A mediados de los años 60 existía una guerra pacífica y creativa entre las dos grandes factorías de música pop del mundo. Una estaba en Londres, más específicamente en los estudios de la EMI en Abbey Road, una callecita arbolada cercana a Regent’s Park con una cebra pintada en el asfalto. La otra estaba en Los Ángeles, desperdigada por varios estudios de la zona de Hollywood.

En la capital inglesa había cuatro beatles, más el cerebro genial de George Martin, que estaban revolucionando el mundo a base de canciones cada vez más complejas. Del otro lado del Atlántico y del otro lado del desierto, un solitario Brian Wilson, líder de la hasta entonces surfista banda Beach Boys, se las ingeniaba para seguirles el ritmo a aquellas cerquillescas bestias del pop nacidas en Liverpool.

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Cada lanzamiento de un nuevo disco de cualquiera de las dos bandas era como una batalla musical para determinar quién se llevaba los laureles de la calidad. En 1965 los Beatles editaron Rubber Soul, con algunas innovaciones técnicas y compositivas tanto musicales como desde el punto de vista letrístico, y Brian Wilson, que ya no quería más giras con su banda y que había caído en una fuerte depresión fruto de la fama, escuchó el disco y se encerró en un estudio a componer canciones que pudieran superarlo.

Wilson ya no quería más fotos con tablones de surf ni gritos enloquecidos de las chicas. Quería crear una obra maestra. Para mayo de 1966, tenía pronto uno de los discos fundamentales de toda la década y de la historia de la música pop: el Pet Sounds.

Tan fermental fue este disco que cuando los Beatles lo escucharon quedaron con la boca abierta y utilizaron algunos de sus recursos en sus dos álbumes siguientes, con el precepto de disco conceptual: Revolver y Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.

El disco Pet Sounds fue el fruto de un trabajo arduo de un artista obsesionado, perfeccionista e inspirado, cuyo estado de gracia lo ayudó a salir del bajón emocional que estaba atravesando.

Ese proceso de creación integra el argumento de la película "Love & Mercy" (Amor y piedad), una filme biográfico sobre Brian Wilson, dirigido por Bill Pohlad, que se estrenará en Estados Unidos en el mes de marzo.

El papel de Brian Wilson se desdobla en dos facetas temporales: por un lado, el Wilson joven de la etapa beach boy estará en la piel de Paul Dano, un actor reconocido por sus interpretaciones retorcidas y oscuras. Para un Wilson más viejo y reflexivo, en la década de los 80, el rol lo tiene John Cusack.

La película se estrenó en la pasada edición del festival de Berlín con la presencia del mismísmo Wilson en sala. La impresión del filme en el músico fue un shock.

“Luego de ver la película, me alejé caminando con un sentimiento de miedo. A pesar de que hay buena parte de mi vida retratada allí, tuve mucho, mucho, mucho miedo en el proceso de volver a recordarlas”, declaró Wilson a la prensa del festival.

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Con guion de Oren Moverman (autor del guion de I’m not there, la biopic sobre Bob Dylan) y Michael Alan Lerner, la película incluye en su argumento la presencia del polémico psicólogo Eugene Landy, intepretado por el actor Paul Giamatti, quien participara durante años en el proceso de recuperación mental de Wilson. A tal punto llegó la relación que Landy aparece en los créditos del disco solista que Wilson editó en 1988, y que se abre justamente con la canción Love & Mercy.

Estos dos planos temporales se superponen en el filme, en una historia de espiral que integra la creación artística, la experimentación musical y con las drogas, la psicodelia y los sentidos alterados.

Dos décadas luego de haber creado uno de los discos más importantes de la historia, Wilson es una estrella en desgracia, un hombre lleno de complejos y de dudas, en las manos de un doctor manipulador.

Una mujer, encarnada por la actriz Elizabeth Banks, intentará influir en Wilson a través del amor para devolverlo a la vida. Una fábula de arte, fama y decadencia bajo los cielos siempre despejados de la soleada California.