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Emmanuele Carrère conoce el mejor sitio adonde ir

Por Isabel-Cristina Arenas/ El Espectador | 5 Febrero, 2018 - 14:09
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El libro reúne 33 textos periodísticos de uno de los escritores contemporáneos más reconocidos, quien obtuvo el Premio en Lenguas Romances en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2017.

Si el país donde uno ha elegido vivir se transforma en algo irreconocible, no hay comida, trabajo, futuro, o simplemente está lleno de recuerdos de quienes se han ido, conviene tener un sitio adonde ir. Es posible que el destino esté nada más al cruzar la frontera más cercana, o que el viaje sea largo, que implique cambio de horario, de comidas, de clima. Mi tío regresó a Colombia después de vivir en Venezuela los últimos 43 años, aunque toda su vida sigue allá y de alguna forma él también. A su vez, mi madre planea dejar la suya en Colombia por una nueva en Barcelona; ella viene a mí, yo soy su sitio adonde ir.

Emmanuel Carrère (París, 1957) va hacia el periodismo; después de publicar El reino en 2014 no tiene proyecto literario. Por lo menos no hasta su discurso al recibir el Premio en Lenguas Romances en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) de 2017, texto recomendado que puede leerse en internet, completo, en la revista Semana. Carrère regresa a sus orígenes y reúne 33 textos periodísticos —reportajes, artículos de opinión, ensayos— escritos entre 1990 y 2015, en un libro llamado Conviene tener un sitio adonde ir (Anagrama, 2017), en la traducción de Jaime Zulaika. En él se encuentran las semillas que dieron origen a libros como El adversario, Una novela rusa o Limónov, que le han dado reconocimiento mundial por su estilo entre la autoficción, el reportaje y la biografía.

Uno de estos reportajes cuenta el regreso de un húngaro a su pueblo natal después de 56 años de ausencia. András Toma había sido reclutado a la fuerza por el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial y tras el combate, el frío y el hambre, terminó recluido en un hospital psiquiátrico en Rusia. Nadie se podía comunicar con él ni él con nadie, “su síntoma era hablar húngaro”. Allí le dijeron que su país había desaparecido, así que el único lugar para refugiarse era su lengua. Hay otros lugares —que son pasiones— adonde ir en el libro: la fotografía en “La vida de Julia”, el cine en “Un proyecto de película rusa” o “Con un pie en el estribo”, o la pintura en “TDM”.

Honoré de Balzac, Daniel Defoe, Philip K. Dick, Truman Capote, Michael Déon son algunos de los escritores a los que Carrère dedica varias páginas. Se define como un lector bulímico y sus textos sobre literatura son imperdibles. Evita clasificar sus libros como novelas prefiere llamarlas “historias”, pues el límite de lo que es ficción no está claro y no le importa, es precisamente lo que quiere hacer. “El parecido” es un texto sobre la construcción de San Lucas, personaje de su libro El reino, que cuenta la importancia que él da a lo real que pueda ser un personaje literario a partir de una visita a la capilla de los Reyes Magos en Italia. La clave está en la diferencia entre las personas, ángeles y santos pintadas en el fresco de Benozzo Gozzoli.  Después de leerlo se queda uno pensando que existe gente que no parece de verdad.

“Generación Bolotnaya” y “Cuatro días en Davos” son un espejo de lo que se ve en las noticias, parecen escritas hoy mismo y son de 2012. La primera, relacionada con la reelección inminente de Vladimir Putin y la segunda, con los verdaderos poderosos del Foro Económico Mundial. Aunque sea real lo que se está leyendo, al esconderse dentro de las algo más de cuatrocientas páginas de este libro llega uno a olvidarse de que al mundo “se lo tomaron los malos”, que existen Trump, Kim Jong-un, Duterte, Maduro, y que es una incógnita lo que sucederá en Colombia en las elecciones de este año.

Carrère también acaba de publicar Calais (Anagrama, 2017), un reportaje sobre el campamento de emigrantes en Francia. Vuelve al periodismo, aunque seguro tendrá entre manos otra de sus “historias”, algún personaje extremo estará esperando por él. Mientras tanto, tiene a sus amigos: “es decir, los escritores que uno lee y relee, que nos acompañan, que nos animan cuando nos quedamos sin ideas”. La literatura. Ese lugar adonde ir puede ser el país de origen, la familia, los amigos, que a veces también son un destino, así como los libros.