaron por experiencias tan intensas, hoy están en medio de disputas legales por el nombre, las obras, existen versiones distintas de los conjuntos en Chile y en Europa?. Llama la atención lo que pasa con ustedes, con Inti Illimani o las disputas que de vez en cuando surgen en Illapu. ¿Hay alguna razón en común a esta situación?

- Creo que son cuestiones complejas y no se pueden asimilar juntas. Si realmente se quiere tomar en serio este tema, me parece que lo mejor es verlo caso por caso. Son distintos. En el nuestro, lo que ocurre se relaciona con los cambios de época y cómo las personas enfrentan esos cambios, en sintonía con lo que estábamos conversando. Una manera de reaccionar ante los cambios es con una desilusión cínica, esa que bota todo lo que creyó y ahora no cree en nada. Pasar a ser un nihilista y un cínico.

Totalmente contrario a lo que hemos querido hacer en el grupo: observar los ideales con lucidez. Siempre hay maneras de recuperar la memoria y el pasado, eso noble por lo que luchaste, aunque la historia te haya demostrado que estuviste en parte equivocado.

En el caso del Quilapayún estas conmociones generaron reacciones distintas. En medio de nosotros surgieron formas de pensar que considero monstruosas. Como esta idea de pensar que “esto que hice es mío y lo inscribo a mi nombre”, pasando a llevar todo el proceso de creación colectivo que hubo en lo que se hizo. Se termina de la noche a la mañana con la idea del grupo igualitario, que se distribuye todo en partes iguales. Ahora como yo soy el que va a inscribir esto me quedo con una parte mayor, transformando la raíz de un grupo con intereses comunes. Como decía Carlos Quezada, resumiendo la situación, lo que se buscaba era que de ser el 100% del grupo, pasáramos a ser el 0,7%. Ese procedimiento sí que no tiene nada que ver con las lógicas del conjunto.

Por eso nos reagrupamos el año 2003, para recuperar esta historia y seguir proyectando el legado de Quilapayún. Tuvimos que entrar en disputas legales y las hemos ganado todas, salvo en Chile en que el proceso se ha extendido durante mucho tiempo. Rodolfo Parada y Patricio Wang, los ex integrantes que nos disputan el nombre, no pueden funcionar como Quilapayún en ninguna parte del mundo.

Pero como en Chile aún no sale la resolución, en un proceso larguísimo y que ya parece denegación de justicia, ellos hacen uso de ese vacío. Incluso se acercan al Partido Comunista y le piden apoyo, que en el fondo es decirle al PC ¿quieren tener un Quilapayún para ustedes?. Es algo muy lamentable y ridículo, que espero pueda terminar pronto. Realmente es loco lo que ocurre, es difícil explicarle esto a la gente, ellos son nombres históricos en la trayectoria del grupo, entonces logran confundir.

Junto a nosotros está la mayor parte de los nombres que han hecho de Quilapayún su verdadera historia, como Carlos Quezada, Hugo Lagos, Guillermo García, Ricardo Venegas, Hernán Gómez, Rubén Escudero, Julio Numhauser y Carlos Carrasco, entre otros. Como digo, legalmente en el mundo esto está resuelto.