Reseña

Rendición, de Ray Loriga: melancolía en la ciudad transparente

Por José Soto Galindo/ El Economista.com.mx |  21 Junio, 2017 - 13:19
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La nueva obra del escritor madrileño es una fábula distópica, que transcurre dentro y fuera de una metrópolis perfecta.

El jurado del Premio Alfaguara de Novela 2017 destacó que Rendición, la novela de Ray Loriga que ganó el concurso entre las 665 obras presentadas, es “una fábula luminosa sobre el destierro, la pérdida, la paternidad y los afectos”. Rendición admite otra lectura: es una fábula sobre la necesidad de la melancolía y la inconformidad en una sociedad distópica que las ha desterrado.
 
Ray Loriga (Madrid, 1967) retrata una prohibición social a la angustia y una obligación pública a encontrar gusto y diversión en todo. El pretexto es la ciudad transparente, en la que no existen motivos de queja o descontento; una ciudad de paredes de cristal donde el pudor ha desaparecido y no existe necesidad de espiar ni de esconderse. La única religión es el futuro, un problema mayor para el protagonista, que padece del mal descrito por Alejandra Pizarnik en el poema “Futuro”: “Me dicen/ tienes la vida por delante/ pero yo miro/ y no veo nada”.
 
Rendición es un relato en primera persona en el que el protagonista cuenta el abandono del territorio conocido para emprender una excursión obligada a la ciudad transparente, donde los ciudadanos estarán protegidos de la guerra que extinguió las fuentes de agua y los animales del bosque. La segunda parte de la novela se desarrolla en la ciudad perfecta, en la que no hay olores ni llantos, no existe el dinero y la cerveza es gratuita. “Todo era perfecto y estaba controlado en la ciudad, o al menos lo parecía”, dice el protagonista, un granjero aficionado a la caza que se ve forzado a formar nuevos hábitos en una sociedad en la que cada persona tiene una razón de estar.
 
Vale la pena detenerse en la imagen de la ciudad transparente. La narración de Loriga parece conducirnos a una distopía sobre la transparencia total, que pone todo y a todos a la vista de todos. Acorde con la incorporación de las tecnologías digitales en las ciudades hiperconectadas, donde el smartphone y los sistemas de gestión de información saben más de las personas que las personas mismas y delinean conductas y subjetividades. La ciudad de Rendición es delimitada y diáfana y en ella ningún mal puede esconderse ni hacer daño. Los rumores y las sospechas pertenecen a un espacio exterior que ya no existe, que fue saqueado y destruido; en la ciudad transparente, la vida está garantizada y todos sus ciudadanos tienen una actividad laboral acorde a sus aptitudes. Y al parecer son libres: contrario a la imagen totalitaria de un Estado vigilante y punitivo, aquí la intimidad está garantizada, no hay policías y existe tolerancia para casi todo. Las puertas están abiertas y cualquiera puede cruzarlas y regresar al viejo mundo.
 
Por momentos, el protagonista da la impresión de acercarse a Gregorio Samsa de La metamorfósis, de Kafka, como un inadaptado en un régimen burocrático del que se ha vuelto presa; en otros, coquetea con Winston Smith de 1984, de Orwell, como un iluminado que ha descubierto los entresijos de la alienación e intenta liberarse. Pero en ambos casos evita acoplarse a los modelos clásicos, ante un control más poderoso que supera el de cualquier sociedad autoritaria, es presa de sí mismo y está enfrentado consigo mismo. “La ciudad era perfecta y quejarse de lo perfecto es cosa de locos, y en ausencia de problemas mayores, y de ésos aquí no había, sólo la mala fe sería capaz de levantar la voz, y como la mala fe no la encontraba uno dentro de sí mismo ni aunque le diera la vuelta al forro de los bolsillos, no había más remedio que callar y tragar”, confiesa.
 
A diferencia de Samsa y de Smith, el protagonista se encuentra imposibilitado de materializar sus pensamientos sumido en una extraña sensación de paz y felicidad. Como si alguien distinguiera el control psicopolítico, en el que cada uno es el vigilante de sí mismo, y se boicoterara para evitar combatirlo. Pero en Rendición la liberación es la melancolía, que no aspira a ser creativa ni paralizante, es apenas un estado que permite atesorar el pasado como el territorio en el que, a pesar de las adversidades o los desencuentros, se vivió con agrado y a un tiempo determinado por el fluir natural de las cosas. Y la ciudad transparente, en medio de su tolerancia y su perfección, la ha proscrito.