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Escritor colombiano William Ospina: "en nuestra época, la fantasía sólo existe si puede funcionar como mercancía"

Por Claudio Pereda Madrid | 4 Diciembre, 2015 - 12:12
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Con su reciente y exitosa novela "El año del verano que nunca llegó", el autor no sólo recuerda hechos literarios e históricos. También subraya con fuerza la necesidad de regresar a los sueños como energía vital.

William Ospina es un autor erudito, estudioso, meticuloso. A todo eso, que para un escritor ya es una intensa ventaja, agrega un elemento -eso sí- poco frecuente entre muchos literatos: es de pluma atractiva y atrapante, eso que hoy se llama "entretenido".

Con trabajos destacados en poesía, ensayo y narrativa -con una bibliografía poderosa de casi una treintena de títulos- el colombiano es también un conversador agradable, que no ocupa las palabras de más y que tampoco es muy amigo de los ademanes. Como Silvio Rodríguez, dice lo suyo "a tiempo y sonriente".

Con su reciente y exitosa novela "El año del verano que nunca llegó", el autor no sólo recuerda hechos literarios e históricos. También subraya con fuerza la necesidad de regresar a los sueños como energía vital.

Y lo anterior, que bien podría ser el resumen de cualquier historia de coaching espiritual, lo hace a base de historias eruditas, que buscan dar vueltas de tuercas a historias reales, que -al ser tomadas por la literatura- toman otra energía, otra potencia.

El contexto de la novela se basa en la erupción del volcán indonesio Tambora en 1815, la mayor registrada en la historia, que provocó desastres naturales por todo el mundo y convirtió 1816 en un año del hemisferio norte que debió haber sido soleado y placentero, en uno con nieve y completamente frío.

En la suiza Villa Diodati, en tanto, se reúnen durante algunos días de ese verano que no llegó los escritores Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, Mary Godwin (futura Mary Shelley), John William Polidori, Claire Clairmont, la condesa Potocka y Matthew Lewis.

Durante tres días, los jóvenes exponentes del romanticismo se dedicaron a escribir el relato más terrorífico posible. Contra todo pronóstico, dos desconocidos logran el objetivo, quizás estimulados por el extraño contexto climático: Polidori inventa "El vampiro", germen del "Drácula" de Bram Stoker. Y Mary Shelley, hace lo propio con "Frankenstein".

En el fondo, la obra de Ospina se centra en cómo el mensaje del romanticismo del siglo XVIII sigue en plena vigencia tres siglos después. Dice que más que un movimiento estético, se trata de forma de actuar ante la realidad.

"Como vivimos en una epoca en donde la razon instrumental ocupa un papel tan hegemónico y la racionalidad y el pragmatismo -e, incluso, la rentabilidad- han construido un modelo de vida casi forzoso para la humanidad, esas viejas preguntas que se hizo el romantcisimo frente a la Ilustración vuelven a ser válidas", afirma el autor.
 



- Aunque tu novela nos habla de tiempos antiguos, lo cierto es que la dinámica propuesta es muy moderna: cómo los acontecimientos en el mundo siempre tienen una hiperconexión...

- Sí, es verdad. Es que creo que los hechos siempre estuvieron conectados en el mundo, pero no lo advertíamos. Lo que ha hecho la modernidad es hacer evidente ese fenómeno, nos hace conscientes de esa interdependencia.

La gente del hemisferio norte, por ejemplo, vivió ese invierno de 1816 al que alude la novela a la hora del verano, sin saber nunca por qué estaba ocurriendo algo así. Nosotros ahora entendemos esas dinámicas de manera más fácil.

Pero, claro, habría sido muy complejo para alguien del siglo XIX comprender que un suceso ocurrido en el otro extremo del mundo, pudiera influirle en su vida cotidiana. Para nosotros en América Latina puede que lo hayamos entendido antes porque, evidentemente, cosas que pasaron en Europa tuvieron consecuencias evidentes en nuestro destino.

La conciencia de la interdependencia hoy es mayor también en la literatura. Antes existían las tradiciones nacionales en los escritores, pero hoy sobre un autor de cualquier lugar del mundo puede estar influyendo un poeta chino, un filósofo alemán o un canto chamánico siberiano. Esta novela se escribe desde el espíritu de esa conciencia que me preguntas.

Los medios, por supuesto, han ayudado mucho, el avance de la tecnología, internet. Actualmente no sólo los hechos del presente se nos hacen más simultáneos desde cualquier punto del planeta, sino que también el pasado termina siendo más contemporáneo de lo que creíamos.



- Otro aspecto que surge con tu libro es esta tendencia de la narrativa actual de juntar con mayor claridad que antes la realidad de los hechos con la realidad de la literatura. Algo que parece fácil, pero si no se hace bien, la fórmula no resulta...

- La verdad es que no tengo claro si esto que me dices sea, finalmente, una ganancia para el autor. Antes, la literatura construía mundos en sí misma, sus universos eran fantásticos y casi no tenían nexos con la realidad.

Sin embargo, el trasfondo de todas esas historias sí era la realidad de esos tiempos, resultaban ser una gran metáfora de esas horas.

Probablemente todas las épocas han buscado establecer esa fusión. Por ejemplo, cuando se lee la Biblia bien puede pensarse que habla de leyendas de un mundo desaparecido, pero la idea de esos relatos cuando fueron escritos fue atrapar lo esencial de la realidad de su tiempo.

Más bien creo que son las edades las que se vuelven ficción con el paso del tiempo...



- ¿Y algún apunte para la técnica de esta nueva tendencia, hay alguna fórmula para que esa intensa mezcla termine siendo legible y el recurso sea atractivo, como es el caso tuyo?

- Es que más que un método, he intentado escribir desde la intuición. Si algo tenía consciente al momento de escribir esta novela era que la historia corría el riesgo de ser muy literaria, con muchas referencias históricas, poéticas o filosóficas, pudiendo atraer a un segmento muy estrecho de público. Mi idea era compartir esto con mucha gente, no sólo con los enterados.

Por eso, el desafío fue lograr que cosas que parecen pasar sólo en los libros, sonaran como algo posible de ocurrir perefctamente en la vida cotidiana de los lectores. No por una reflexión, sino que por una intuición, convertí esta búsqueda no en algo meramente bibliófilo, sino que física por el mundo, en un visitar sitios, lugares del mundo, pueblos oscuros, cementerios, playas, ciudades.

Me resultó muy grato no incluir a Ginebra como una referencia literaria, sino que como una experiencia de vida. No citar Villa Leodati como un paraje de la literatura, sino que como un punto real del planeta, visitando el cementerio de los ingleses en Roma, en fin. Pudo haber sido un viaje mental, desde los libros, pero fue una aventura física con todos los riesgos y sus pequeños accidentes, por lo que la alimentación literaria resultó siempre más fresca.



- “El año del verano que nunca llegó” se sostiene en este clásico debate entre la mirada romántica de los ideales frente a la racionalidad moderna. ¿Ves esto como una discusión que aún se vive en nuestros días?

- Sí, se trata de una discusión muy viva. De hecho, me parece que el concepto del romanticismo está muy vivo. No desde un movimiento estético, sino que como una conciencia o actitud de época. Al fin y al cabo, Bertrand Russell dijo que el momento más alto del romanticismo europeo no fue un poema, una pintura o una sinfonía, sino que la muerte de Byron luchando por la libertad de Grecia.

Es decir, ante todo, el romanticismo es una forma de actuar ante la realidad, es una fiebre de juventud. Como vivimos en una epoca en donde la razon instrumental ocupa un papel tan hegemónico y la racionalidad y el pragmatismo -e, incluso, la rentabilidad- han construido un modelo de vida casi forzoso para la humanidad, esas viejas preguntas que se hizo el romantcisimo frente a la Ilustración vuelven a ser válidas.

Cuál es nuestro lugar en la naturaleza, cuál es el papel de lo que no controla la razón, de la pasión, de la locura, de la enfermedad, de la monstruosidad, de la fantasía en el actual orden del mundo. Todos sabemos que en nuestra época la fantasía sólo existe si puede funcionar como mercancía, pero no como algo más vital para el mundo.

Efectivamente, entonces, creo que este debate sigue vivo y es bueno alimentarlo. Creo que el mundo no está en peligro por nuestra ignorancia, sino por nuestro conocimiento. Hasta ahora ha mostrado ser más peligroso lo segundo que lo primero para el equilibrio del planeta.