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¿Por qué perturba la desnudez? Un recorrido por la historia del desnudo en el arte

Por El Espectador | 8 Agosto, 2014 - 12:01
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La tensión entre la exposición del cuerpo y el arte ha sido esencial en el desarrollo de las formas y las representaciones.

En junio pasado, la artista Deborah de Robertis se sentó frente al cuadro ‘El origen del mundo’, de Gustave Courbet, en una de las salas más transitadas del Museo de Orsay en París, y mostró su sexo. En breve, guardias del museo se apostaron en las entradas de la sala alejando a un grupo de personas que, de repente, se había reunido allí para ver el espectáculo: con empujones suaves alejaban al público, que ya aplaudía con rigurosidad y alegría, y pedían a la mujer que volviera a la compostura.

De Robertis se estacionó allí, quizá en parte porque ya había llamado la atención y ése es todo el objetivo de un performance, y seguía con las piernas abiertas, casi estática. El performance terminó en poco tiempo, y quienes aplaudieron se fueron dispersando. Los guardias pidieron a la mujer que saliera. El museo guardó silencio.

A pesar del mutismo, es sencillo presentir por qué De Robertis causó semejante atención. Más allá de la calidad de su performance, que bien podría ser nula, De Robertis quería producir en los espectadores cierto desconcierto, una pululación de los sentidos hacia la moralidad. Si estaba bien mostrar el cuadro de Courbet, ¿por qué no extrapolarlo a la realidad tangible? La propuesta de Courbet tiene un matiz estético apenas comprendido en la segunda mitad del siglo XX: de allí hacia atrás, la pintura solía estar cubierta y fue parte de colecciones privadas. Muy privadas.

¿Qué tiene el desnudo —y el sexo— que, cuando se encuentra en el arte, causa un profundo rechazo o un apoyo irrestricto? El desnudo es, tal vez, uno de los motivos más comunes en el arte plástico. Las esculturas más apreciadas por los museos, y que pertenecen a la época gloriosa de Grecia y Roma, son desnudos tallados sobre mármol y piedra.

Casi todas ellas son representaciones de dioses, formas que contribuyen a su idealización: cuerpos fuertes, grandes, anchurosos, tan sólidos e inmortales como la roca de que se alimentan. En el arte clásico el desnudo está atado a este tipo de representación, que no configura ninguna molestia. La Venus de Milo muestra ambos senos y un abdomen, si se quiere, sensual. El cuerpo es aquí una forma de la gloria de las deidades, el modo más sencillo de expresar que su valor supera al de los hombres.

La religión y la moral, sin embargo, hicieron lo suyo durante la Edad Media. La posesión de material artístico por parte de las instituciones más poderosas del catolicismo, y también el extenso papel de la Inquisición, permitieron que la Iglesia controlara la censura de arte.

Cuando Miguel Ángel pintó las figuras desnudas de la Capilla Sixtina, el artista Daniele da Volterra fue el encargado de pintar hojas de parra sobre cada uno de los sexos de los ángeles: lo logró con casi todos, aunque en una restauración posterior fue posible recuperar la imagen de unos cuantos. Un papa estuvo a punto de eliminar todos los frescos: la academia de pintura de entonces lo convenció de lo contrario.

Otra obra de Miguel Ángel fue censurada de una manera similar. Cuando su ‘David’ fue puesto en una plaza pública, los transeúntes la abuchearon por una razón esencial: mostraba su pene. Una hoja de parra cubrió la obra original por algún tiempo, y también, en otros lugares, a algunas de las réplicas. El ‘David’ se convirtió pronto en un símbolo político de Florencia y una de las esculturas clásicas del Renacimiento.

La postura frente a los desnudos, sin embargo, continuó por esa misma vía. ‘La maja desnuda’ obligó a Francisco de Goya a ir a juicio. La pintura se salvó y Goya fue absuelto por su amistad con un cardenal. A pesar de ello, fue ocultada en una colección privada por casi un siglo.

El historiador británico de arte Kenneth Clark habla en ‘El desnudo’ (‘The Nude’) de esta constante tensión en el arte. Jonathan Jones, crítico de arte del diario inglés The Guardian, dice esto sobre el texto de Clark: “Un cuerpo desnudo, argumentaba, es vulnerable y defectuoso, feo y decadente. La desnudez es ideal y generosa. No es un cuerpo real, sino imaginado”. Clark divide esta exposición del cuerpo humano entre desnudez y desnudo (en inglés, la división lingüística es más evidente: ‘nakedness’ y ‘nudity’).

Sin embargo, Jones disiente con Clark y asegura que esta división es clásica pero tiene ciertos desajustes: “Lo que de seguro es errado en la idea de Clark es que separa arte y vida de un modo muy marcado. En arte, existen cuerpos desnudos quebrados, vulnerables, y existen chispazos de perfección física, de formas arrebatadas, en la desnudez. La vida también es así. Existe la belleza física, existe el amor físico, y hay momentos en que el cuerpo del amante alcanza la majestad divina”.

Quizá es aquella majestad cuanto asusta a los censuradores: la revelación, la puesta en escena del cuerpo como una de las formas esenciales humanas. Es muy probable que esa aceptación de humanidad, a través de la mera exposición, de la exposición del error —la asimetría de los cuerpos, su decadencia— sea un motivo suficiente para censurar una obra de arte. En ese entonces y ahora, el arte parece estar consagrado a la perfección de la forma, a pesar de que no exista tal. El arte contemporáneo se encargó de dilucidar la existencia de un nuevo cuerpo de maneras más sutiles y por ello, con mayor impacto.

La Olympia de Édouard Manet se convirtió en un objeto sexual en tiempos en que la apreciación del cuerpo parecía convertirse en algo común (los desnudos de Ingrès ya eran populares). La Olympia volvió a quebrar esa sensación: la orquídea en la cabeza de la mujer, sus tacones, la pulsera que encierra su muñeca, todo apuntaba a la sensualidad y a la exposición sexual de un cuerpo que parece dispuesto a ella. La mano sobre su sexo puede ser interpretada como pudor, pero más valdría, conociendo al París de entonces, afirmar que esa prohibición no es tan tajante: es apenas una insinuación.

Algunas semanas atrás, la artista japonesa Megumi Igarashi fue enviada a la cárcel por una semana, acusada de difundir material “obsceno” con el objetivo de crear un kayak en forma de vagina.

El significado, con sus propias singularidades, podría apuntar al mismo que quería darle De Robertis a su performance. “La vagina es parte importante del cuerpo de las mujeres y está relacionada, por ejemplo, con el parto o la menstruación. Mi obra tiene mucho éxito entre mujeres. Las mujeres tenemos muy pocas oportunidades de pensar en esta parte del cuerpo”, dijo Iragashi.

Pensamiento y sensibilidad: amabas categorías, que definen la naturaleza humana, se enfrentan en la exposición de un desnudo. La segunda busca abrir la percepción sensible; la primera espera limitarla. Un desnudo expone más el efecto sobre quien lo ve que sobre sí mismo. La sorpresa y la representación están instaladas en el público: el artista quiere retarlas.