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El Boom Latinoamericano renace en manos de mujeres

Por Gonzalo Palermo / El Observador | 20 Agosto, 2019 - 11:43
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Con un especial en el cuento, una nueva generación surge en la región donde destacan los nombres de escritoras como Samanta Schweblin y Mariana Enríquez.

Cuando se habla del boom latinoamericano, aquella constelación literaria regional que tuvo lugar en los años 60, suele mencionarse, como sus principales representantes, al colombiano Gabriel García Márquez, al argentino Julio Cortázar, al peruano Mario Vargas Llosa y al mexicano Carlos Fuentes, citando títulos célebres como Cien años de soledad (1967), Rayuela (1963), La ciudad y los perros (1962) o Aura (1962), respectivamente. Hacia los márgenes se suele ubicar al chileno José Donoso o a la mexicana Elena Garro, mientras que Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo aparecen como padres del movimiento. El boom latinoamericano fue una etiqueta utilizada por la crítica y el mundo editorial para definir e impulsar comercialmente a un grupo de muy buenos –y muy diversos– escritores que coincidieron en el espacio y el tiempo. Un fenómeno esencialmente masculino, salvo contadas excepciones, pero comandado, paradójicamente, por una mujer, la agente literaria española Carmen Balcells. Que el boom latinoamericano acabara convertido, como escribe Donoso en su Historia personal del boom (1972), en una “pandilla masculina”, responde a ciertas miopías sociales –y editoriales– de su tiempo. La historia, de todos modos, se ha encargado de poner en su justo lugar las obras de la franco-mexicana Elena Poniatowska, la brasileña Clarice Lispector o las uruguayas Ida Vitale y Cristina Pieri Rossi, más allá del boom.

Los astros parecen alinearse nuevamente en el universo literario latinoamericano actual: es posible identificar un nuevo boom, el otro boom, compuesto ante todo por escritoras jóvenes que, aunque también escriben muy buenas novelas, se destacan ante todo como cuentístas. No es –no debería ser, tampoco– una novedad que desde hace aproximadamente un lustro ciertas autoras de la región estén dando la nota a nivel mundial.

El ejemplo más evidente es el de la argentina Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1977), dos veces finalista del Man Booker International Prize por su novela Distancia de rescate (en 2017) y por su volumen de cuentos Pájaros en la boca (en 2019). Schweblin, radicada actualmente en Berlín, es principalmente cuentista, se mueve entre el terror, el fantástico y cierto realismo distorsionado, un estilo que le valió premios como el Juan Rulfo, el Ribera del Duero y el Casa de las Américas, todos ellos por narraciones breves entre las que se destacan “Irman”, “Matar a un perro” o “Un hombre sin suerte”, por mencionar algunas.

La trayectoria reciente de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) es similar, en alcance, a la de Schweblin: traducida a una veintena de idiomas, cobró notoriedad gracias a las reediciones de sus volúmenes de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016) y Los peligros de fumar en la cama(Anagrama, 2017), que contienen algunos de sus mejores relatos breves, como “El patio del vecino” o “Cuando hablábamos con los muertos”, entre otros. Enríquez comparte con Schweblin la predilección por las narraciones breves de atmósfera enrarecida y que insertan el horror en la cotidianidad de un barrio empobrecido o una pareja en decadencia. Si bien es cierto que ambas han aumentado su popularidad gracias a dos novelas recientes, Schweblin con Kentukis (Literatura Random House, 2018) y Enríquez con Este es el mar(Literatura Random House, 2017), lo curioso es que los dos trabajos tienen un ADN cuentístico más allá de su envase novelístico: Kentukis bien puede leerse como una serie de cuentos monotemáticos hábilmente enlazados, mientras que Este es el mar toma su argumento de un relato breve de la propia autora, titulado “Carne”, incluido en Los peligros de fumar en la cama.

Schweblin y Enríquez cristalizan la potencia narrativa latinoamericana con su llegada al mercado estadounidense, incluyendo una elogiosa reseña firmada por Jennifer Szalai publicada en marzo de 2017 en The New York Times, en la que también se hace referencia a la obra de Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977), otra interesante autora que de momento no ha practicado el cuento sino exclusivamente la novela.

La tradición y la actualidad             

Los escritores clásicos rioplatenses –Borges, Cortázar, Onetti, Quiroga– fueron ante todo grandes cuentistas, se movieron en las formas breves con soltura, en muchos casos mayor que en los trabajos de largo aliento, y generalmente gustaron de borrar los límites entre los géneros realista y fantástico a tal punto que el cuento rioplatense por excelencia es un cuento extraño por definición.

En este sentido, el caso de Vera Giaconi (Montevideo, 1974) es muy representativo de la tradición rioplatense. Nació en Uruguay pero pasó la mayor parte de su vida en Argentina, construyendo una obra, compuesta por los volúmenes de cuentos Carne viva (Eterna Cadencia, 2011) y Seres queridos(Anagrama, 2016), que se mueve en la frontera de lo habitual y lo anormal, ese espacio innombrable tan propio del cuento del Río de la Plata, también frecuentado por Schweblin y Enríquez. Giaconi, de hecho, fue finalista, en 2015, del premio Ribera del Duero, uno de los certámenes de habla hispana más importantes para el relato breve, que en esa ocasión se llevaría Schweblin por Siete casas vacías (Páginas de Espuma, 2015). Otra uruguaya radicada en el exterior, más precisamente en Brasil, también eficaz escritora de cuentos cortos, es Rosario Lázaro Igoa (Salto, 1981), autora de un par de cuentos notables titulados “Chamizo” y “Dos perros”, ambos incluidos en el libro Peces mudos (Criatura Editora, 2016). Los cuentos de Lázaro Igoa suelen transcurrir en entornos naturales, son de temática oscura y construcción precisa, salpicados por altas dosis de agua y animales.

Más allá del Río de la Plata, son muchas las escritoras que, centradas en el cuento, están conformando algunas de las obras más interesantes en nuestro idioma. Un buen termómetro para medir el estado de la narrativa latinoamericana reciente suele ser la lista Bogotá 39 que confecciona el Hay Festival seleccionando a los autores sub 40 más destacados. La lista más reciente, de 2017, incluye 13 escritoras (contra 26 escritores, entre los que se encuentran los uruguayos Damián González Bertolino y Valentín Trujillo).

La boliviana Liliana Colanzi (Santa Cruz, 1981), finalista del Premio de Cuento Gabriel García Márquez por su libro Nuestro mundo muerto (Eterna Cadencia, 2016), está cosechando cada vez más y mejores reseñas en medios de prensa españoles; la chilena Paulina Flores (Santiago, 1988) recibió en 2016 el Premio Municipal de Literatura de Santiago por su exitoso volumen de cuentos Qué vergüenza (Seix Barral, 2015); la ecuatoriana María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976), radicada actualmente en España, donde obtuvo el Premio Hijos de Mary Shelley por su cuento “¿Quién dicen los hombres que soy?”, publicó hace poco, con gran suceso, su libro de relatos Pelea de gallos (Páginas de Espuma, 2018); Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) es otra de las indiscutibles de nuestro tiempo, acumulando, entre otros reconocimientos, el Ribera del Duero por El matrimonio de los peces rojos (Páginas de Espuma, 2013), así como también el Premio Herralde de Novela por Después del invierno(Anagrama, 2013).

Muchas de estas autoras –una lista ilustrativa pero incompleta– encabezan las listas de mejores reseñas, grandes promesas y más vendidos del último lustro, conformando un nuevo mapa literario continental que seguirá dando mucho de qué hablar (y leer).