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El arte de rechazar un millón de dólares

Por Héctor Rago/ El Espectador | 6 Febrero, 2017 - 12:44
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¿Qué llevó al genial matemático Grigori Perelman a darle la espalda al mundo? “Sé del universo y sus vacíos, ¿para qué quiero un millón de dólares?”, dijo alguna vez.

¿Qué sutiles vínculos enlazaron a una sofisticada conjetura en topología diferencial a los siete problemas más importantes no resueltos en matemáticas y a un hombre genial que rechaza un millón de dólares?
 
Grigori Perelman, Grisha para los íntimos, fue educado para moverse impunemente en un mundo cristalino, pleno de abstractos conceptos, teoremas rigurosos que se imponen por la lógica de los axiomas, y conjeturas que claman por ser demostradas.
 
Perelman nació en 1966 en Leningrado, hoy San Petersburgo, en Rusia, y desde muy niño mostró singulares aptitudes para la las matemáticas. Grisha habría de ser educado para competir y para ser el mejor.
 
La Unión Soviética tenía centros de excelencia, tal vez los mejores del mundo, y su madre, profesora de matemáticas, supo dónde educarlo. Su ascendencia judía y el antisemitismo del régimen soviético dificultaban su ingreso a la Universidad de Leningrado. A los 16 años obtuvo medalla de oro en las Olimpiadas matemáticas en Budapest y un diploma por un récord impecable. El ingreso a la universidad estaba asegurado.
 
Retraído, concentrado, organizado, en 1982 dejó el violín y los deportes y fue admitido en la en la prestigiosa Universidad de Leningrado. En 1990 obtuvo su doctorado con una tesis sobre geometría diferencial y topología. Tenía 24 años.
 
Corrían tiempos tempestuosos. La Unión Soviética se derrumbaba, la turbulencia política de un régimen que llegaba a su fin no propiciaba el mejor ambiente para la investigación. Perelman aceptó una invitación a los Estados Unidos que habría de cambiarle la vida. Dio seminarios, publicó resultados importantes en geometría diferencial y topología, hizo vida académica y conoció a colegas que lo llevaron a la conjetura de Poincaré.
 
Una conjetura es un resultado que se presume válido pero que no se ha podido demostrar su veracidad. Ni su falsedad. Poincaré, el gran matemático francés había conjeturado en 1904 ciertos resultados de la extensión de una superficie esférica a tres dimensiones.
 
Grisha comenzó a trabajar en su demostración. En 1995, luego de rechazar ofertas de las mejores universidades, regresó a San Petersburgo. En 1996 rechazó un premio concedido por la Sociedad Matemática Europea. Fue educado para ganar premios, pero comenzó a distanciarse de ellos.
 
Contraviniendo las costumbres postea en internet sus avances en la demostración de la conjetura de Poincaré sin enviarlos a ninguna revista arbitrada. El desencanto había comenzado. Su rigidez moral y sus códigos éticos chocaban con el mundo real.
 
En el 2002, Grisha montó en internet la última parte de la demostración de la conjetura de Poincaré. La demostración es un aporte monumental a las matemáticas y a la física teórica. Tres años después renunció al instituto donde trabajaba en San Petersburgo, y se encerró en el modesto apartamento de su madre.
 
Poco después le otorgaron la medalla Field, el reconocimiento más importante de las matemáticas, y la rechazó. Y en el 2010 el instituto Clay le dio el premio de un millón de dólares por haber demostrado la conjetura de Poincaré, uno de los siete problemas del milenio. Previsiblemente, Perelman rechazó el millón de dólares. Se ha vuelto más excéntrico, taciturno, huraño.
 
No concede entrevistas, no responde correos y vive aislado de las matemáticas con una austeridad que bordea la miseria.
 
¿Qué lleva a una mente genial a abandonar su pasión, a eludir la gloria, y a rechazar un millón de dólares que le permitiría vivir en mejores condiciones? ¿Su egocentrismo le grita que nadie es capaz de evaluarlo ni premiarlo? ¿Su desencanto fue tal que optó por la ausencia? ¿Busca con sus rechazos más notoriedad?
 
No hay respuestas para las preguntas fundamentales. Resolver la conjetura de Poincaré resultó más sencillo que descifrar la mente deslumbrante de Grisha Perelman, el hombre que hizo de una conjetura un teorema.