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Cuando el Oscar para Scorsese consagró a la generación dorada de Hollywood

Por Revista Cultura y Tendencias | 4 Abril, 2014 - 11:24
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Peter Biskind, autor del libro “Moteros tranquilos, toros salvajes” dice que el reconocido director junto a amigos como Coppola, Lucas y Spielberg son “los salvadores de Hollywood”.

La escena es intrínsecamente memorable ese 25 de febrero de 2007. Detrás del escenario del auditórium Shrine en Los Angeles  está Jack Nicholson, portando el sobre con el nombre del vencedor a la Mejor Película. Primero es el turno de anunciar al ganador del Oscar como mejor director. Candidatos son Alejandro González Iñarritu por Babel, Clint Eastwood por Cartas desde Iwo Jima, Stephen Frears por La reina y Paul Greengrass por Vuelo 93.

Pero todas las miradas están sobre un candidato en particular, Martín Scorsese, quien lisa y llanamente había sido ignorado en diversas carreras por obtener la preciada estatuilla. El nerviosismo cunde por todos los rincones, esperando que Steven Spielberg, George Lucas y Francis Ford Coppola confirmen si “Marty” gana o no su ansiado premio.

Se abre el sobre, redoble de tambores y Lucas anuncia lo que todos presentían: “The Oscar goes to… Martín Scorsese”. El público aplaude de pie, Nicholson celebra y el director de “Los Infiltrados” no cree lo que está viviendo, lo que buscó película a película, su consagración definitiva, la había alcanzado con quizás no su mejor filme, pero absolutamente merecido para un hombre que vivió el desenfreno de alcohol, drogas y sexo de los años 70, en medio de una de las más célebres generaciones de la industria fílmica norteamericana, “la generación que salvó a Hollywood” según el libro de Biskind.

En los años 60, las cosas se pusieron oscuras en el mundo del cine estadounidense. Los estudios se declaraban en quiebra y no se veía una salida inmediata, hasta que un desconocido Dustin Hoffman le dijo a una mayor Anne Bancroft: “Está intentando seducirme”. La cinta “El graduado” remeció Estados Unidos y fue como una luz de esperanza en el séptimo arte.

Un nuevo paso lo dio Warren Beatty. El actor, famoso por sus romances con sus coprotagonistas (“la única actriz que no se ha acostado con Warren soy yo, y sólo porque es mi hermano” mencionó alguna vez Shirley McLaine) produjo y protagonizó “Bonnie y Clyde”, que narra la aventura de esta pareja de pistoleros en forma bastante violenta y sexual.

Pero el terremoto llegó en 1969. El año en que el hombre llegó a la luna se estrenó una película barata, sin muchas pretensiones, pero con una premisa, “el problema de hacer cine no es que no contemos con gente con talento; lo que pasa es que no tenemos la gente con talento necesario para reconocer el talento”, esa era una de las muchas conversaciones entre el productor Bert Schneider y el director Bob Rafelson. Se comunicaron con Dennis Hopper para filmar “Easy riders”, con Peter Fonda como protagonista central.

US$500 mil costó y la recaudación fue de US$20 millones. ¿Qué hicieron con el dinero?, lo dejaron en manos de tipos como Francis Ford Coppola, Roman Polanski, Martín Scorsese, William Friedkin y Robert Altman, entre otros, para que dieran rienda suelta a su imaginación.

Filmes como “Taxi Driver”, “El exorcista”, “El Padrino”, “Apocalipsis now” y “Tiburón” ganaron millones en recaudación, eran alabados por la crítica y mantenían a flote el cine estadounidense. La cinta que retrataba la vida del capo de la mafia Vito Corleone, interpretado magistralmente por Marlon Brando, fue la primera que superó la barrera de los US$100 millones en ganancias, luego muchas igualaron o superaron dicha friolera de dinero.

Pero la fama y la fortuna alcanzada, fue también un tormento para aquella generación de directores. Las drogas y el alcohol fueron protagonistas en aquel periodo. Los 70 fue la década de los excesos. Los actores fueron victimas de la coyuntura de esos días: amor libre post hippie, la guerra de Vietnam, revoluciones sociales.

Hasta asesinatos hubo. El caso más comentado llegó de la mano de Charles Manson y su secta, ingresando a la casa del director de “El bebé de Rosemary” Roman Polanski, asesinando a su esposa Sharon Tate. Otro caso fue del director Peter Bogdanovich, quien sufrió el crimen de su pareja, la conejita playboy Dorothy Stratten, de sólo 18 años de edad, por parte de su enfermizo y celoso ex novio.

Esa vida de lujuria que llevaban varios, donde debido al consumo de cocaína en demasía, llevar una cucharilla de plata colgada al cuello era normal, traería consecuencias nefastas para mucho de los idealistas cineastas de esos años, que pasaron en quince años de reyes a hundirse en lo más bajo. Tipos megalómanos, arrogantes y genios.

Peter Biskind, quien también ha sido editor de la revista especializada de cine Premiere, luchó por conseguir entrevistas de ellos, para que retratasen su locura. Hoy varios de los que accedieron a hablar critican el libro. Dice el periodista: “Es verdad que algunos no se han mostrado felices con el resultado. A nadie le gusta ver sus pecadillos publicados. Pero no creo que sea posible entenderles sin conocer algunos hechos esenciales de sus vidas. Parte de la responsabilidad por la decadencia posterior que ha vivido Hollywood la tuvieron la arrogancia y el aislamiento en que cayeron, sin olvidar los abusos de la cocaína. Se pasaban por el forro los presupuestos y planes de rodaje, al tiempo que las adicciones hacían estragos”.

El año 1980 vivió las dos caras del cine. “Toro salvaje” dirigida por Scorsese y protagonizada por su actor fetiche Robert de Niro fue la última obra maestra del ciclo dorado de Hollywood. Como contraparte, el western “Las puertas del cielo”, de Michael Cimino y con un presupuesto de 110 millones de dólares, fue un fracaso de proporciones, llevando incluso a la quiebra de la productora United Artist. Era el fin de una década maravillosa.

Con el paso del tiempo, la frase “la hemos cagado” dicha por Wyatt (Fonda) a Billy (Hopper) en la cinta “Easy Riders” refleja a la perfección lo que sucedió con la generación que salvó del desastre al cine norteamericano, quienes fueron llevados a la altura de dioses, para caer y golpearse bien fuerte con la cruda realidad que llevaban por culpa de años de excesos.

Mejor suerte corrieron los actores. Aparecieron los antigalanes, rostros como Dustin Hoffman, Robert de Niro, Al Pacino y Jack Nicholson, no eran los estándares de belleza que por años se habían visto a través de la pantalla, pero eran dueños de actuaciones magistrales, liderando aún, a casi cuarenta años de la revolución filmográfica vivida, como los rostros más vigentes y con mayor aceptación por parte del público y la crítica.

Pero los verdaderos protagonistas del terremoto vivido en Estados Unidos tuvieron, en su mayoría, distinta suerte. Mientras Martín Scorsese recibía el Oscar al Mejor Director y veía como si filme “Los Infiltrados” también obtenía la estatuilla a la Mejor Película, George Lucas ganó y sigue ganando millones gracias a “Star Wars” y la trilogía de “Indiana Jones” y Steven Spielberg es uno de los regalones de la academia con cintas como “La lista de Schindler” y “Munich”, y encabeza la taquilla con “La guerra de los mundos”, “Jurassic Park” y “Atrápame si puedes”. Otros en cambio, corrieron una suerte totalmente distinta.

Hal Ashby, quien filmó cintas como “Harold y Maude” y “El último deber”, murió paranoico y solitario en 1988 a los 59 años. Tenía cáncer de hígado. En sus años de éxito, era adicto a la coca y a la heroína y llegaba al estudio en un Mercedes, descalzo y con el cuerpo envuelto en una toalla. Otro fanático del polvo blanco,  Paul Schrader, guionista de “Taxi Driver” y director de “Gigoló Americano”, tenía tics nerviosos y claustrofobia. Ahora no es ni la sombra de lo que fue en su etapa más exitosa, entre los 70 y 80.

Esa década fue de locura total. Scorsese una vez arrendó un avión privado para que fuera a buscarle droga. Solo la dejó después de que casi muriera, cuando llegó a un hospital sangrando por la mayoría de los orificios de su cuerpo.

¿La razón? No tenía plaquetas en la sangre. Dennis Hopper siempre portaba 15 gramos de cocaína y un revolver en su bolsillo, aun cuando iba a sus reuniones de alcohólicos anónimos. Y William Friedkin era conocido como “Norman Bates”, ya que al igual que el personaje de la cinta “Psicosis”, vivía obsesionado con su madre.

Más maniáticos, imposible…


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