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Los enigmas de la crónica policial

Por Graciela Petcoff/ Télam | 19 Diciembre, 2016 - 08:03
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A propósito de su nuevo libro, Osvaldo Aguirre desmenuza el género más sangriento del periodismo.

Para Osvaldo Aguirre, la crónica policial es el género más cercano a la literatura dentro del periodismo, un camino lógico para él, licenciado en Letras, periodista de temas policiales y autor de investigaciones y novelas sobre crímenes que conmovieron a la sociedad.
 
Su último libro es una selección de “Enigmas de la crónica policial”, de Ediciones B, sobre casos que quedaron en el misterio en la historia criminal argentina, algunos esclarecidos, otros no pero están ahí presentes, rodeados por un halo de misterio, siguen inquietando.
 
Osvaldo realizó una selección puntual de hechos policiales que atraparon, que fueron tapa de diarios durante días, de los que se escribieron cientos de crónicas, de los que de tanto en tanto se vuelve a escribir porque siguen interpelando y porque, en definitiva, fueron un emergente que mostraba que algo más profundo estaba ocurriendo en la sociedad.
 
Esas crónicas de época evidencian además, sin proponerselo, el clima, el contexto,  el trasfondo social,  hasta la influencia de algún libro, o una película,  la represión, los temas tabues y un sinfín de matices, que Osvaldo Aguirre desentraña, siguiendo con fidelidad el hilo de las narraciones periodísticas.
 
Demuestran también que en el enigma la prensa policial tuvo un rol determinante. “Muchas veces fueron sacados de la oscuridad, del silencio, por los cronistas policiales”, como el caso de la doctora Cecilia Giubileo, quién desapareció de la colonia neuropsiquiátrica Montes de Oca, cerca de Luján,  en un frío domingo de junio de 1985. El periodista Enrique Sdrech se empecinó en saber que pasó y le dedicó decenas de notas en el diario Clarín, aunque el caso fue cajoneado y hasta el día de hoy nadie sabe que pasó con la médica.
 
 
Su libro arranca con un caso que ocurrió a finales de la década del 30:  Marta Stutz, una nena de 9 años vivía con su familia en las afueras de la ciudad de Córdoba,  un día salió de la casa a comprar el Billiken y nunca más apareció. Tuvo una extraordinaria repercusión en la prensa, sobre todo el diario Critica,  que describía el sufrimiento de su madre, el llanto de sus hermanos y variadas especulaciones, pero la nena jamás apareció.
 
El descuartizamiento de Alcira Methyger en el año 55, por el que se detuvo a Jorge Burgos tiempo después, fue el emergente más notorio de una época atravesada por una ola de asesinatos de mujeres y de persecuciones hemofóbicas, dice Osvaldo Aguirre y señala la división de opiniones entre los que apoyaban a Alcira, la provinciana, la cabecita negra llegada a la Capital en busca de progreso, y los que eran partidarios de Burgos, un joven culto de clase media. El caso evoca el conflicto social que incubaba el país entre peronistas y antipersonistas que tendría su desenlace en el golpe militar de septiembre de 1955.
 
Otro misterio fue el de Norma Penjerek, una estudiante de 16 años, asesinada en 1962, que muestra como se procesan los grandes temores colectivos. La explicación que se construyó fue que había sido víctima de una organización de “tratante de blancas”, así se mencionaba en las crónica –hasta hace no muchos años-  la trata de personas. Decían que había ido a fiestas y que, en definitiva, había sido una víctima de la dolce vita, que se remitía a la película de Federico Fellini, con Marcello Mastroianni y Anita Ekberg, estrenada dos años antes; hablar de la dolce vita era hablar de una vida disipada,  desarrgelada. En los titulares de las crónicas de la época aparece eso frecuentemente, observó Osvaldo.
 
Después esa hipótesis se cayó, la investigación fue bastante deficiente, porque el caso fue investigado simultáneamente por la policía de la ciudad de Buenos Aires y de la provincia y todo eso redundó en su perjuicio. Años más tarde se construyó otra hipótesis: el crimen de Norma Penjerek fue relacionado con el secuestro de Adolf Eichmann, el criminal de guerra nazi que vivía en la Argentina  y que fue sacado del país por un grupo del servicio secreto israelí  el 11 de mayo de 1960.  Se dijo que Dnrique Penjerek, padre de Norma, habia ayudado a la captura de Eichmann y el asesinato fue una represalia.
 
“Penjerec era señor común y corriente, jamás de comprobó que tenga que ver con el Mossad;  sin embargo ese mito sigue abierto y comenzó a instalarse en los '90 cuando comenzó a tratarse el tema de los nazis en la Argentina en varios libros”, relaciona Osvaldo.
 
Un capítulo está dedicado a “los exterminadores”: toma asesinos seriales de los que tanto se escribió, como Robledo Puch, detenido en 1972 después de once homicidios, en una serie que se remonta a 1922, año en el que Mateo Baks asesinó a ocho personas en una estancia de Azul. Incluye tres crimenes que conmovieron: la abuela y la tía del músico Fito Páez, junto a la mucama.
 
 
El “Enigma de los sagrados corazones” indaga la muerte de Jimena Hernánez, una alumna de sexto grado de un colegio religioso de Caballito, que fue encontrada ahogada en el natatorio, hecho por el cual hasta se llegó a sospechar del hijo de un funcionario del gobierno de Raúl Alfonsín, pero todo quedó en el misterio.  “Cinco años después de la última dictadura militar se buscó preservar más a las instituciones hasta el límite de instalar la duda sobre la moral de una niña”, analizó tiempo después el pediatra Norberto Liwski, tomando las especulaciones de la prensa.
 
Otros clásicos de la crónica policial que analizó Osvaldo Aguirre son el de María Marta Gracía Belsunce de Carrascosa, de octubre de 2002, en un country de Pilar y el de Nora Dalmaso de noviembre de 2006, en Rio Cuarto, Córdoba.
 
Osvaldo  explica que todos los casos “dejan una ventana abierta para nuevas preguntas” y permancen en el tiempo, son casos no se cierran, por un lado porque las investigaciones fueron deficientes y otros porque son buenas historias y el periodismo las retoma periódicamente. “No queremos dejar de contar esas historias porque nos siguen fascinando, que nos intersan más alla que no sepamos su final”, dice.
 
Pero además Osvaldo los contextualiza en la época en la que ocurrieron porque los casos policiales “son como una caja de resonancia  de la sociedad, por ahí uno tiende a ver hechos como si fueran cuentos, relatos,  que pueden abstraer del momento en que ocurrieron pero cuando los observa en su época y en su lugar puede comprenderlo mejor”, analiza.
 
Son en definitiva las huellas de su tiempo. Las que buscó Osvaldo Aguirre como hombre de letras y encontró en la crónica policial los recursos de la literatura, el enigma, una de las más fascinantes.