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Cómo enfrentarse al fast fashion, según Melisa Moreu

Por Natalia Pedraza / El Espectador: | 6 Junio, 2019 - 14:00
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La diseñadora de moda colombiana compara este tipo de producto con "McDonald’s: mala calidad y daño irreversible al planeta”.

Nos ha pasado que un día entramos a una tienda de ropa, vemos varias  prendas y nos damos cuenta de que la blusa que acariciamos con nuestras manos (y ojos) tiene un precio excesivamente bajo. Aunque no la necesitamos, escuchamos el susurro del deseo y concluimos que no volveremos a encontrar otra igual con semejante precio. La sacamos del gancho, en el vestier nos la medimos y, finalmente, nos enamoramos de lo que vemos en el espejo. 

La usamos un par de veces y pronto vemos que el pedazo de tela no es como el día que lo compramos. Su color ha palidecido y detectamos un huequito que no logramos explicar cómo llegó ahí. De este modo, la que fue durante unos meses una de nuestras prendas favoritas, termina en el tarro de la basura. Tan malo es su estado que nos da hasta pena regalarla.

Estas imagenes las repetimos de vez en cuando los que hemos comprado en tiendas de ropa como Zara, Bershka, Forever 21 y H&M. Por eso es válido preguntarse lo siguiente: ¿qué tan seguido nos cuestionamos sobre lo que hay detrás de esta industria? ¿Quiénes hacen posible que la moda llegue a nosotros de una forma tan fácil y a precios tan bajos? ¿Por qué la ropa de estas marcas tiene una vida útil que hace trizas nuestras expectativas? 

Hace un tiempo, Melisa Moreu empezó a formulárselas. No tuvo necesidad de viajar a los países donde fabrican en masa esta ropa para concluir que algo está fallando. Las razones que la animaron a replantear su relación con la ropa ahora las comparte en sus redes sociales y en algunos medios de comunicación. 

¿Desde cuándo le interesa la moda?

La ropa como indumentaria me interesa desde siempre. Yo era de esas niñas que cosía la ropa de sus muñecas y modificaba los vestidos que les compraba. Creo que eso se los debo a mis papás, pues me daban la libertad de vestirme con lo que yo quería, me permitían arreglarla. Como siempre fui muy creativa, me entretenía tratando de entender cómo se hace la ropa.

¿Qué es la industria fast fashion? 

El fast fashion es como McDonald’s: mala calidad y daño irreversible para el planeta. Es una industria que explota a sus trabajadores y terceriza su producción en países con altos índices de pobreza. Es salvaje la cantidad de agua que usan para producir cada prenda, sus procesos de teñido están acabando con ríos y mares. Además, es un trabajo mal pago y en condiciones de peligro y abuso. Está fuera de control.

Casi nunca nos preguntamos por la producción de las cosas que consumimos...

Curiosamente, mi primer acercamiento no fue por la ropa. Un día estaba buscando cosas en Internet y me encontré con la tendencia ‘no poo’ (no shampoo). No podía creer que existiera gente en el mundo que no usara shampoo, jabón ni desodorante. Empecé a buscar más información y me topé con la relación que existe entre los químicos de los cosméticos y enfermedades como el cáncer. Muchos integrantes de mi familia han sufrido de esta enfermedad, entonces, cuando supe esto, no dudé un segundo y fui tan radical como pude. Pasé de ser la chica vanidosa que invertía 400.000 pesos en shampoo, a lavarme el pelo con miel y a usar bicarbonato como desodorante. 

¿Qué cambió en su vida?

No volví a comprar algo que no estuviera hecho en Colombia. Además, organicé eventos y manifestaciones, quería que todos lo supieran. Trasladé esos cuestionamientos a cada una de las áreas de mi vida: dejé de usar y consumir pitillos, gaseosas, bolsas plásticas... 

¿Por qué es importante saber quién hizo nuestra ropa?

Porque estamos en una era en la que predomina el greenwashing, empresas que se venden como sostenibles cuando realmente no lo son. Lo usan como fachada para esconder que son compañías en donde lucrarse está por encima de los principios, incluso de la vida. Es importante saber que cada una de nuestras compras es un voto, y tenemos la posibilidad de votar a favor o en contra de las condiciones de trabajo de mujeres que tienen turnos de 16 horas y ganan 40 dólares al mes. 

Los países que más ropa producen para esta industria son Bangladesh, China, India, Pakistán, Vietnam y Camboya.

Decidió hacer activismo sobre este tema.

Lo mínimo que le debo al mundo es transparencia, pues soy habitante de un planeta que no me pertenece. Eso mismo espero de las empresas que me alimentan y me visten. Entonces, cuando estas empresas no me muestran transparencia, siento que es mi tarea denunciar la situación, hacer que todo el mundo lo sepa, así como alguien me lo hizo saber. 

¿Qué ha hecho desde que inició el activismo?

Hice manifestaciones en la universidad, proyectos de sostenibilidad, eventos de intercambio de ropa, retos virales en las redes y hasta una protesta en la inauguración de H&M en Colombia. Básicamente, todo lo que he tenido a la mano.

¿Cómo se lo han tomado las personas a las que les ha hablado del tema?

Sorprendentemente bien. La mayoría de las veces quienes me escuchan son receptivos. Principalmente, porque no tienen ni la menor idea de lo que les hablo. Es irónico que un tema sea tan viral y tan desconocido a la vez.

¿Por qué es valiosa la toma de conciencia en este tema?

Porque el tema de la moda es apenas la punta del iceberg. La crisis social y medioambiental que vivimos es culpa de todos, no es solo tarea del gobierno, de las ONGs o del vecino. Es una responsabilidad que todos tenemos.

63% será el crecimiento de la producción de esta ropa  para el 2030, si mantenemos el mismo ritmo de consumo. Foto: Natalia Pedraza Bravo.

Si queremos comprar ropa de una manera consciente, ¿qué deberíamos saber o en que nos deberíamos fijar? 

Debemos bajarle el ritmo a las compras, regresar a la cultura de comprar una chaqueta de calidad para toda la vida. De este modo nos aseguramos de que haya menos producción, menos contaminación, menos residuos. Adicionalmente, hay diferentes formas de aportar: asegurándonos de que todo sea hecho en Colombia, comprando a empresas sociales, comprando de segunda y reparando la ropa, en lugar de botarla. 

¿La ropa fast fashion tiene futuro?

Yo creo que todas las empresas sin propósito están destinadas a morir, porque, de lo contrario, seguiríamos en un ritmo de consumo en el que pronto no va a haber planeta para fast ni para slow fashion. Mi trabajo en ‘Sistema B’ me ha abierto los ojos a un movimiento de más de 3.000 empresas en el mundo (Bcorps) que logran un triple impacto: económico, social y ambiental. Si ellas pueden, cualquiera puede.

¿De qué otras formas podríamos contribuir a un consumo consciente?

Infortunadamente, esta sociedad vive a un ritmo muy acelerado en el que cada vez es más difícil reflexionar sobre lo que consumimos. Un buen ejemplo de lo que deberíamos pensar cuando consumimos es la frase que dijo Greta Thunberg, activista medioambiental de 16 años, durante el Foro Económico Mundial: “Quiero que actúen como si estuvieran en una crisis. Quiero que actúen como si nuestra casa estuviera en llamas, porque así es”.