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El lado inhóspito y salvaje del norte de Aruba

Por El Espectador | 11 Septiembre, 2014 - 15:59
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Estuvo amenazada por la peste y los piratas. Hoy atrae a los visitantes con sus puentes naturales, jardines de los deseos, una capilla en medio del desierto y el gran faro.

Mientras en la costa sur de Aruba el mar parece una piscina aguamarina, tibia y tranquila, al norte las olas de un azul casi negro golpean con fuerza un camino de gigantescas rocas que custodian las solitarias y pedregosas playas.

Después de una peste que sacó corriendo a comienzos del siglo XIX a los indígenas que habitaban estas tierras, y de que los ingleses construyeran una mina para extraer oro que terminó abandonada, poco a poco locales y turistas se han encargado de rescatar esta zona del olvido.

Además, estuvo amenazadas por los piratas, sin embargo, hoy atrae a los visitantes por sus puentes naturales, jardines de los deseos, una capilla en medio del desierto y el antiguo faro California, bautizado en homenaje a un barco que se hundió a pocos metros de la costa.

Uno de los lugares más visitados es la capilla de Alta Vista. Cuentan que allí había otra iglesia, que terminó devorada por los cactus y la maleza, abandonada a su suerte tras la catástrofe de la peste. Muchísimo tiempo después, ya en los años 50, en pleno siglo XX, una profesora que había salido de excursión con sus alumnos encontró entre sus restos dos velas encendidas y un par de cuadros, uno de la Virgen y el otro de Jesús. Convencida de que además de un milagro era un llamado, abandonó la docencia y recorrió la isla buscando recursos para reconstruirla.

Todos los martes se celebra misa a las 5:30 de la tarde. El 90% de los habitantes de Aruba son católicos y esta capilla es un símbolo de su fe.

Más adelante, por caminos polvorosos que sólo es posible atravesar en una camioneta 4x4, comienzan a sobresalir los jardines de las rocas de los deseos. Una tradición iniciada por turistas estadounidenses hace por lo menos 20 años, que consiste en armar torres de piedras y conchas de diferentes tamaños y formas. Cada una representa un anhelo por cumplir.

Antes de llegar a la famosa piscina natural —un pozo de agua salada rodeado de enormes piedras, en el que algunos viajeros valientes se animan a nadar desafiando la corriente— aparecen imponentes una serie de puentes naturales.

El más grande y llamativo se cayó en pedazos hace poco. Afortunadamente no había nadie caminándolo o posando en el medio para una fotografía. A su lado ya se levantó uno similar, aunque más pequeño, que ahora es el que se roba todas las miradas.

El recorrido de casi cuatro horas termina en el Parque Arikok, una reserva natural que ocupa el 18% de la isla. Después de esta aventura los viajeros regresan al lado poblado de Aruba, a la zona turística y paradisiaca que atrae a un millón de turistas cada año a bordo de cruceros y a otro millón más que aterrizan en avión.