Reseña

“Tres tristes tigres”, cruda radiografía teatral del arribismo chileno

Por Claudio Pereda Madrid |  18 Mayo, 2015 - 10:11
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El encuentro de los tres personajes centrales genera una verdadera bomba de neutrones emocionales. Con una serie de diálogos potentes, fielmente mantenidos del texto original de 1967, pero que parecen adaptados a los tiempos que corren.

Alejandro Sieveking debe ser uno de los mejores dramaturgos del país. En un espacio en el que las nuevas generaciones siempre han logrado aportar interesantes nombres desde los años 80 hasta ahora, el longevo autor no deja de sorprender con su mirada intensamente existencial.

Ya desde la profunda “Ánimas de día claro” (1962), en donde con una soltura de cuerpo increíble -y con una profundad sorprendente- logra a ubicar un verdadero drama shakespeariano en el meollo del campo chileno, el autor da cuenta permanente de una pluma certera, desprendida de prejuicios y claramente libertina.

“Tres tristres tigres” es la historia de tres personajes agobiados por las carencias, por lo que los demás creen de ellos y por lo que sus propias  personalidades son incapaces de aceptar sobre sí mismos. Es una tragedia de principio a fin, pero que a pesar de haberse escrito en los años 60 mantiene una actualidad preclara.

Rudy (Remigio Remedy) es un tipo aparentemente exitoso, un empresario comerciante, que –en realidad- sostiene apenas un fantasioso castillo de naipes que se le está viniendo abajo; Tito (Erto Pantoja) trabaja para él y no se da cuenta de esa realidad, porque está muy preocupado de la propia, tratando de escalar posiciones en el negocio; y Amanda (Patricia López) viene crudamente de vuelta desde un fracaso estrepitoso como bailarina de una boite de medianísimo pelo.

Tito y Amanda son hermanos. Bueno, medio hermanos no más, pero familiares al fin. Él le dice a ella que si enamora a Rudy, él puede escalar en la empresa. Por lo que, una vez que lo conquiste, le pide hablarle sobre sus habilidades.

El encuentro entre los tres genera una verdadera bomba de neutrones emocionales. Con una serie de diálogos potentes, fielmente mantenidos del texto original de 1967, pero que parecen adaptados a los tiempos que corren, la acción avanza inexorable hacia un estrepitoso fracaso, hacia el miedo intenso a perder lo último que les va quedando: la fantasía de creer lo que no son.

El drama es que los perdedores mayores en este juego de máscaras son los que están debajo del ordenamiento social, esos verdaderos hombres y mujeres invisibles que sólo suman como cifras, como masa inerme.

Si bien podría señalarse que dado como se ha desarrollado la sociedad el planteamiento de la obra puede no ser novedoso, lo cierto es que observar el texto y sus planteamientos así no pareciera ser la óptica correcta. La estética del montaje se mantiene en los 70 probablemente por eso: para subrayar que siendo escrita en esos años y que habla desde el pasado, lo cierto es que sigue siendo actual.

Willy Semler, actor que hizo parte importante de su carrera dramática en la compañía de Andrés Pérez, observa el teatro de una manera potente y moderna. Su dirección es simple, pero intensa.

Si bien la obra gira en torno a los parlamentos, ambientados todos en un mismo punto –el departamento de Tito, que está a días de perder- igual entrega espacios para movimientos coordinados entre los actores que van ayudando a la acción y para instantes como bailes y canciones, a cargo de Amanda.

Los actores desarrollan una tarea ardua, con emociones que se manifiestan a través de un activo traslado físico, buscando equilibrar la crudeza del texto. En ese sentido, el mejor registro es el que propone Erto Pantoja, quien desarrolla un enigmático Tito, quien lentamente van quitándose las capas de sus complejidades.

Remigio Remedy y Patricia López, en cambio, llevan a cabo un esfuerzo mayor. Sus años como actores de teleseries televisivas les obliga a rendir una perfomance más activa. Y salen bien del desafío, pero sus personajes a veces resultan un poco planos.

En sus breves participaciones, Kiki Rojo hace lo propio como la hija de la dueña del departamento, quien también termina siendo víctima de la manipulación emocional que con tanta efectividad desarrolla Rudi.

La obra de Sieveking, que tiene una poderosa versión en el cine a cargo del fallecido cineasta Raúl Ruiz, exhibe clara autonomía de vuelo. Es un texto moderno, trabajado hace décadas, pero que sigue reflejando con frescura esa naturaleza humana tan pequeña y también tan inútil de la sociedad chilena llamada “arribismo”.

La puesta en escena es dinámica y decidida. Los quiebres son oportunos y se manejan de manera adecuada las variadas intensidades que genera la trama.

“Tres tristes tigres” se presenta hasta el 30 de mayo en el Teatro de la Universidad Católica.