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Poeta chileno Raúl Zurita: "después del golpe de Pinochet, en circunstancias bastante desesperadas, volví a escribir"

Por Télam / Lifestyle | 16 Noviembre, 2015 - 08:01
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Este artista considerado una de las voces más destacadas en lengua española habla de su poética que abarca, entre otras experiencias, versos escritos con humo en el cielo de Nueva York.

Fuera de cualquier tipo de manifiesto que amenace con restringir la efusividad creativa, y apoyado en la convicción de que “hago lo que necesito hacer, lo que me es imperioso hacer, lo que no tengo ninguna posibilidad de dejar de hacer”, se desarrolla la obra del poeta chileno Raúl Zurita, invitado a participar mañana del ciclo “Diálogo de Escritores Latinoamericanos” en la Feria del Libro de Buenos.

En diálogo con Télam, Zurita (1951), considerado una de las voces más destacadas en lengua española -autor de "Purgatorio", "Anteparaíso", "Canto a su amor desaparecido",  "El amor de Chile", "La vida nueva", "Sobre el amor y el sufrimiento", "Poemas militantes" y su último libro titulado con su nombre-, Zurita habla de su poética que abarca, entre otras experiencias, versos escritos con humo en el cielo de Nueva York.  

- Es sabido que tu abuela solía leerte páginas de La Divina Comedia, ¿de qué forma esa obra puede haber marcado tu poesía?

-Mis primeros recuerdos de niño son los de mi abuela italiana, que nos hablaba de "La Divina Comedia". En lugar de cuentos, narraba pasajes del Infierno que nos aterrorizaban y fascinaban a la vez. Cuando después del golpe de Pinochet, en circunstancias bastante desesperadas, volví a escribir, se me vino la voz de mi abuela. Tomé a Dante porque era como sentir de nuevo su voz. Supe entonces que nunca podría apartarme de ese libro, era mi forma de volver a hacerla presente.

- Tu poesía está cruzada por un relato cosmogónico, entre lo que surge y lo que se marchita, entre el apocalipsis y lo que se regenera.

- Puede ser, uno no es un buen lector de sí mismo. Pero si es como dices, creo que tiene que ver contra la excusa fácil del fragmento y del lugar común de que después del derrumbe de los socialismos reales ya no es posible. Las obras que me importan desafían ese “ya no es posible” y tienen un sentido de la totalidad.

Nadie vive en fragmentos, incluso las existencias más anodinas o despojadas: naces, cometes los errores que te corresponden, te crucifican y en un instante dirás, al igual que todos los seres humanos que han pisado la faz de la tierra; “padre, padre, por qué me has abandonado”, tienes tus tres noches en el sepulcro y por una única vez resucitarás y finamente te ocurrirá algo tan absolutamente alucinante como es morirte. Una obra o es el correlato de eso o no es.

- Realizaste perfomances en los 80 y 90: escribir en el cielo con humo y grabar las piedras del desierto de Atacama, ¿esto tiene que ver con un modo de trascenderse, imprimir la poesía en el paisaje?

- No hice perfomances -que llevan adherida la noción de espectáculo- sino acciones como quemarme la mejilla, intentar cegarme; actos desesperados sin fotógrafos, solitarios, en momentos difíciles de mi vida y de la historia de mi país. Después los incorporé porque imaginé a partir de ellos un recorrido desde la precariedad de alguien que se quema la cara encerrado en un baño, hasta el vislumbre de la felicidad.

La fotografía de la cicatriz de mi mejilla es la portada de mi primer libro, "Purgatorio"; la experiencia se cierra con la escritura de la frase “ni pena ni miedo” sobre el desierto de Atacama que solo puede verse desde la altura y que en cierto sentido es el vislumbre del fin del dolor; su fotografía cierra el libro "La Vida Nueva".

- Entonces, ni la performance, ni a la experiencia vanguardista….

- Intenté cegarme poco antes de escribir en el cielo con aviones con letras de humo porque es un sueño escribir poemas en el cielo; iban a ser infinitamente más radiante si permanecían dentro de mí, si yo los podía ver. Nunca me han importado los programas estéticos, nunca lo he pensado como un modo de trascender la página escrita.

Los poemas escritos en el cielo y el poema en el desierto son para mí absolutamente ortodoxos, mis poemas más íntimos, los que más han vivido en mí. Desde que los imaginé en el cielo hasta que se hicieron en Nueva York en 1982, pasaron ocho años. El poema en el desierto trazado en 1993 lo pensé el ’78, cuando había más pena y más miedo.

- Resalta en tu poesía la carga visual producto de la escena onírica.

- Como dije, no soy un buen lector de mí mismo, pero creo que sí. El sueño como los Sueños de Kurosawa. Detesto el sueño como lo concibieron los surrealistas. No me gusta Dalí, tal vez la racionalidad fría de Magritte, pero no Dalí.

- Por momentos tu poesía es como una read movie por territorios bombardeados; la muerte vista como mutilación, lo desmembrado.

- Eso está fundamentalmente en el libro "Zurita". Intenté relatar como si el presente fuese visto desde millones de años después: el Pacífico se ha secado y todo es un interminable desierto de piedras cruzado por el viento. En ese escenario aparece la dictadura chilena, los personajes de mi vida, la bomba de Hiroshima, al filme "Little Boy", que es al mismo tiempo un niño pequeño; en fin, se entremezclan todos los planos.

- En el voluminoso libro "Zurita", (ochocientas páginas) dedicás varios poemas al carguero-prisión Maipo, donde estuviste detenido.

- Bueno, ese libro está dividido en tres partes que corresponden al atardecer del 10 de septiembre de 1973, la noche que va entre el 10 y el 11, y el amanecer del 11 de septiembre de 1973, que es el día del golpe de Estado de Pinochet, que es uno de los mayores dolores en mi vida.

- Has comentado que entre tus proyectos inmediatos figura la proyección de veinte versos sobre los acantilados del norte Chile…

- Son veintidós frases proyectadas con luz sobre los gigantescos acantilados de la costa norte de Chile, donde el desierto de Atacama se rompe contra el Pacífico. Sólo podrán ser vistas desde el mar. Las frases se irán haciendo visibles en la medida que avanza el atardecer sucediéndose una tras otra y alcanzarán su máxime visibilidad en plena noche cuando el mar y los acantilados sea una sola masa negra.

Es como lo que verá un ser humano en su vida; comienza con la frase “Veras un mar de piedras”, y la última es  “Y llorarás”. Si he trabajado hasta lo posible con mi vida, también debo trabajar con la cercanía cada vez mayor de mi muerte. Cuando todo termine solo quedará el sonido del mar.