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Exposición presenta resignificación plástica y audiovisual de Gabriel Turielle

Por Fernanda Muslera | 26 Agosto, 2014 - 17:01
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Hasta el 12 de octubre se exhibe en el Museo Nacional de Artes Visuales la muestra La máquina Felisberto, que presenta una interesante resignificación visual de la obra del autor uruguayo.

Al ingresar a la muestra  La máquina Felisberto, el visitante se topa con una primera obra. Una especie de pantalla alargada con fondo negro reconoce sus ojos y cuando la persona se mueve, va descubriendo la imagen de una mujer, como si los ojos funcionaran como linternas, como si fueran huecos de cerraduras desde donde mirar el mundo. El título del trabajo de Gabriel Turielle es Margarita y los acomodadores, en alusión a dos cuentos de Felisberto Hernández: El acomodador, en el que los ojos del protagonista se revelan capaces de iluminar la oscuridad, y La casa inundada, centrado en una mujer obesa y misteriosa, quien ha mandado a inundar su casa, pues “hay que cultivar los recuerdos en el agua”.

La sensación al contemplar la obra de Turielle, como la de los otros 21 artistas que presentan la resignificación plástica y audiovisual del autor uruguayo en la exposición La máquina Felisberto, es la de ser un voyeur en un universo tan inquietante como único. Se trata de una muestra que se presenta en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) hasta el 12 de octubre, en la que el paso de las letras al arte plástico no muestra fisuras, ya que la escritura de Hernández no solo está teñida de música, debido a su condición de pianista y compositor, sino que es muy visual.

Esa capacidad de recrear imágenes imborrables como las de Las hortensias y El balcón –cuentos que fueron magníficamente puestos en escena en la obra de Mariana Percovich Proyecto Felisberto–, está en el germen de la exposición del MNAV. La misma forma parte de un proyecto que también incluye actividades en la Fundación Unión y en el Teatro Solís , en el contexto de la conmemoración de los 50 años de la muerte del escritor que cautivó a Julio Cortázar e Ítalo Calvino.

La muestra coincide además con la liberación este año de los derechos de la obra del autor, algo de importancia ya que hasta el momento una de las dos hijas del artista estaba trabando la publicación de la obra de su padre por discrepancias basadas en lo religioso.

El agua y los recuerdos

Un viejo piano atravesado por vigas y repleto de hojas añejas irrumpe en el espacio con la fuerza con la que los recuerdos se entrometían en la escritura de Hernández y adquirían vida propia. La instalación de Gustavo Fernández continúa con manchas marrones en la pared y en el extremo derecho se ve una que se asemeja a una mano, como si se tratara de un recuerdo que se escapa.  

La música también forma parte de la muestra, de la mano de la composición A lo Felisberto, de Luciano Supervielle, nieto de Jules Supervielle, gran amigo del autor. Esta canción se escucha junto a un video del creador de Tiranos temblad, Agustín Ferrando, en el que aparece el agua, como en toda la muestra.   

“La primera parte de la exposición se llama Tierras de la memoria, y la segunda La casa inundada”, comenta Soledad Hernández Montañés, sobrina segunda del escritor (su padre era primo de Felisberto), quien completa el trío curatorial en el MNAV junto a Rosina Piñeyro y Roberto Echavarren.

Es por ello que en la primera parte está muy presente el tema de los recuerdos, como en las primeras obras del escritor, y la segunda está dedicada a uno de sus cuentos clave. No obstante, la disposición circular de la exposición está en relación con la recurrencia de los temas que obsesionaban a Hernández. A su vez, las ventanas fueron tapiadas para transmitir la penumbra de su mundo narrativo.

Esta yuxtaposición se ve, por ejemplo, en la obra del indonesio Yudi Yudoyoko, en la que el cielo y el agua están invertidos, haciendo ver el reflejo como algo más real que la realidad. Fidel Sclavo, por su parte, inunda una casa en miniatura dentro de un frasco de caramelos, que, dependiendo donde se ubique el observador, se ve diferente.

Polaroids que se desvanecen, reproducciones de muñecas enigmáticas como aquellas que obsesionan al protagonista de Las hortensias, obras hechas encima de pentagramas y lienzos llenos de yuxtaposiciones, como las capas de la memoria, son algunos de los elementos recurrentes de la exposición. Por otro parte, la figura de África (María Luisa) de la Heras, la tercera mujer de Hernández (quien se casó en cuatro ocasiones), es inspiración de algunos trabajos.

La española, que conoció al escritor en París y se hizo pasar por costurera, era en realidad una espía destacada de la KGB, quien, entre otras misiones, tuvo la de colaborar en México en la persecución que llevó a la muerte de León Trotsky. La relación con Hernández duró dos años, pero el autor, que era abiertamente de derecha, nunca supo cuál era la verdadera profesión de su exmujer.

Algunos cuadros de la muestra hacen alusión a ella y en la sala destaca la instalación de María Inés Strasser en la que una máquina de coser zurce una gran tela roja. Unas tarjetas profesionales de “María Luisa” completan la instalación. “Por si necesitás una costurera de confianza”, bromea la sobrina del escritor.

Obra visual

La de Hernández “es una obra muy visual, se trata de crear ambientes enormemente plásticos donde sucede un cierto ritual, a diferencia de (Juan Carlos) Onetti por ejemplo. El puente con las artes plásticas está dado por el propio texto”, comenta Echavarren, uno de los curadores de la exposición y estudioso de la obra del escritor, sobre el que ha publicado un libro y una obra de teatro.

Próximamente se planea, además, hacer dos paneles sobre el teatro y el cine en relación al autor, y se espera poder traer al país a los hermanos Stephen y Timothy Quay, cineastas estadounidenses fanáticos del uruguayo, quienes hicieron dos películas acerca de él.  

“Creo que todo lo fantástico de Felisberto se puede hacer 50 años después”, sostiene Hernández Montañés. “Lo que queremos es que la gente lo lea más y que mediante los ojos de estos artistas tengan insumos para leerlo con más perspectivas”, agrega la curadora, quien señala que en su familia comprendían a Hernández más como pianista que como escritor.

La muestra coincide con la reedición de las obras de Hernández en varias partes del mundo y con nuevas publicaciones en el país. “Más que en Uruguay hay una repercusión internacional, es ahora el autor uruguayo más reconocido”, señala Echavarren. Con respecto al olvido histórico del país con respecto a la obra de este escritor, el curador considera que se está compensando en la actualidad.

“En el discurso inaugural (de la exposición), Hugo Achugar decía que cuando Felisberto murió muy poca gente apreciaba su obra y más bien lo trataban de un modo despectivo. Ahora toda esa gente ha sido olvidada y la obra de Felisberto sigue creciendo”.

“Lo que hay en Felisberto es una mezcla entre un humor, que nunca es banal, y un cierto coloquialismo, pero con un ímpetu hacia lo sagrado, en el sentido artístico,  porque lo sagrado solemne se transforma en una mentira siempre”, concluye el curador.

*Crónica y fotografías El Observador