Artículos

Cómo es la vida después de un infarto

Por El Universo | 18 Julio, 2017 - 15:54
  • pexels-photo-103123.jpeg

Actualmente, el paciente es capaz de efectuar su rutina con un excelente pronóstico de sobrevida.

Hace unas décadas, la sobrevida después del primer infarto era de máximo diez años. Ahora, esa expectativa ha aumentado considerablemente.
 
Le puede ocurrir a un joven con antecedentes familiares, sobrepeso juvenil, tabaquismo, presión alta no detectada. Y también a un adulto mayor que ha sido saludable toda la vida, pero se descuida en la última etapa y enferma de diabetes.
 
El infarto cardiaco ocurre más en hombres que en mujeres, 3 a 1, indica el cardiólogo intervencionista Agustín Loor. El promedio de edad para el primer evento es 50 años. Pero también se ve de 25–30 y en mayores de 70. “No hay un factor que indique mayor prevalencia en un anciano que en un joven”.
 
Con la terapéutica actual, dice Loor, el paciente es capaz de reintegrarse a una vida normal, con un excelente pronóstico de sobrevida. “Su expectativa va a ser casi igual al de quien no ha tenido infarto. Alguien de 40 años puede vivir hasta los 80”.
 
Condiciones para la recuperación
 
La recuperación es igual para cualquier edad o sexo, señala el cardiólogo, y consiste en tres aspectos:
 
1. Cumplir la medicación (estatinas, aspirinas, antitrombóticos, controladores de la presión, diabetes y colesterol).
 
2. Rehabilitación física. El tiempo y resistencia de los ejercicios aumenta gradualmente; comienza con caminatas simples y ejercicios respiratorios, continúa con caminata enérgica y con la posibilidad de reincorporar deportes, de preferencia, natación (nunca pesas, remo, flexiones de pecho ni fútbol).
 
3. Cambios en el estilo de vida. No excederse en el horario laboral, descansar los fines de semana, cultivar la vida familiar y social, eliminar el alcohol y el cigarrillo, y la búsqueda de alguna actividad que brinde tranquilidad, como la meditación o yoga.
 
El problema del bienestar
 
Pero la preocupación de los médicos es la falta de fidelidad de los pacientes a ese tratamiento. Y el principal motivo para que alguien que ha tenido un primer accidente cardiovascular abandone, afirma Loor, es algo paradójico: la sensación de bienestar después de la operación y el alta. “Quedan tan reintegrados física e intelectualmente, a veces durante varios años, que olvidan que son pacientes cardiacos y que requieren cuidado, y vuelven a la vida de excesos: beber, fumar, ser sedentarios”. Y se exponen al siguiente infarto.
 
 
El doctor Gregory Celis, especializado en investigación clínica y epidemiología, aporta que el rango de edad del primer ataque cardiovascular para los países latinos es de 30-60 años, mientras que en Europa está entre los 50 y los 65. “Nuestra gente está muriendo muy joven”.
 
Es un problema médico que se deriva de un problema cultural: “Nuestra forma de comer. Ignoramos los factores de riesgo a corta edad, porque no duelen: cigarrillo, sedentarismo, alcohol, grasas hipersaturadas y azúcares refinados. Y les ponemos atención tarde, cuando viene el coma diabético o el infarto”. E incluso entonces, opina, los latinos adquieren poca disciplina. “A la semana de haber pasado el infarto, el 24% de los pacientes se olvida de lo que le pasó, y vuelve a su vida de antes”.
 
La píldora polifunción
 
Desde el primer minuto después de superar el evento cardiovascular, el paciente y la familia necesitan ser abordados por el médico para modificar hábitos de vida: buen régimen de ejercicio físico y alimentario, abandono del tabaco y, sobre todo, la medicación, defiende el doctor José María Castellano, coordinador del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares de Madrid (CNIC).
 
Él estima que las personas abandonan el tratamiento por factores complejos: socioeconómicos (no tienen dinero para medicinas), asintomáticos (no les duele nada ni perciben beneficio inmediato de las pastillas) y por una pobre relación médico-paciente. “Un estudio (del consorcio de salud Kaiser Permanente y la Universidad de California) midió cuánto tiempo pasamos los médicos hablándoles a los pacientes de lo que les estamos prescribiendo. La media fue de 49 segundos”, comenta Castellano.
 
Está, además, la depresión. Después de un infarto agudo al miocardio, del 30 al 40% de los pacientes sufren una depresión más o menos leve. Se trata de personas de mediana edad que no han sufrido enfermedades previas y han sido independientes, y de repente se ven vulnerables. Pasan de no tomar nada a tener siete fármacos de por vida. Esta depresión suele ser transitoria, no grave, pero suficiente para abandonar el tratamiento.
 
Luego están las múltiples fuentes de información no profesional. “Cuando la persona busca por su cuenta y lee que el fármaco que toma tiene efectos nocivos, lo deja sin comentarlo con su médico”, agrega Castellano. Una de las soluciones propuestas es la polipíldora, promovida por el doctor Valentín Fuster, cardiólogo del Hospital Monte Sinaí, de Nueva York. “Mejora muchísimo la adherencia y el control de factores de riesgo, y (a través del CNIC) estamos inmersos en un estudio en Europa para intentar demostrar que disminuye los eventos ‘duros’: el infarto, la muerte, el ictus”. Castellano aclara que la polipíldora está aprobada por las agencias regulatorias de 50 países, y contiene tres de los fármacos fundamentales de por vida (aspirina, estatinas y ramipril para presión alta).