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Los pecados de Clint Eastwood, el hombre detrás del personaje

Por Andrés Ricciardulli/ El Observador | 14 Marzo, 2017 - 10:27
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En una biografía no autorizada, Patrick McGilligan escarba sin piedad en la vida privada del actor y director de cine estadounidense.

El Observador | Muchos creían que después de ganar dos premios Oscar por Los imperdonables y Million Dollar Baby, reconocer algunos hijos que había olvidado en el camino, defender la ecología a viva voz y filmar varias películas más donde demostró tener una gran sensibilidad, Clint Eastwood, de 86 años, se había ablandado un poco. Nada más lejos de la realidad.
 
Su reciente apoyo a Donald Trump es un buen ejemplo de que nada ha cambiado para el veterano pistolero. Pero más allá de su coherencia política (siempre fue republicano) es difícil ocultar ya algunas contradicciones. ¿Cómo entender que un hombre que defendía la integración de los inmigrantes en Gran Torino o exaltaba la figura de Nelson Mandela en Invictus le diera luego su bendición al magnate de la construcción?
 
La respuesta hay que buscarla en esta biografía no autorizada de Patrick McGilligan, que se regodea en señalar cada uno de los defectos de la personalidad de Eastwood, escarbando sin piedad en la vida privada del actor y director de cine estadounidense.
 
Feroz, completísima y veraz en apariencia, la radiografía en alta resolución revela varios costados oscuros del ídolo, al que deja muy mal parado. Tanto es así, que Eastwood intentó en su momento retirar la biografía de las librerías, pero finalmente llegó a un arreglo con el autor, que solo aceptó suprimir un par de párrafos.
 
Lo que hace al libro diferente es el tono de voz de McGilligan, irónico y genial. Capaz de develar la obscenidad más grande y contarla como si fuera una nimiedad, un chisme íntimo entre el autor y el lector de turno. Creada esta complicidad, la vasta investigación se desarrolla sola y crece capítulo a capítulo.
 
A las pocas páginas es evidente que el autor es implacable y que no perdonará ningún fallo, por menor que sea. A veces es capaz de citar la biografía oficial del actor para refutarla y decir que, aquí y allá, Eastwood miente descaradamente. Ya en el inicio señala que el supuesto origen humilde del actor es una patraña, ya que nunca pasó dificultades en su infancia y fue a buenos colegios, donde más tarde se dedicaría a holgazanear, conquistar chicas y pasearse en buenos coches, una de sus pasiones.
 
 
Más adelante muestra cómo Eastwood evitó ir a la guerra de Corea cuando fue llamado por el ejército, recurriendo a un truco: se destacó como socorrista y logró ser instructor, evitando así su traslado al frente. Aparentemente, el hombre de gatillo fácil no estaba dispuesto a jugarse la vida como lo hacía en las míticas películas del oeste.
 
Pero si con algo lo ataca Gilligan es con su conducta sexual. El autor lo describe como un cazador insaciable y la lista de conquistas, infidelidades y abortos clandestinos es interminable. Con enorme malicia, también señala que ninguna de sus amantes era famosa. Eran siempre mujeres desconocidas, figurantes, guionistas, actrices de una sola película, azafatas, hippies, camareras. Nunca una gran estrella.
 
Todo era parte de un cuidadoso plan para no tener escándalos de magnitud o grandes demandas, punto no menor ya que el dinero es, según Gilligan, otra de las obsesiones de Eastwood. En un pasaje, lo acusa incluso de actuar en sus propias películas solo para ahorrarse el sueldo que le tendría que pagar a un actor destacado de Hollywood.
 
Aunque le reconoce talento como director, Gilligan igual lo destrata artísticamente a lo largo de todo el libro. Lo considera un actor de segunda categoría que tuvo mucha suerte, y no se puede dejar de asentir cuando describe la poca expresividad del rostro del pistolero de los wésterns de Sergio Leone o del detective Callaham, en Harry, el sucio.
 
Fotografías de época y un apéndice con sus películas completan un trabajo monumental que, además de aportar un punto de vista diferente, se lee y se disfruta como una comedia. Y eso debe de ser lo que más le debe haber dolido al gran Clint Eastwood.