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El genio de Clint Eastwod en sus 36 películas

Por Gonzalo Palermo / El Observador | 9 Enero, 2020 - 09:18
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Con el reciente estreno de su nueva película, El caso de Richard Jewell, repasamos su trabajo y su reflejo de la cultura estadounidense en el trascurso de los años.

Clint Eastwood es muchos al mismo tiempo. Es el uomo senza nome de Por un puñado de dólares (1964), Por unos dólares más (1965) y El bueno, el malo y el feo (1966). Es también el policía recio de la saga de Harry, el sucio (1971), Magnum .44 (1973), Sin miedo a la muerte (1976), Impacto fulminante (1983) y Sala de espera al infierno (1988). Y es muchos más: desde el teniente degradado de El botín de los valientes (1970) hasta el anciano traficante de La mula (2018), pasando por el asaltante experto de Especialista en el crimen (1974), el cowboy implacable de El jinete pálido (1985), el fotógrafo de Los puentes de Madison (1995) o el veterano de guerra de Gran Torino (2008). Hay muchos Eastwood dentro de Eastwood. Y todos, a su manera, son íconos de su tiempo, cartografiando el amplio mapa cultural de los Estados Unidos.

Existe una explicación cronológica evidente: en mayo Clint Eastwood cumplirá 90 años, aunque no lo parezca, aunque figuras como la suya sean inmunes a los efectos del tiempo. Esto se traduce en 61 películas como actor, desde figurante no acreditado hasta protagonista, y 36 como director, desde el western hasta el drama, pasando también por el thriller o el terror psicológico. Eastwood, que ha sido muchos a lo largo del tiempo, es siempre el mismo. Ese es uno de los secretos de su carrera.

El caso de Richard Jewell, actualmente en cartel en nuestro país, es la película más reciente de Eastwood como director. La acción se ubica en los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996. El protagonista es uno de los guardias de seguridad del evento, quien descubre una mochila con explosivos y ordena la evacuación inmediata del lugar. Jewell, el guardia en cuestión, es presentado como un héroe que ayudó a salvar miles de vidas. El FBI, sin embargo, empieza a investigarlo como sospechoso y su figura pública cambia notablemente.

Clásicos eastwoodianos

El esquema de El caso de Richard Jewell es un clásico eastwoodiano: el del hombre común convertido en héroe a partir de ciertas circunstancias imprevistas. Sin ir más lejos, es un itinerario similar al que siguen los personajes en dos de sus películas más recientes: el piloto que ejecuta las maniobras de salvamento en el avión en Sully (2016) y los jóvenes estadounidenses que impiden el atentado islámico en 15:17 Tren a París (2018). Hay casos en los que el heroísmo resulta evidente, como en Invictus (2010), centrada en la vida de Nelson Mandela, pero hay otros, como el  retrato de Hoover en J. Edgar (2011) o la historia de Francotirador (2015), que se instalan en una zona de ambigüedad moral –aunque siempre bajo una cinematografía sólida, austera, directa, sin adornos, para nada ambigua– donde lo que resulta siendo no es necesariamente lo que debería haber sido o incluso en lo que muchos hubieran deseado que fuera. El cine de Eastwood está lleno de héroes discutibles, personajes poliédricos, difíciles de categorizar, incómodos, a caballo entre el bien y el mal. En este sentido Eastwood va a contrapelo de una industria cinematográfica entregada a la corrección política pour la galerie. Quizás por esto a Eastwood lo han acusado de patriota americano, de republicano recalcitrante, de racista y de todos los ismos posibles, cuando en su filmografía sobran ejemplos para demostrar lo contrario. Cartas desde Iwo Jima (2006), seguramente la única película estadounidense seria sobre la guerra abordada desde el bando enemigo, basta para desmentir cualquier señalamiento.

High Plains Drifter (1973) fue el primer western made in Eastwood –otro ejemplo de límites borrosos entre moral y ética– y una de sus primeras transformaciones como autor. Es con esta película que empieza a dividirse entre el delante y el detrás de cámaras, solidificando su estampa actoral –el arquetípico Harry estaba por entonces en auge– y a la vez explorando su nueva sensibilidad como director. Ya en High Plains Drifter aparece la violencia como tema: Eastwood –como John Ford antes y los hermanos Coen después– buscará cartografiar los orígenes y posibles explicaciones de la violencia en los Estados Unidos. Y, en el camino, dará cabida a esos personajes condicionados por un mundo a veces duro pero siempre definidos por sus decisiones individuales: los músicos torturados de Honkytonk Man (1982) y Bird (1988); las vidas a la deriva de Los imperdonables (1992), Un mundo perfecto (1993) y Poder absoluto (1997), entre otros.

Eastwood atraviesa, a lo largo de medio siglo, diversos géneros manteniendo siempre un mismo estilo. Eso lo convierte, sin necesidad de exhibicionismos de cámara, en un autor, en uno siempre al servicio de la efectividad de la historia. Elige filmar aquellas historias en las cuales encuentra espacio para los temas que le interesan. Ha sido cap az de pasar del policial de Río místico (2003) al drama deportivo de Million Dollar Baby (2004), marcando en ambos casos dos puntos altísimos en su carrera reciente. Más tarde ha condensado toda su carrera en esa obra maestra que es Gran Torino, una suerte de grandes hits, donde por debajo de sus temas habituales –la otredad, la redención, la soledad, la violencia– subyace una implacable revisión de sí mismo, de sus manías, sus fobias y el peso de su propio mito envejeciendo en tiempo real, un modus operandi que vuelve a repetirse en la reciente e insólitamente ignorada La mulaGran Torino es la película en la que todos los Eastwood de la historia se dan cita.

El mapa cinematográfico estadounidense está repleto de mitos. John Ford, Howard Hawks y Francis Ford Coppola son directores imprescindibles. John Wayne, James Stewart y Marlon Brando son actores inmortales. Eastwood, sin embargo, es ambas cosas: un actor icónico y un director esencial.