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El populismo nuestro de cada día

Por Deutsche Welle/ Volker Wagener | 1 Marzo, 2017 - 10:16
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Está en boca de todos y es característico de nuestros tiempos. Pero, ¿qué es y a quién está dirigido su discurso?

La palabra "populismo” se define en los diccionarios como "política oportunista, que busca ganarse el favor de las masas” o "tendencia política que pretende atraer a los sectores populares”, agregándose a menudo: se usa mayormente en sentido peyorativo. En la política, con el término se ataca a adversarios, acusándolos de realizar promesas o implementar políticas que, si bien gozan de popularidad, objetivamente son perjudiciales o imposibles de lograr. Los populistas argumentan que hablan en interés "del pueblo”, lo que tácitamente supone una contraposición a la élite. Pero ¿quién es el pueblo?
 
Cuando los populistas hablan del "pueblo”, en realidad se refieren solo a sus propios acólitos. O, como dijera el británico Nigel Farage, exjefe de UKIP: "the real people”, la mayoría del 52 por ciento que votó a favor del "brexit”. El otro 48 por ciento, según Farage, no forma parte del "pueblo”.
 
Con palabras algo diferentes, pero, en el fondo, la misma intención, Donald Trump divide al pueblo en los "buenos” y los "menos importantes”. Jarosław Kaczyński, presidente del partido nacional-conservador polaco, califica a los opositores de "los malos polacos”.
 
Los populistas rechazan el debate abierto, porque ya conocen la "respuesta correcta”: dicen conocer la verdad. Y quien conoce la "verdad”, no necesita el debate. ¿Para qué? Viktor Orbán, el jefe de Gobierno húngaro, dijo en 2002, cuando Fidesz, su partido político, perdió sorpresivamente las elecciones: "no puede ser que la nación esté en la oposición”.
 
Los politólogos estudian el fenómeno del populismo crecientemente desde los años 1990. Para el periodista Albrecht von Lucke, se trata de un conflicto entre los representantes de la sociedad dispuestos a aceptar los cambios que trae consigo la globalización y quienes defienden una cultura de la delimitación y la exclusión, anhelando regresar a una sociedad homogénea. En otras palabras: los populistas prometen un mundo menos complicado.
 
El politólogo Peter Graf Kielmansegg dice que los populistas se niegan aceptar la complejidad del proceso político democrático. El populismo ofrece soluciones simples, pseudorespuestas a un mundo complicado, en el que se han perdido las viejas seguridades, sobre todo en el ámbito laboral.
 
Quien así piensa, busca refugio en la "nación”. El redescubrimiento de la identidad nacional como característica de superioridad ante otros, como espacio protegido para el desarrollo de las propias fuerzas, que han quedado supuestamente por el camino en la competencia global, está de moda.
 
Resaltar las cualidades de la propia nación (”great again”) va acompañado del cierre de fronteras, el proteccionismo económico y la xenofobia. Los partidos populistas –tanto en el Gobierno como en la oposición– rechazan las uniones supranacionales. La ONU, la OTAN, la UE, logros de décadas para lograr un equilibrio de intereses y evitar conflictos, no tienen valor alguno para los populistas. Para los populistas, la nación debe vivir en su propia embriaguez. Así estamos.