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América tiene nombre de mujer

Por Ángela Martín Laiton/ El Espectador | 18 Agosto, 2016 - 09:03
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Tres fueron decisivas en su época: Policarpa Salavarrieta, Manuela Sáenz y Juana Azurduy.

“Ved que, aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. No olvidéis este ejemplo”, arengaba con rebeldía minutos antes de ser fusilada la espía, la guerrera, la criolla, la mujer que había desafiado no solo la orden española en América, también el machismo de sus compatriotas que en repetidas ocasiones no creyeron que los asuntos revolucionarios independentistas fueran competencia de las mujeres. A los 21 años, Policarpa Salavarrieta, “La Pola”, se había movido con agilidad trayendo y llevando información o comprando material de guerra, hasta convertirse en la más sagaz de las espías.
 
Fue su tarea camuflarse como costurera de las mujeres de clase alta para llevar nombres, lugares, información útil a las guerrillas; su origen foráneo le daba la ventaja de ser desconocida por mucha gente acomodada de la Bogotá de entonces, lo que favorecería su arriesgada labor y la haría pieza fundamental para sus compañeros. Numerosos escritores e investigadores han querido dar fe de la vida de la heroína, de quien pocos recursos historiográficos se poseen. Aun así, después de su fusilamiento fue inspiración de muchas mujeres para unirse a la causa revolucionaria.
 
Fueron duros años de lucha política, arrancar la corona española de América había unido más personas de las que narra la historia oficial sobre la independencia, rabiosos pueblos originarios que continuaban resistiendo al yugo, mujeres entre las columnas que dejaron la vida luchando por la libertad, esos ejércitos repletos de campesinos a los que nuestro ideal histórico no ha hecho justicia. Es “La Pola” ese símbolo de rebeldía que se ganó el respeto entre las filas independentistas. Es, quizá, la representación más visible de mujeres que emprendieron la batalla en el país.
 
En medio del silencio en el Palacio de San Carlos, una mujer se interpone entre Bolívar y quienes querían asesinarlo, la quiteña de cabellos negros que participó activamente en las campañas de la gesta libertadora, se puso en boca de la sociedad de la época al abandonar a su legítimo marido y amar con libertad a Simón Bolívar. Enviada a ocupar el lugar de la amante, denigrada por una historia machista, y durante años olvidada, actuó en contra de lo que ella misma en las bellísimas cartas que intercambiaba con el libertador definiría como convencionalismos e hipocresía. Manuela Sáenz, la coronela, a pesar de aquella historia romántica donde con injusticia ha sido confinada, venció a los detractores de su época con su aguerrida estrategia militar, la convicción y el ideal libertario e incluso como consejera en la organización del Estado.
 
La libertadora del libertador fue el título que le confirió Simón Bolívar después de que lo ayudara a escapar de un intento de asesinato, producto de una traición de sus compañeros, quienes fueron descubiertos y detenidos por Manuela, dándole tiempo de salir por la ventana. Innumerables son las anécdotas que levantó la figura de la heroína más controversial de la independencia, habría que pujar duro contra la infamia machista que le niega a Manuela Sáenz lo que sus compañeros reconocieron miles de veces: un huracán violento que vestido de hombre irrumpió en las batallas fusil en mano para luego transformarse en enfermera de sus compañeros caídos. Una mujer valiente que luchó con fuerza por los derechos de sus congéneres.
 
“El sentimiento que recogí del Libertador, y el ascenso a Coronel que le ha conferido, el primero que firma en la patria de su nombre, se vieron acompañados de comentarios del valor y la abnegación que identificaron a su persona durante los años más difíciles de la lucha por la independencia”, firmaba Manuela Sáenz en una carta dirigida hacia doña Juana Azurduy tiempo después de la visita de Bolívar a esta última para ascenderla a coronel por su larga lucha con las filas de los idealistas.
 
Nacida en el Virreinato del Alto Perú, actual Bolivia, es conocida de palmo a palmo hasta el norte argentino como una de las más feroces guerreras de las luchas independentistas, Azurduy, de ascendencia indígena y española, aprendió desde niña el quechua y el español. Expulsada del convento en el que residía a los 17 años, se unió a la Revolución de Chuquisaca, y desde ese momento no paró nunca su deber como miliciana. La narran las leyendas en diferentes batallas, como aquella en Ayohuma, donde el ejército de Buenos Aires estaba siendo vencido, cuando surgió su batallón feroz, repletico de mujeres y hombres liderados por ella. “Entonces surge en la escena, causando general sorpresa, una hermosa y denodada mujer, con una legión de independientes: ¡Era Doña Juana Azurduy de Padilla! Pasiones cívicas, entusiasmo épico, pensamientos redentores, le animaban al sacrificio de la lucha”, narra Macedonio Urquidi en 1919. Perdió a cuatro de sus hijos y a su esposo en medio de la lucha independentista; dicen también que en su quinto embarazo se encontraba en medio de una batalla y tuvo que dar a luz, algunos de sus hombres la custodiaban junto al río mientras su esposo, Manuel Ascencio Padilla, luchaba contra los realistas. Nacida su hija, se dio cuenta de la traición de sus custodios, que pretendían matarlas y robar su botín, cuchillo en mano y al galope, se lanza al río y sale por la otra orilla salvando a su pequeña.
 
Nació la nueva América parida con nombre de mujer, surgieron las nuevas patrias, otras luchas, quedó la angustia de anhelar países sin colonizar, el reto de darle a la historia también forma de fémina valiente y el compromiso certero de repúblicas libres e independientes de verdad.