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Escritor Rafael Casajús: “el psicoanálisis favorece el amor y el trabajo”

Por Télam / Lifestyle | 11 Mayo, 2015 - 15:44
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El docente despeja cantidad de malentendidos alrededor de este concepto -tratado por Freud y por Lacan, con retóricas distintas- en su trabajo, "Del goce".

En "Del goce", el psicoanalista y docente Rafael Casajús despeja cantidad de malentendidos alrededor de este concepto -tratado por Freud y por Lacan, con retóricas distintas-, y apuesta, sin obligar ni moralizar, no sólo a los efectos terapéuticos de su práctica sino también a los efectos éticos.

El libro, publicado por la editorial Letra Viva, concentra un trabajo de años de formación en Buenos Aires, en Córdoba y en Neuquén.

- ¿De qué se habla cuando se apela al goce en psicoanálisis?

- La suya es una pregunta muy simple que podría contestarse con igual simpleza; gozar es alcanzar el bienestar de una satisfacción. Sin embargo los puntos de vista desde donde el psicoanálisis aborda el espectro de vivencias del ser humano suelen no coincidir con lo que nos dicta la evidencia, al parecer incontrastable, del concienzudo sentido común.
 
Como dice Jacques-Alain Miller en "Los signos del goce", no nos manejamos con evidencias sino con axiomas psicoanalíticos. Entonces, ante una pregunta en apariencia simple el psicoanalista se encontraría frente a una situación paradojal, ya que podría responder con simpleza y precisión satisfactorias siempre y cuando desarrolle previamente un buen número de premisas psíquicas. No someteré a semejante prueba la paciencia de los lectores, ya que eso implicaría agotar mis esfuerzos en todo un ensayo. Sin embargo, arriesgaré algunos comentarios.

Ya nuestro mentor (por Sigmund Freud) acuñó un oxímoron lo suficientemente retórico como para introducirnos de un solo golpe en la problemática que usted plantea (que es la de nuestra existencia): la pulsión de muerte. A saber, ¿cómo es posible que haya una satisfacción en la ruina? Ocurre y suele ser motivo de análisis como en el emblemático caso de Elizabeth Von R. que cuando al entrar a la habitación de su hermana recién fallecida tiene esa nefasta, enfermiza, demoníaca ocurrencia -entre inconsciencia y repudio-, ahora él ya está libre para ser mío. Después de todo, si semejante arranque la lesiona, es por el amor hacia la hermana; entonces, nuevamente, ¿cómo se puede desear tamaña corrosión tratándose de los seres que amamos y por tanto de nuestra propia vida?


 
Es el absurdo en el que solemos encallar nuestra existencia y para colmo (mejor sería no haber nacido, como dice Antígona), ¡la extravagancia está al servicio del cumplimiento de una satisfacción! ¡Vaya estrago!
 
La genialidad de Freud consistió en desarrollar un método de tratamiento que permite hacer de esa calamidad un poder terapéutico y con ello un empuje y no un límite en la vida. ¿Acaso su intervención no le permitió deshacer su nudo y casarse con un extranjero, reen-caminar-se en su existencia? En otros términos, es un tratamiento que permite hacer habitable la neurosis pero no sin pagar un elevado precio y no me refiero sólo al monetario, sino al que Elizabeth paga ahí, la pérdida de la inocencia. Es que si la neurosis, por más estragos que traiga, tiene un beneficio secundario es el de mantener al neurótico alejado, en desconocimiento de la verdad de su goce. Reprimir es la forma de desconocer cómo y con qué nos satisfacemos y si mantenemos el desconocimiento no sólo podemos seguir gozando sino hacerlo en completa inocencia.
 
Todo análisis necesariamente conlleva pérdida de inocencia y es ésta, entre otras, una de las razones por la que tanta gente prefiere no analizarse, ya que de algún modo saben que si hablan, pierden. Están en su derecho.
 
Es escuchable con frecuencia: yo no fui, yo no soy, por qué me pasa a mí. Se trata de una de las pasiones de la neurosis, exceptuarse respecto de aquello que es lo que más le incumbe. Insisto, están en su derecho, ya que el psicoanálisis no pretende impartir normas y reglas de vida. Analizarse es una decisión personal.

Es por esa conservación de goce que Jacques Lacan dice que el neurótico ama su síntoma como a sí mismo, que es otra forma de decir -aún más perturbadora que la enunciación freudiana- que existe una decidida defensa de la vigencia de la pulsión de muerte … por esto de amor a su síntoma. En realidad, no es muy difícil comprobar ese amor: la mayoría de la gente encuentra que no hay tema como su propio tema. Es lo que se llama narcisismo o culto a la personalidad. Pero ¿qué? ¿¡Acaso uno no puede hablar de uno mismo!? ¡Pero por supuesto!, ¡el problema, no para el sujeto sino para los que lo rodean, es cuando eso no se gasta!
 
También es un observable que los seres humanos nos arreglamos bien para tener poco apego a la verdad, como dice Lacan los hombres se acomodan a la no-verdad, y con eso el goce destructivo permanece intacto.
 
Quizá la imaginería de la buena disposición de ánimo pueda hacer creer a algunos que la pulsión de muerte sólo le ocurre a los otros, a algunos otros más o menos deficientes como pueden ser consideradas las histéricas.


 
¿¡Cómo aceptar que pueda haber en nosotros algo que trabaje contra nosotros con decisión y sin descanso!? Ante esta incongruencia hay una inmediata salida, no muy elegante pero sí medianamente efectiva: ¡no soy yo el que me daño a mí mismo, es el otro el que lo hace!, cosa que existe, por supuesto, pero no es éste el asunto que nos convoca. Entonces, si las cosas están en esos términos, si la pulsión de muerte nos habita a todos sin excepción, ¿¡qué hacer?!

- Si el inconsciente es el maestro ¿cómo se  forma un analista?

- ESO hace chistes, ESO hace lapsus, ESO hace sueños, ESO hace síntomas significa entonces que ESO habla y en tanto ESO habla le damos cita. Es el trabajo de un análisis: dar cita a los dioses del averno. Es por eso que para cualquiera que tenga la decisión y el deseo, no solo para un analista en formación, de lo que se tratará es de hacer de su inconsciente su yugo. Esto quiere decir que no es suficiente con hacer lapsus, síntomas, etcétera, sino que también hay que poder escucharlos (citarlos) para poder orientarse con ellos. Así, lo que viene del inconsciente alcanza estatuto ético, y será con lo que uno se guiará. Tarea nada fácil y bien incómoda, después de todo. Si los seres humanos nos acomodamos a la no-verdad es por la entusiasta afección que tenemos por el desconocimiento, no por nada Lacan dice que ignorar es una de las pasiones fundamentales del ser humano.
 
En cuanto a este acomodarse a la no-verdad, la histeria, lejos de ser un retraso es ese avance ético según el cual ya no se acomoda fácilmente y hace de su síntoma, no sin la escucha de Freud, su guía de vida. ¿Puedo decirlo de otra forma más enfática? Hacen falta cojones porque como dice Lacan las bromas se terminan cuando se trata de vérselas con la castración y la pulsión de muerte es eso: castra, limita, impone, hace decir (incluso en contra de uno mismo) y sobre todo, hace repetir. Se prefiere ignorar apasionadamente lo que tenga que ver con ella.
 
La exasperación del sujeto que se dice ¡de nuevo me pasa lo mismo!, es la forma cabal en la que descubre que algo lo trabaja, que algo lo puede, sólo que lo que no puede descubrir es que allí si eso se perpetúa es por la satisfacción correspondiente.
 
Sepa disculpar el lector la violencia de lo que voy a decir: reproducimos lo que rechazamos. Y lo hacemos habiendo en ello una satisfacción inconfesable, es el más allá del principio del placer, ¿o acaso no suele ocurrirnos que dañamos lo que más queremos? Es así, es la subversión freudiana, el descubrir que bien puede haber satisfacción en el malestar.
 
Se me objetará: puede ser, pero ¿por qué habla de satisfacción? Es que para cualquiera de nosotros un tropezón no es caída, dos empieza a ser enigmático, pero ya al tercero nos hacemos reos de nuestra propia desconfianza y las preguntas y las imputaciones que nos dirigimos tienen ese sesgo que denota la clave de lo que se pone en juego: ¿¡qué clase de persona soy que daño persistentemente a los que amo!? En otros términos ¿qué se satisface ahí?
 
Y aquí otra subversión freudiana: cuando Elizabeth descubre en el análisis con Freud que había tenido esa ominosa, desdichada ocurrencia al entrar a la pieza de su hermana recién muerta, Freud aporta: el hecho de que usted haya enfermado de neurosis por dicha ocurrencia es prueba de su valor ético. Podemos considerar que una neurosis es el resultado de un conflicto ético, lo cual nos lleva a interrogarnos qué pasa cuando no hay una neurosis constituida.
 
Analizarse supone estar dispuesto a gastar un goce, hacer cesar una satisfacción que parasita al sujeto inhabilitándolo, inhibiéndole su capacidad de amor y de trabajo.
 
No es algo que se suela subrayar: el psicoanálisis favorece el amor y el trabajo. Entonces si vamos a aceptar un yugo, porque eso sí, parece que los seres humanos no podemos vivir sin él, digo, si vamos a aceptar uno, ¿por qué tiene que ser el del Otro? Está claro que hay muchos que se atropellan por proponerse como ejemplos a seguir (políticos, capitalistas, gurúes, científicos, grandes profesores, estrellas de rock y la televisión, sexólogos, terapeutas especializados en tal o cual cosa, etc.) cual amos victoriosos de turno que parecen haber conquistado algún fragmento de la realidad. Venden su logro como un paraíso conquistado. Puede ser, ¿por qué no? El asunto es que, como dice Lacan, no aceptar el yugo del propio inconsciente, desconocer aquello que nos habita, trae un problema: es eso, o peor. Así que ¿por qué no hacer del propio inconsciente el propio maestro en vez de seguir el de algún Otro?
 
El trabajo de un análisis es eso. Que el sujeto encuentre su propia libertad en su propia determinación. Por eso Lacan dice que el inconsciente es la política, la diferencia irreductible de cada sujeto.