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El Alto Maipo de Gandolini

Por El Espectador | 9 Mayo, 2017 - 15:00
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Desde el valle de Santiago de Chile "salen muy pocas pero verdaderas joyas" para los amantes del vino, asegura en su columna Hugo Sabogal.

Cuando quiera comprobar personalmente que el continente americano puede ofrecer vinos de similar complejidad y consistencia que los clásicos franceses de Burdeos o de la zona italiana de Bolgheri, en la Toscana, tiene que grabarse en la memoria el nombre del Alto Maipo, en Chile.
 
De allí salen muy pocas pero verdaderas joyas, cuyo único impedimento para disfrutarlas es su precio. En Alto Maipo, por ejemplo, se encuentran los viñedos más exclusivos de marcas como Don Melchor, Almaviva y Viñedo Chadwick; marcas que, a su vez, han recibido los mejores puntajes y premios de la crítica internacional.
 
El Alto Maipo está enclavado en el piedemonte de la cordillera de los Andes y forma parte del valle de Maipo, en las goteras de Santiago, donde Chile ha elaborado por décadas sus mejores vinos. A diferencia de la parte baja, los terrenos del Alto Maipo están en altura y sobre suelos de mayor complejidad.
 
Alguien que los conoce palmo a palmo es el enólogo chileno, de origen italiano, Stefano Gandolini, quien los ha explorado a fondo para entender por qué la uva Cabernet Sauvignon puede adquirir allí una trascendencia sin igual.
 
Nacido en Santiago, Gandolini estudió en la Facultad de Agronomía de la Universidad Católica y luego continuó su formación enológica en Italia, Francia y California.
 
Al regresar, trabajó en bodegas como Viña Santa Rita y Viña Carmen, y fue responsable del montaje de Bodega Doña Paula, en Mendoza, Argentina.
 
Desde esos tiempos, adquirió, con su padre, un terreno en el Alto Maipo (hoy Maipo Andes), donde Gandolini sabía de la existencia de un subsuelo excepcional, similar al de Burdeos. Si los componentes eran los mismos, ¿no era lógico atreverse a igualar y quizás superar los tintos del Viejo Mundo?
 
Precisamente su finca está situada sobre el cono aluvial más grande de Suramérica, abundante, desde hace millones de años, en restos minerales y calcáreos, o sea, los mismos que les dan a los vinos bordeleses su reconocida identidad. Y los mismos que potencian las mejores expresiones de la uva Cabernet Sauvignon.
 
Para el hallazgo y posterior evaluación de esos suelos, Gandolini se basó en todo lo aprendido en la Universidad de Burdeos, bajo el mando del mítico investigador Pascal Riverau-Gayon, quien fue su guía y consejero.
 
Su aprendizaje más valioso fue descubrir y entender que por debajo de la capa superficial de la tierra reposa la roca madre, o sea, la verdadera corteza terráquea, bajo la cual laten todavía los vestigios candentes de la Gran Explosión.
 
Todo esto lo maravilló y lo obligó a concluir que “si este es el secreto de los vinos del Viejo Mundo”, quizás la roca madre del continente americano es similar.
 
Pero antes de iniciar su búsqueda, se convenció de que antes de hacerlo era necesario aprender a manejar el viñedo americano, sometido, siempre, a una alta insolación. Viajó entonces a California y allí, en la bodega de Robert Mondavi, se compenetró con la vitivinicultura de precisión, especialmente en lo que tiene que ver con el manejo del área foliar, es decir, el verde manto que protege los racimos. El costo de no aplicar estas técnicas preventivas es tremendo porque los granos y racimos se queman y deshidratan, dando como resultado vinos de baja calidad.
 
Con todo este bagaje a cuestas, Gandolini se dio a la tarea de hurgar la tierra del Alto Maipo en su fundo de Las Tres Marías, hasta llegar a la roca madre. Sobre su suelo y subsuelo solamente ha plantado parras de Cabernet Sauvignon, o sea, las que mejor expresan la riqueza del terroir. Así, desde la primera cosecha, Gandolini ha conseguido el efecto que buscaba.
 
Hoy los críticos concuerdan en decir que los vinos salidos de sus viñedos, en el Alto Maipo, son tal vez los mejores de Chile y de las Américas.