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El lado peligroso de ser muy inteligente

Por El Espectador | 28 Diciembre, 2017 - 13:18
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Las personas con puntajes más altos en pruebas de coeficiente intelectual se correlacionan con una tasa mayor de trastornos del estado de ánimo y trastornos de ansiedad.

Todo tiene un precio. Y en el caso de la inteligencia, aunque pueda ser una virtud extremadamente útil para alcanzar el éxito, salir triunfante de problemas, tener acceso a mejores oportunidades, podría implicar un riesgo mayor para ciertas condiciones de salud. Un trabajo publicado en la revista Intelligence demostró que las personas con mayor coeficiente intelectual también presentan una tasa más alta de de trastornos del estado de ánimo y trastornos de ansiedad.

El trabajo fue coordinado por la investigadora de Pitzer College (California, EE.UU), Ruth Karpinski quien junto a su grupo de trabajo enviaron por correo electrónico una encuesta con preguntas sobre trastornos psicológicos y fisiológicos a los miembros de Mensa, una organización que de acuerdo a su propio portal en internet “reúne a una extraordinaria variedad de personas diferentes en nacionalidades, ocupaciones, edades, creencias, y con las altas capacidades cognitivas como único rasgo en común”.

La encuesta realizada a 3.715 personas con puntajes en pruebas de inteligencia cercano a los 132 puntos, cuando el promedio de la población general es 100, preguntaba si alguna vez habían sido diagnosticados con alguna condición mental. Al comparar las tasas de diagnóstico con los de la población general, los investigadores encontarron que los miembros de Mensa presentaban una mayor tasa de trastornos del estado de ánimo y los trastornos de ansiedad.

Los resultados del estudio mostraron que una cuarta parte (26.7%) de la muestra informó que habían sido diagnosticados formalmente con un trastorno del estado de ánimo, mientras que el 20% informó un trastorno de ansiedad, muy por encima de los promedios nacionales de alrededor del 10% para cada uno. “Las diferencias fueron menores, pero estadísticamente significativas y prácticamente significativas, para la mayoría de los otros trastornos. La prevalencia de alergias ambientales fue el triple del promedio nacional (33% vs. 11%)”, concluyó el estudio.

“Los resultados de este estudio deben interpretarse con cautela porque son correlacionales”, explicó en un artículo de la revista Scientific American el profesor del departamento de psicología de la Universidad de Michigan David Z. Hambrick, “mostrar que un trastorno es más común en una muestra de personas con coeficientes intelectuales altos que en la población general no prueba que la alta inteligencia sea la causa del trastorno. También es posible que las personas que se unen a Mensa difieran de otras personas en formas distintas al CI. Por ejemplo, las personas preocupadas por actividades intelectuales pueden pasar menos tiempo que la persona promedio en el ejercicio físico y la interacción social, y se ha demostrado que ambos tienen amplios beneficios para la salud física y psicológica”.

Karpinski y sus colegas  creen que altos niveles de inteligencia si podrían estar asociados a riesgos de salud. Su principal argumento se basa en una teoría psicológica que atribuye a las personas más inteligentes una "sobreexcitabilidad" psicológica y fisiológica.  Bajo esta perspectiva, una persona con una inteligencia más aguda puede generar estados de estrés psicológico o físico al concentrarse más en situaciones amenazantes o aparentemente amenazantes.

“De todos modos, los hallazgos de Karpinski y sus colegas establecen el escenario para una investigación que promete arrojar nueva luz sobre el vínculo entre la inteligencia y la salud. Una posibilidad es que las asociaciones entre la inteligencia y los resultados de salud reflejen la pleiotropía, que ocurre cuando un gen influye en rasgos aparentemente no relacionados. Ya hay algunas pruebas que sugieren que este es el caso. En un estudio de 2015, Rosalind Arden y sus colegas concluyeron que la asociación entre el CI y la longevidad se explica principalmente por factores genéticos”, comentó Hambrick en su artículo.