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"Eso lo será tu madre", el manual de insultos en español

Por DPA / LifeStyle | 21 Junio, 2015 - 10:01
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Según afirma la periodista y empresaria madrileña María Irazusta, “el insulto es para todo el mundo”.

Si dicen de usted que tiene una lengua viperina, probablemente mucho de lo que lea a continuación le suene familiar. Y si, por el contrario, le cuesta encontrar esa respuesta con la que defenderse de una mofa, aquí tiene un arsenal de ideas. "Eso lo será tu madre" acaba de llegar a las librerías como el nuevo manual del insulto en español.

Según afirma la periodista y empresaria madrileña María Irazusta, “el insulto es para todo el mundo”. No importa “la cuna o la cultura que tengas, todos hemos insultado o sufrido insultos alguna vez”, sostiene en entrevista con la agencia de noticias DPA. Por eso, puestos a agraviar, lo mejor es contar con munición potente. Y la autora lo que presenta aquí es toda una “despensa de la ofensa”.

Así, "Eso lo será tu madre" (Espasa) recopila más de dos mil improperios, pero entre sus páginas cabe de todo: desde la más exquisita ironía a las actitudes y gestos que conforman el lenguaje del agravio, sin olvidar a los maestros que hicieron de la mofa todo un arte. En general, resume la autora, compila “todo aquello que se escupe con el propósito de lacerar al contrario”.

Siguiendo la línea de "Las 101 cagadas del español", Irazusta se adentra de forma amena y cuajada de anécdotas en este denostado rincón de la semántica. Para ello, comienza con una aclaración etimológica: en el siglo XV, la palabra insulto era un cultismo que significaba “acometimiento o asalto repentino y violento”. Su definición actual no fue incluida hasta el siglo XIX y, antes de que se generalizara su uso, se prefería el término denuesto.

En el rico acervo injurioso del español, todo es susceptible de convertirse en fuente ofensiva. Y el reino animal ofrece un considerable arsenal: desde las focas a los besugos, pasando por los cerdos, las ratas, los gansos o los moscones y las mosquitas muertas; ni siquiera los fieles perros se libran de servir en bandeja un desaire.

Hay insultos “profesionales” como payaso, picapleitos, matasanos o loquero. Otras expresiones tienen su origen en la Biblia, como “ser más falso que Judas”, “llorar como una Magdalena” o “quedarse para vestir santos”. Y los políticos también han aportado sus ácidas píldoras: quién no recuerda el “huele a azufre” de Hugo Chávez a George W. Bush, o el “mariconsón” que exclamó Fidel Castro en la radio al descubrir que su interlocutor no era quien le habían anunciado, sino un imitador.

“Yo no quería hacer un catálogo de insultos, pero no hay autocensura: está escrito sin pelos en la pluma”, afirma rotunda Irazusta. “No me estoy dirigiendo a nadie, estoy recopilando el lenguaje de la calle. Y he prestado oídos en los mejores palacios y los peores tugurios”.

Además, apunta, son muchos los ilustres “patrones” que a lo largo de la historia de la literatura han contribuido con sus poco halagadoras aportaciones.

En la lengua de Cervantes, el propio autor del Quijote no dejaba títere con cabeza cuando ponía a hablar a su ingenioso hidalgo (majadero, mentecato o malandrín son solo algunos ejemplos). Jorge Luis Borges fue, según la autora, un “maestro” de los insultos delicatessen, mientras que al Nobel Camilo José Cela, defensor de toda habla malsonante, le debemos, entre otros, la inclusión en el diccionario de la Real Academia de la palabra coño.

Además, "Eso lo será tu madre" hace un esfuerzo por recopilar insultos “moribundos”, desde casquivano (alegre de cascos) a gaznápiro (palurdo, simplón), y no se olvida de señalar que en cuestión de agravios, el lenguaje también distingue de sexos. “Me he dado cuenta de que para los hombres el insulto que más se utiliza es tonto y, para las mujeres, puta. Hay una auténtica obsesión”, dice recordando que no es lo mismo llamar “zorro” que “zorra”, ni “golfo” que “golfa”.

Además, dime cómo insultas... y te diré quién eres. Pues según Irazusta, la manera de ofender es “un retrato hiperrealista de nosotros mismos”. Desde la generación al ámbito social, el lado del Atlántico en el que se resida o el carácter de cada cual, cómo descargue uno su ira puede ser muy revelador. Ya lo dijo Diógenes de Sinope, “el insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe”.

Por eso, la autora reivindica el ingenio a la hora de agraviar, ese insulto que “entra como por el oído como vaselina y estalla como un latigazo”. Eufemismos como decir que alguien es “de difícil sonrisa” en lugar de antipático pueden tener un efecto aún más demoledor.

”Detesto ofender porque sí, pero una buena contestación con gracia creo que está muy bien y hay veces que te tienes que defender con la palabra”, afirma. “Así que lo mejor es tener un rico material”.