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Esther Rojas: "El jazz te abre la mente, los oídos, el corazón. No hay límites"

Por Edgardo Paz / El Espectador | 24 Septiembre, 2018 - 12:07
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Esta músico colombiana se convirtió en ser la primera mujer en dirigir la Big Band Bogotá.

La cita era a las dos de la tarde.  El ensayo con la Big Band Bogotá se iniciaba una hora después, así que debíamos sacarle provecho a los 60 minutos que teníamos para conversar, para ahondar en su vida.  Nada podía salir mal con una entrevistada como Esther Rojas, quien tiene tanto para contar acerca de su vida y obra en el mundo de la música, cuando participa en Jazz al Parque 2018, cuyo eslogan es “Mujeres en el jazz”, siendo la primera mujer directora de la emblemática banda bogotana.

Pasaron 20 minutos, más o menos, y cuando los guardas de seguridad de la Fernando Sor preguntaban sobre qué iba a hacer en la academia, uno de ellos cuestionó: ¿… y a quién es que viene a entrevistar?  Como película hollywoodense, en la cual la protagonista entra a escena en el momento perfecto, mientras pronunciaba su nombre como por tercera vez, apareció con su bajo al hombro y dijo: ¡buenas tardes!  Ellas es una mujer de baja estatura, pero imponente. -Ella es la maestra Esther-, les dije.  Inmediatamente llamaron a alguien, me pasaron el teléfono y… asunto arreglado. Entramos al auditorio donde sería el ensayo, nos ubicamos en una mesa del fondo que tenía un par de sillas y nos pusimos a charlar.

Entre risas y comentarios sobre el ensayo, empezamos el diálogo con una pregunta típica pero que, para efectos de lo que descubririamos en ella, era necesario formular:

– ¿En qué momento decide estudiar música y por qué?  Una pregunta que me imagino la tomó por sorpresa ya que no hice ninguna introducción ni preámbulo.  Se ríe y me dice algo que confirmó lo que ya había investigado: “Por mi familia.  Mis padres son ambos músicos y profesores de música.  De hecho, mi papá estudió pedagogía y mi mamá era cantante de ópera y violinista”.  Los ojos le brillan cuando lo cuenta.  Y no es para menos.  Ser parte de una familia musical donde se respira arte constantemente marca, de una u otra manera, la forma de percibir y sentir al mundo. 

Tres de nosotros somos músicos profesionales, nos dedicamos a la música para vivir”.   ¿Se puede vivir de la música?  Dicen que quienes trabajan por amor al arte pasan trabajo, ¿es cierto?  “Pues mira que en mi caso sí ha sido así.  Vivir de la música es muy complicado. Claro que también depende de lo que tú quieras ser. Si solo quieres ser “performer”, es decir, solo tocar, tienes que ser un músico muy duro para que te llamen y participes en proyectos o toques para otros artistas.  Inclusive, tendrías que vivir en un lugar donde haya mercado e industria cultural para mantenerte activo”.

 Y si no es ese personaje especial que marca tal diferencia y que lo hace atractivo para proyectos, ¿qué?  “Si no eres una lumbrera tocando, te queda hacer chisgas en los bares, y ganarte unos pocos pesos, o ser docente, que es otro camino y que es lo que muchos artistas hacemos; ya sea porque es la única opción. En mi caso, ser docente me ha hecho una mejor música, mejor persona, mejor mamá… mejor en todo.  Ahora, si no quieres ser “performer” sino otra cosa, por ejemplo, arreglista como yo, hay otras opciones”.

Con todo lo que cuenta, se puede descubrir que ese panorama también es duro.  Un arreglista no recibe regalías, pese a que se mata escribiendo y arreglando; un productor o un compositor, sí.  Siempre estará la opción de poner a circular el trabajo en redes sociales o plataformas digitales y que cuente con la suerte de que le compren uno que otro trabajo.  Sin embargo, dice que también depende mucho del género al que se dedique.  Hablando del jazz comenta: “hay muchos jazzistas pasando trabajo aquí y en otras partes del mundo.  En Texas, donde yo vivo actualmente, hay una universidad muy famosa para este género en donde doctores en jazz manejan Úber, o dictan clases particulares para complementar sus ingresos; porque, además, hay mucha competencia”.

Hablamos de los videos que observé una y otra vez para verla tocando y tener un referente e impresión de Esther Rojas la bajista y arreglista.  Le cuento que me gustó uno particularmente en donde tocaban música de uno de los grandes del Caribe colombiano, Pablo Flóres, autor de porros emblemáticos como La aventurera, Porro viejo, Tres clarinetes y Los sabores del porro.

– ¿Los aires de la costa norte colombiana fueron o son importantes en la manera de hacer música?  ¿Hay influencia Caribe en Esther Rojas?  “Cuando yo estaba pequeña en Barranquilla mi contacto con la música del Caribe fue poco. Yo crecí en medio de música clásica; yo estudié violín clásico. Luego nos fuimos para el Huila estando yo aún pequeña, tenía 11 años cuando eso, y allá estuve más expuesta a los pasillos, a los bambucos.  Ya más grandecita me fui a la Universidad del Cauca a estudiar violín, después, medio año al conservatorio de Cali, también a estudiar violín y, allá, conocí el bajo y me dediqué a él desde entonces y de lleno”.  Eso la conectó con la música popular, dice.  Bajo eléctrico es sinónimo de rock, pop, reggae, funk, jazz, etc., es decir, música popular.  Y eso es lo que a esta mujer le encanta.  Decide migrar a Bogotá, acá vivía uno de sus hermanos, y conoce a un grupo de barranquilleras, Amaxona, que la conectan con la música folclórica caribeña y empieza a hacer parte del toque de porros, bullerengues y otros aires costeños.

“La música es universal, no somos dueños de nada.  Y uno como músico, como artista, tiene derecho a tocar lo que se le dé la gana”. Precisa, con convicción y seguridad, mientras habla de lo difícil que pudo haber sido el ingreso de muejeres a ciertas esferas musicales.  Por ejmeplo, el jazz.  Y reflexiona “¿cuántas mujeres jazzistas hay en nuestro país?  Hace días estaba hablando con unos amigos y yo les decía ¿por qué las mujeres en la música no tienen roles importantes, como dirigir una big band?  Pareciera que solo cantar es el papel más importante que podemos tener”.

¿Cómo se siente dirigiendo una banda de hombres?  Y ella respondió: “A mí como mujer no me gusta mucho hablar, no me desgasto escribiendo post con diatribas que no me llevan a ningún lugar, me gusta demostrar.  Soy feliz escribeindo mi música, tocándola, cantando, dirigiendo, haciendo el mejor trabajo que puedo hacer.  Y punto.  Mi labor habla por mí.  Y estoy feliz aquí dirigiendo a este grupo de músicos maravillosos con quienes he tenido un feeling fantástico; no me detengo a pensar que son hombres y que debo ganarme su respeto imponiéndome porque soy mujer, no.  Trabajamos juntos, somos un equipo, y hacerlo bien nos favorece a todos”.

Esther Rojas ha trabajado con artistas de la talla de Alejandro Sanz, Juan Luis Guerra, Totó La Momposina y Carlos Vives.  Todo empezó en Berkeley mientras estudiaba para ser arreglista.  Desde que esta colombiana pisó tierras anglosajonas, con su swing y sabor latino, empezó a destacarse en todo lo que hacía. Comenzó con arreglos a ciertas cumbias que la llevaron a presentarse en un espacio de la universidad que permite que estudiantes graben sus presentaciones y se publiquen en un canal digital.  Emocionada por la oportunidad cae en la cuenta de que no tiene banda y empieza a buscar con quién pude presentarse y aprovechar ese momento. “Acababa de llegar, y yo no conocía a nadie.  Finalmente conseguí con quién tocar y mi cantante fue una chica griega. Le hice un arreglo muy lindo, una rearmonización, a la canción ‘Danza Negra’ del maestro Lucho Bermúdez, una canción que me fascina; sobre todo con esa voz de Matilde Díaz.  Hace un pequeño silencio y canta: con el rumor de las palmeras, se siente el eco de música lejana y en su compaz las pilanderas, vienen bailando la cumbia colombiana…  E hice mi primer video para Berkeley”. Entonces, lo interesante fue que no lo hizo tradicional, le metió jazz, hizo una fusión que gustó a los profesores y compañeros de la univerdidad. 

Como solo podía usar un trío y necesitaba más sonidos para lo que su mente y corazón querían hacer, sentó a la cantante sobre un cajón musical, le dio un shaker y le puso al frente un platillo.  Ella tocó, por su puesto, el bajo y escribió una parte para un eufonio, que hicieron de la presentación todo un hit.  “De allí en adelante, todos los cuatro años que estuve estudiando, me llamaban para muchos proyectos de música latina”.  Fue cuando tuvo su primer concierto con un artista de renombre internacional, el salsero Luis Enrique.  “Imagínate, toque ‘Yo no sé mañana’, una canción que me gusta mucho, con él.  Fue maravilloso”.

Tiempo después, sin imaginárselo, solo por ser la única alumna que le hizo una tarea al profesor, productor y compositor musical Javier Limón (Concha Buika, Diego el Cigala, Andrés Calamaro), fue invitada a ser la directora musical para Alejandro Sanz en su presentación en los Grammy Latino.  Literalmente Esther Rojas saltó a la fama.  Éxito y reconocimiento que le significó ser la cara oficial de la Universidad.  “Hay un edificio en Berkeley que es conocido por tener siempre un lienzo inmenso – al estilo de una gigantografía – con el rostro de una mujer cantante importante en la historia de la música.  La primera bajista que allí estuvo fue Esperanza Spalding y la última mujer música que estuvo allí fui yo”.

¿Por qué el bajo?  ¿Qué la enamoró de ese instrumento que tanta satisfacción, deleite y felicidad le ha brindado?  “Cuando estudiaba violín, en bachillerato, mi papá me llamó un día porque necesitaba un bajista en la banda para alguna presentación.  Él solía llamar a cualquiera de sus hijos a que lo acompañara en presentaciones cuando necesitaba un músico. Esa vez me llamó a mí.  Recuerdo que tocamos algo de rock en español porque había que hacerle un tributo a alguien.  Tocamos de los Abuelos de la Nada la canción‘Mil horas’”.  – Pasé mi pena cantando el coro que todos sabemos, la otra noche te esperé bajo la lluvia dos horas, mil horas, como un perro… ella solo sonrió y cerró mi fallida intervención diciéndome: “fue un encuentro cercano con mi primer amor, el rock; por él toco bajo”.

“Esa sensación en la panza, la vibración del instrumento hace que lo sientas visceral, y que es el fundamento del groove, de eso armónico, rítmico, que si no está, si el bajo no está, todo se cae.  Esa sensación nunca la olvidé y fue clave en mi decisión de vida como músico arreglista y bajista”.

Varios músicos de la Big Band han llegado para el ensayo y empiezan a afinar sus intrumentos.  Me envuelven sonidos de vientos que hacen que vuelva en el tiempo y me conecte con mi niñez.  Imagino a las palenqueras cantando sus pregones; trompetas y trombones se funden con sus voces en mi mente. 

Ya casi concluyendo nuestro tiempo, se acercaba la hora del ensayo, le propuse el típico juego en donde le menciono unos nombres o palabras y ella me cuenta qué representan o significan.  Se ríe, se agarra las manos y me mira con algo de incertidumbre. Como diciendo ¿y éste con qué me rá a salir?

– “La Bogotana¡Huy juemadre!  Eso fue antes de Amaxona.  Aventuras musicales.  – Amaxona.  Rumba, alegría.  Energía Caribe”.  Y en ese momento siento ese acento costeño que nos identifica.  Me dice que lo ha perdido mucho, pero pese a su vida en el Huila, Bogotá, Cali, Berkeley - California, Texas, de vez en cuando le brotan esas raíces.   César López.  “Experimentación musical.  Su mensaje de paz.  – Las Martí.  Pop.  Inocencia, aunque la canción de se momento no tenía nada de inocente.  Reímos.  Yurgaki.  Tierra.  Música latina y experimental con electrónica.   Caña Brava.  Ejemplo de tezón.  Muestra de cómo la época marcó en ese momento el desempeño de un grupo de mujeres salseras.   María Mulata.  Ella es líder de su grupo.  Una mujer investigadora que ahonda en lo que quiere emprender.  Viajé mucho con ella”

Hablemos del jazz.  ¿Cómo es su relación de amor con él?  “Es símbolo de libertad rítmica, armónica, melódica, improvisativa.  Creo que todos los músicos populares y clásicos debe estudiar algo de jazz; él te abre la mente, los oídos, el corazón.  No hay límites”.  Tal vez por eso ama más los instrumentos de viento que las cuerdas, el jazz la ha acercado a ellos más que nada. Me dice con pasión que escucharlos sonar es mágico. 

Para terminar le hago una pregunta obligada para mí. Pepe Sánchez. Le digo que me pareció interesante descubrir que él le hizo una letra a un porro que no tenía.  Pocos son los porros que cuentan con letra para ser cantada.  De hecho muchos expertos en el tema dicen que el porro no se interancionalizó más, precisamente, por el hecho de solo ser instrumental en la mayoría de los casos.  Le cuento que Pepe fue mi maestro en la Universidad y que no me lo imagino escribiendo letra para un porro.  “Pepe era profundamente bogotano, pero también profundamente costeño. Yo tenía que hacer un arreglo para un trabajo en Berkeley y él me ayudó con eso. Ya lo había yo tocado pero me hacía falta meterle algo más. Le propuse que escribiera y le gustó la idea. Navales lo cantó, recuerdo. Fue genial esa experiencia”.

Los instrumentos la están llamando.  Ya no solo están afinando, ahora se escuchan juntos haciendo melodías que casi nos invitan a bailar.  – ¿Cuál es esa frase que le diría a los bogotanos, enmarcada en lo que está viviendo en este momento, siendo la primera mujer directora de la Big Band Bogotá, en Jazz al Parque cuyo eslogan es ‘las mujeres en el jazz’?  “A los bogotanos que hay que seguir apoyando y cultivando la música de big bands. A las mujeres que sigan demostrando con música, más que con palabras, en la escena, autoridad musical.  Que se sigan poniendo los pantalones, somos poderosas.  Podemos tener roles de liderazgo, sin miedo.  Y yo soy un ejemplo de ello aquí y ahora, por mi desempeño, por mis logros, por la oportunidad que me da el Idartes para mostrar mi trabajo en el Festival junto a esta maravillosa banda”.