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La ferocidad autobiográfica de Henry Miller

Por Rafael Miranda Bello/ Excélsior | 2 Enero, 2017 - 09:10
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125 años se cumplen del nacimiento del autor estadunidense de célebres novelas como Trópico de Cáncer, Trópico de Capricornio y la trilogía La Crucifixión rosada, prohibidas en su país por décadas por considerarse pornográficas.

Una noche de 1927, al salir de uno de los trabajos provisionales en los que estuvo atascado antes de entregarse por completo a la literatura, Henry Miller sintió que se apoderaba de su mente la idea de planear “el libro de su vida” y, en lugar de irse a la casa en la que por entonces vivía solo —su segunda esposa, June Smith, había viajado a Europa en compañía de una amiga con la que Miller sospechaba que mantenía un amorío lésbico—, se quedó despierto toda la noche para mecanografiar vertiginosamente medio centenar de cuartillas en las que esbozó el plan completo de los libros que escribiría varios años después. Así lo relató en una conversación que mantuvo en Londres con el periodista George Wickes, publicada en The Paris Review, en 1961: “Lo escribí en notas, en estilo telegráfico. Pero allí estaba todo. Toda mi obra trata de los siete años que viví con aquella mujer, desde que la conocí hasta que me fui a Europa. Yo no sabía entonces cuando me iba a ir, pero sabía que me iría tarde o temprano. Ese fue el periodo decisivo de mi vida de escritor, el periodo inmediatamente anterior a mi salida de los Estados Unidos”.

Porque según una conferencia que el escritor mexicano Juan García Ponce leyó, en 1962, en un ciclo titulado Clásicos del siglo XX: “en el caso de Miller, es evidente que obra y autor están unidos de una manera total, se necesitan y se aclaran mutuamente, y para llegar al personaje Henry Miller —protagonista de todas sus novelas y relatos— es imposible ignorar al autor Henry Miller”. Asumiendo que “su producción en general —novelas, ensayos, cuentos, libros de viaje— son parte, capítulos unidos entre sí, de la única obra que se propuso realizar: una gigantesca autobiografía, la historia de un muchacho de Brooklyn que quería llegar a ser escritor”.

A favor de la obscenidad

“Esbelto, nudoso, sin un gramo de carne de más, tenía el aspecto de una asceta, de un mandarín, de un sabio tibetano”, así describió a Henry Valentine Miller —nacido en el barrio de Yorkville, Nueva York, el 26 de diciembre de 1891—, el fotógrafo de origen húngaro conocido como Brassaï, en el libro Los años en París: “Nunca olvidaré esa cara rosada emergiendo de un impermeable arrugado, el labio inferior carnoso, los ojos de color verde mar, ojos de marino habituados a escrutar el horizonte a través de la bruma, esa mirada tranquila, llena de serenidad —la mirada ingenua y atenta de un perro— emboscada tras unas gruesas gafas de concha, investigándome con curiosidad”.

Luego de pasar la primera parte de su vida en Brooklyn, empleado en diversos oficios —entre los que se cuenta una extensa temporada en el infierno de las oficinas de una compañía de telégrafos—, pero con la cabeza atenazada y revuelta por la idea de convertirse en escritor, Miller se marchó a Europa en 1930 para instalarse en París. En esa época conoció a Anaïs Nin —con quien mantuvo una larga e intensa aventura amorosa y literaria que encuentra su constatación en la correspondencia reunida en el volumen Una pasión literaria—, y dio rienda suelta a sus planes de escritura en cuanto tuvo la revelación de que estaba poseído por un estilo volátil y abrasador que provenía de cierta mezcla de lirismo desbordado y honestidad feroz. Trópico de Cáncer (1934), su novela debut, fue considerada por Samuel Beckett un “hito trascendental en la historia de la literatura moderna”, pero al mismo tiempo marcó el comienzo de la prohibición de sus obras en EU, bajo cargos de obscenidad, hasta 1961. También publicó las novelas Primavera negra (1936), Trópico de Capricornio (1939), y a fines de la década de los 30 pasó un año en Grecia, aprovechando la hospitalidad del escritor inglés Lawrence Durrell, y ocupó esa experiencia —de vuelta en su país de origen y residiendo en Big Sur, California— para escribir El coloso de Marusi (1941), que en su propia opinión era “un libro gozoso, que expresa y comunica alegría”, y al cual estimaba como su libro más logrado.

“Estoy a favor de la obscenidad y contra la pornografía. Lo obsceno es lo directo y la pornografía es lo sinuoso. En otras palabras, la obscenidad es un proceso de saneamiento, mientras que la pornografía sólo aumenta la tenebrosidad”, declaró alguna vez el autor de títulos como La sabiduría del corazón (1941), Una pesadilla con aire acondicionado (1945), Big Sur y las naranjas del Bosco (1957); y en el prefacio de Los libros de mi vida (1963), afirmó: “los libros son parte tan integrante de mi vida como los árboles, las estrellas o el estiércol. No reverencio los libros por los libros mismos. No coloco a los escritores en ninguna categoría especial ni privilegiada. Son como los demás hombres, ni mejores ni peores. Explotan los dones que se les han dado, así como lo hacen todos los demás tipos de seres humanos. Si los defiendo de vez en cuando —como clase— es porque creo que, por lo menos en nuestra sociedad, nunca han alcanzado la jerarquía y la consideración que merecen. Los grandes, en especial, casi siempre han sido tratados como chivos expiatorios”.

Efecto catártico

Miller mencionó en varias ocasiones que la labor más ardua de su vida había sido la trilogía autobiográfica llamada La Crucifixión rosada, porque no obstante que al comenzarla pensaba “que estaba contando la historia del sufrimiento más trágico que cualquier hombre hubiera soportado jamás”, a medida que la iba escribiendo comprendió que en realidad era sólo un amateur en cuestión del sufrimiento. Integrada por las novelas Sexus (1949), Plexus (1953) y Nexus (1960), fue “concebida como una confesión total y absolutamente sincera”, como señaló García Ponce en la conferencia de 1962, de lo que, “a través de su experiencia personal”, significó para Miller la vida en el siglo XX: “Su propósito, como el de todo el arte, es aclarar el sentido de esa vida y crear un testimonio de ella. La concepción negativa con respecto a esa vida del autor, el juicio que da sobre ella y la sinceridad con que expone ese juicio, determinan el carácter del libro y éste indudablemente no puede ser positivo. Pero el libro como tal sí lo es. Lo es porque Miller tiene la capacidad artística necesaria para crear una serie de personajes, todo un mundo, extraordinariamente vivo, a través del cual el lector se ve a sí mismo y puede, guiado por la profunda mirada del autor, descubrir los motivos que provocan su propia insatisfacción e infelicidad. Así, los horrores descritos en La Crucifixión rosada tienen un efecto totalmente catártico”.

Ocho años antes de morir —por severos padecimientos circulatorios—, en su casa de Pacific Palisades, Los Ángeles, el 7 de junio de 1980, Miller había escrito en una parte del ensayo Al cumplir ochenta: “mi lema de toda la vida ha sido siempre contento y siempre luminoso. Tal vez por eso nunca me canso de citar a Rabelais: para todos tus males te doy la risa. Al mirar hacia el pasado, veo mi vida llena de momentos trágicos, pero la contemplo más como una comedia que como una tragedia. Una de esas comedias en las que mientras te doblas de risa también sientes que se te quiebra el corazón. ¿Qué mejor comedia podrá haber? El hombre que se toma muy en serio no tiene salvación”.