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Guía para vivir unas vacaciones de campeonato en Florida

Por Ricardo Alonso/ El Economista.com.mx | 20 Marzo, 2017 - 09:03
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Famosa por sus parques temáticos, la ciudad de Orlando invita a seguir liberando adrenalina, a través de la entretenida oferta de sus estadios.

Era como estar en uno de esos parques temáticos que tanta fama le han dado a la ciudad, con gente emocionada, gritando, sorprendida por encontrarse frente a sus personajes favoritos. Sólo que esta vez, la velocidad, los saltos y los giros que provocan los juegos mecánicos eran ofrecidos por los integrantes de los equipos que se jugaban el orgullo al centro de la arena, generando oleadas de pura adrenalina. No creo que le gustara mucho el hockey, pero estaba disfrutando, la experiencia de su primer partido. Él había vuelto a Orlando por Disney, pero se veía a todas luces sorprendido, descubriendo esa otra cara de su oferta, que lo mantendría varios días en movimiento, viviendo unas vacaciones de campeonato.
 
Cuánta razón tenía el escritor Juan Villoro cuando dijo que “los estadios existen para jugar a la magia”. Y en Orlando había muchos, de diversas disciplinas deportivas, sobradamente mágicos. Bastaba vivir, para comprobarlo, el ambiente de aquella noche en el Amway Center donde el público competía en atención, desde las butacas, contra los profesionales a nivel de cancha.
 
Hasta el hielo en la pista parecía derretirse con el ardor de las pasiones que manaban las gradas cuando anotaba el equipo de la casa (Orlando Solar Bears) o cada que era proyectado algún rostro, algún beso o algún baile en las monumentales pantallas. De hecho, debió derretirse, porque a la noche siguiente, lo que antes fue un campo de hockey se convirtió en una cancha de baloncesto, sobre la que habrían de enfrentarse los de Orlando Magic contra los Knicks de Nueva York.
 
El color de este segundo evento le resultó aún más nítido. No sólo porque le gustaba el basquetbol, sino porque desde la entrada se notaba a la gente mucho más entusiasta, participando de las diversas dinámicas y concursos, cantando y bailando al ritmo que el DJ tocara.
 
 
 
No se perdió la oportunidad de tomarse una selfie con las atractivas dancers que animan los entretiempos del juego, a quienes sólo había visto antes por televisión. Y mientras se dirigía a su asiento, fotografió cuanta memorabilia había del equipo en los pasillos, sin que faltara, por supuesto, el uniforme de una de sus máximas estrellas: Shaquille O’Neal.
 
Para la cena, no hubo más nuggets y hot dog sobre las piernas. Tuvo una mesa con una de las mejores vistas y un servicio de bufete en el restaurante Jernigan’s. Algunas pastas, un buen corte, salmón y vino tinto. Así es como deben vivirse los partidos, pensó, ante la inminente llegada del postre que quitaría el mal sabor de boca que dejó entre la audiencia la derrota de los locales. Mas habría una oportunidad de revancha al día siguiente, cuando los leones se enfrentaron, otra vez, a los neoyorquinos, pero ahora en el soccer, a unas cuantas cuadras de la arena, en el nuevo estadio del centro de la ciudad.
 
Allí sí se impusieron los de casa, del mismo modo en que supieron los habitantes de la urbe remontar los efectos de la matanza perpetrada en junio del año pasado, en la discoteca Pulse. En honor a los acaecidos, 49 asientos de la sección 12 del estadio fueron pintados con los colores del arco iris que identifican a la diversidad sexual y a la comunidad de homosexuales, lesbianas, bisexuales y transgénero (LGBT).
 
De espectador a protagonista
 
Tres días de emociones y uno más que asomaba a la puerta del estadio de beisbol le imprimieron unas ganas irrefrenables de volcarse al deporte aún en plenas vacaciones y justo antes de enterarse que podía arreglar, vía internet, su primera competencia en el campus de la United States Tennis Association (USTA). No llevaba el dress code que exige el llamado deporte blanco, ni siquiera una raqueta, pero le sobraba entusiasmo.
 
Era un complejo impresionante con decenas de canchas de distintos niveles de profesionalidad donde lo mismo se realizaban campeonatos universitarios que entrenamientos, con la más alta tecnología, con jugadores de reconocimiento internacional. Pero a la vez, era un semillero de nuevos talentos, que se iban formando desde niños en canchas más apropiadas para su edad, y sobre todo, un entretenido espacio para aficionados que, como él, podían pasar medio día jugando, antes de que llegara la hora de almorzar.
 
Evento, éste último, que se celebró en el I-Drive NASCAR, donde unas gigantescas hamburguesas resultaron ser el mejor trofeo a su destacada actividad como tenista y un aliciente para su conversión en corredor.
 
Con el estómago lleno y el corazón agitado, se montó en un colorido kart eléctrico y se lanzó a superar, a 70 kilómetros por hora, la docena de curvas que el circuito techado le impuso. Sé que hubiera querido quitarse el casco para escuchar aún más fuerte el motor y sentir sobre su rostro la velocidad, pero también era cierto que aquel vistoso accesorio le ponía cierto estilo a su apariencia, además de seguridad.
 
Dewey´s Sports Grill fue el lugar de su siguiente cita, donde pantallas dispuestas, alrededor de las mesas, proyectaban un campo de golf virtual frente al cual pudo practicar su swing asesorado por un profesional, mientras disfrutaba de un suculento rib eye. Pese a su diseño inspirado en el golf, el restaurante le ofreció, además, la oportunidad de practicar otros deportes como futbol americano, beisbol y soccer, con ayuda de los mismos proyectores inteligentes que retaban la puntería, la técnica y la fuerza de los participantes.
 
 
El día siguiente arrancó con beisbol en lo que se pensó iba a ser un nuevo parque de Disney y se convirtió en un complejo de magnitudes monumentales con espacios para acoger diversas disciplinas. Y con tal calidad, que actualmente es la sede de los entrenamientos de primavera de los Atlanta Braves, representante de Orlando en la MLB.
 
Por la tarde, le tocó visitar Main Event Entertainment, un divertidísimo lugar que mientras tomaba el almuerzo le ofrecía decenas de videojuegos, coloridas líneas de boliche y un innovador atractivo de realidad virtual, multijugador, que lo transportó a otro mundo.
 
Los retos siguieron con un sistema de puentes colgantes sobre los que balanceó su cuerpo durante varios minutos en los que intentó hacer a un lado el vértigo para mantener su mente firme.
 
La catarsis llegó cuando estuvo de vuelta en el piso, donde probó una vez más la puntería con todos los juegos que pudo en esa especie de feria en que se había convertido aquel restaurante. Bailó, practicó box, lanzó un balón de americano, encestó varias canastas, condujo una motocicleta, esquió, corrió, saltó, hizo de todo un poco con ayuda de la tecnología y apenas salió a tiempo para comprarse un disfraz con el que correría al otro día en una fabulosa competencia impulsada por Disney, bajo la temática de Star Wars.
 
No podía creer que no extrañara los parques temáticos. Y que aún tuviera tanto por hacer antes de poderlos visitar. Sin duda alguna había encontrado la misma adrenalina que lo había hecho regresar, la misma magia que lo había vuelto adicto a esta ciudad.