Artículos

Enrique Leyton, el restaurador de los clásicos

Por Esteban Dávila Náder/ El Espectador | 14 Julio, 2016 - 12:08
  • ford-1191274_1280.jpg

Mecánico desde los nueve años, se ha dedicado durante dos décadas a devolverles la vida a los carros antiguos que entran a su taller de Bogotá.

Cerca de la avenida Chile, en Bogotá, en un sector donde los talleres automotores superan el número de casas de familia, se esconde un lugar en el que se materializan los sueños de los más fanáticos de los autos. Su nombre es Leyton Cars Classics y desde hace 20 años restaura y personaliza todo tipo de vehículos, principalmente clásicos.
 
Al entrar en una bodega alargada y sorprendentemente limpia nos reciben un Ford Mustang 65 GT convertible y un motor Chevy small block 350 stroker de 5,7 litros subido a 6,3. Parecen recién salidos de la fábrica. De pie entre los dos está Enrique Leyton, un hombre que más que sangre parece que llevara aceite de motor en las venas. Por algo es la mente maestra detrás del taller, una de las empresas insignia de su tipo en Colombia.
 
 
Enrique nació para el trabajo. Su historia con los motores comenzó a los nueve años, en el taller de su padre, desde cuando se podría decir que aprendió a reconocer la marca, referencia y año de cualquier carro que se le cruce con sólo verlo. De los talleres sólo se separó para estudiar tecnología mecánica en la Universidad Pedagógica, sin embargo, sabe que los mejores en este gremio se forman con el tiempo, “para esto no existen universidades ni academias, es muy empírico”, dice.
 
Posteriormente trabajó en Continautos, donde tuvo la oportunidad de tomar cursos sobre manejo de máquinas, entre otras cosas. Pero no sería sino en 1995 que, en compañía de su esposa Sandra, decidió crear su negocio, un modesto taller especializado en Chevrolet, que siempre ha sido su marca favorita.
 
A la restauración llegó por azar. Meses después de abrir Leyton Cars tuvo la oportunidad de comprar el vehículo de sus sueños, el que conservará hasta la muerte: un Chevy Bel Air del año 55 azul con blanco, que con meses de trabajo pasó de vieja carcacha a objeto de deseo, al punto que uno de sus clientes, Fernando Yepes, de Almacenes Yep, le insistiera con un trabajo similar. A pesar de las negativas, terminó accediendo y el resto es historia.
 
 
Hoy, a sus 48 años, admite que es una de las mejores decisiones que ha tomado, pues comenta que “el mercado de la reparación del vehículo de uso diario se ha desmejorado de manera importante”. Tanto que hoy el 95% de los trabajos que llegan a su taller tienen que ver con vehículos clásicos, antiguos o personalizados. Pero devolverle la vida a un auto tiene sus retos.
 
Y señala que para ello se necesitan tres cosas: pasión por los carros, instalaciones adecuadas y gente especializada, y el dinero para mover el proyecto, pues “contrario a lo que muchos piensan, una restauración no es latonería y pintura, es coger el auto pieza a pieza y dejarlo como salido de fábrica”.
 
Además está la labor de descifrar lo que quiere cada quien con su máquina. Un tema en el que influyen factores como el entorno, los gustos, los caprichos y hasta los sentimientos del dueño. “Gracias a Dios esto ha sido como un don que me han dado para cumplirles los sueños a los clientes”, comenta Enrique entre risas.
 
 
Y es que el de los carros clásicos es un tema romántico. Por ejemplo, Leyton recuerda el caso de una Jeep Willys Station Wagon del año 63. “Fue la cafetera del papá y llevaba 30 años tirada en una finca en Boyacá. La camioneta le costaba cinco veces el precio de una ya restaurada, pero no importaba. Era el carro donde aprendieron a manejar él, sus hermanos y todo el mundo”. El mecánico dice que fue uno de los proyectos más difíciles que tuvo entre manos, pero valió la pena.
 
Sin embargo, no es su favorito. “Es difícil elegir uno. Cada auto tiene su historia y algo especial”. Aunque, confiesa, lo marcó un Ford Mustang GT 500Kr del 67, con el que hizo una réplica de Eleanor, el icónico carro de la película 60 segundos. Tal fue la delicadeza del trabajo que al final lo que era una carrocería abandonada en Cali terminó en Florida, certificada por el fabricante y firmado por quien la diseñó, Chip Foose.
 
Al final del día de este hombre y sus 14 trabajadores —mecánicos, electricistas, latoneros, pintores, tapiceros y cerrajeros— lo importante es haber tratado cada carro como si fuera propio. “Hago de cuenta que soy el que se va a montar en eso y lo voy a disfrutar por el resto de mi vida”. Quizá por eso personajes como Andrés Cepeda, Don Jediondo y Camilo Santos, primo del presidente de la República, le han confiado sus más preciadas joyas.