Artículos

Un pueblo en el fondo del lago Naser

Por Belén Delgado | 27 Junio, 2014 - 12:31
  • 48508_3.jpg

Las aguas del río Nilo les dieron su identidad y luego se quedaron con ella. No fue un fenómeno natural ni fortuito, sino la obra del hombre la que llevó al éxodo a decenas de miles de nubios de sus tierras en el sur de Egipto, convertidas desde hace poco más de medio siglo en el lecho del inmenso lago Naser

Uno de los cerca de cincuenta poblados que quedó sumergido en las profundidades del lago Naser fue Abu Simbel, a 40 kilómetros de la frontera con Sudán.

Mejor suerte corrió el sitio arqueológico que lleva su mismo nombre y que consta de dos imponentes templos de la época del faraón Ramsés II, de unos 3.200 años de antigüedad.

Una campaña internacional promovida por la Unesco se encargó entonces de poner a salvo esos y otros monumentos en nuevos enclaves, después de que comenzara a construirse, en 1960, la gran presa de Asuán, mientras que las personas que allí vivían fueron reubicadas lejos del Nilo, cambiando sus aguas por el desierto.

Husein Kubara se fue de su hogar con ocho años y retornó décadas después para reencontrarse con sus raíces.

De tez morena, resaltada por su túnica blanca, recibe al visitante en su oficina del nuevo pueblo de Abu Simbel con la parsimonia que se destila en esos lares.

Sorbe una infusión de “carcadé” (hibisco) mientras susurra: "Déjame bucear profundamente en mi memoria...". Y, al momento, relata el día en que su familia y sus vecinos pusieron tierra de por miedo entre lágrimas de tristeza y alegría.

"Yo no sabía muy bien por qué la gente lloraba, porque también había quien estaba feliz, convencido por el Gobierno de que su vida sería mejor más cerca de El Cairo", afirma Kubara, que recuerda las dificultades que suponía permanecer junto al río.

No en vano, apenas tenían un estrecho margen para vivir en sus orillas y la mayoría de ellos eran muy pobres, dedicándose a una economía de subsistencia que se basaba en la pesca y en cultivos como los dátiles.

Los hombres emigraban con la esperanza de aumentar sus ingresos y dejaban en las aldeas a las mujeres y los niños. Además, durante años se utilizaron máquinas para recoger el agua que se desbordaba del cauce, lo que hizo que la superficie se llenara de moscas y mosquitos. Cuando retiraron esos aparatos, la presa de Asuán supuso el golpe de gracia para los habitantes.

Ritos con agua bendita

Se calcula que más de 100.000 personas vivieron esa diáspora. 

Kubara y otros muchos se instalaron en el desierto de Kom Ombo, unos 60 kilómetros al norte de la ciudad meridional de Asuán, donde no podían llevar a cabo sus tradiciones, tan estrechamente conectadas con el Nilo.

¿Cómo mantener la celebración del matrimonio, si los nubios recién casados necesitan ir al río para ser bendecidos, nadar en él mojándose las caras, y luego cambiarse de ropa? ¿Cómo hacer los siete días siguientes a la boda, cuando toca bañarse en las aguas y saltar siete veces sobre unas brasas?.

Tampoco las embarazadas podían seguir llevando a cabo sus ritos en el Nilo durante los nueve meses de rigor ni, una vez dado a luz, lavar la cara del bebé con el agua para purificarlo. Mucho menos podían ofrecer al río la mitad de la comida de su hijo durante su primer cumpleaños, como acostumbraban.

Por eso, para Kubara, fue "un sueño" volver a Abu Simbel. "Los nubios siempre se reúnen en pequeños clubes y se sientan juntos cada noche para seguir unidos a sus orígenes", incluso en lugares tan distintos del suyo como la caótica y ruidosa capital, afirma.

Algunos llegaron hace décadas a ciudades como El Cairo y Alejandría en travesías de barco y tren. Como tantos egipcios, hubo nubios que también buscaron una nueva vida en el extranjero.

La vuelta a los orígenes

En Suiza estuvo Fikri el Kashef, que ahora regenta un hotel de estilo nubio y armonía compartida en Abu Simbel.Desde la terraza se divisa ese lago que, en su día, lo desterró y al que, sin embargo, no le guarda rencor.

"Esta es nuestra tierra y esta es nuestra vida", exclama, para después levantarse de la silla y saludar a los huéspedes, despachar con varios amigos y ordenar a los camareros que presten atención en cada mesa mientras habla por teléfono.

No para de moverse de un lado a otro ese hombre que volvió a asentarse en su tierra natal con un proyecto en mente. Para evitar que la cultura nubia cayera en el olvido, reinventó su casa y la convirtió en un museo abierto a la música, la poesía y la artesanía.

"Lo más importante es la lengua, en peligro de desaparición", explica.

Coleccionista de canciones y libros, este músico empedernido también organiza conciertos, talleres de moda y cursos de lengua nubia.

Su amigo Alaa Saleh, guía turístico de profesión, considera que Fikri -como prefiere que le llamen- ha actuado y no ha hecho como otros nubios, que "solo se dedican a hablar con nostalgia".

Coincide con él en que son la última generación en emplear el nubio y dice llevar "muy adentro" los cuentos que en esa lengua le relataba su madre de pequeño.

"Mis hijos ya no saben ni árabe, solo francés e inglés", apunta riéndose.

Recuperando la memoria

En el Museo Nubio, situado en Asuán, más de mil objetos intentan explicar la historia de ese pueblo, de profundas raíces africanas, y vínculos con el Nilo entre Egipto y Sudán.

Muchas de las piezas fueron rescatadas en la campaña de la Unesco y datan de los tiempos de los faraones.

Fue uno de los más célebres, Ramsés II, quien dedicó uno de los templos de Abu Simbel a su esposa preferida, Nefertari, de la que se piensa que pudo ser una nubia bella y muy inteligente.

Siglos más tarde, la influencia de esa civilización quedó patente durante la dinastía XXV (728-656 a.C.), en la que los reyes nubios dominaron Egipto.

El antiguo director del museo y actual jefe del Centro de Documentación de la Campaña Nubia, Rageh Zaher, recuerda que parte de los trabajadores y técnicos que ayudaron a rescatar los monumentos formaron el nuevo poblado de Abu Simbel.

Al lugar también llegaron nubios y egipcios del norte deseosos de vivir del turismo. Sin embargo, existen reticencias para regresar por parte de muchas familias nubias, para quienes se necesitan más proyectos de desarrollo, como fábricas y comercios, para superar las dificultades económicas, comenta Zaher.

No obstante, ahora que la nueva Constitución egipcia recoge el derecho de los nubios a volver a sus orígenes y a mejorar la calidad de vida en la zona en diez años, hay quienes también albergan una nueva esperanza en el cálido Abu Simbel, con los ojos puestos en el lago y los pies en la tierra. 

* Reportaje EFE