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Fernando Gómez Echeverry: "El mejor periodismo es visceral"

Por El Espectador/ Ángel Castaño Guzmán | 22 Marzo, 2017 - 14:53
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Reportero colombiano publica su novela “La soledad del cuarto oscuro”, que cuenta la historia de un fotógrafo.

La soledad del cuarto oscuro es la cuarta novela del periodista y escritor vallecaucano Fernando Gómez Echeverry, director de las revistas Don Juan y Bocas. Los fracasos y triunfos de un fotógrafo en una ciudad sitiada por la delincuencia son la trepidante historia de una novela que reivindica el trabajo fuera y dentro de las salas de redacción.
 
- El personaje narrador de su más reciente novela es un fotógrafo que quiere emular a Robert Capa. ¿Cuáles fueron las figuras que lo llevaron a usted por el camino del periodismo y de la literatura?
- Hemingway, Saint Exupéry, Gabo, su majestad Adolfo Bioy Casares, Salinger, el insuperable Fitzgerald, John Dos Passos, Camus, Capote, Tom Wolfe, Henry Miller, Antonio Tabucchi... en esta novela, sobre todo Tabucchi. La historia de La soledad del cuarto oscuro me llegó hace 20 años. Yo acababa de descubrir a Tabucchi con La línea del horizonte y sentí que necesitaba ese tono, esa delicadeza en las palabras, ese respeto que siente por sus personajes, pero me di cuenta de que todavía no podía escribirla, que todavía no tenía las herramientas para tratar de emularlo; no creo que lo haya logrado: Tabucchi es una cima lejana. Pero por lo menos no me hubiera sentido avergonzado de dárselo, contarle todo lo que su literatura ha significado para mí y pedirle que le regalara una mirada.
 
- El mundo del periodismo –que usted conoce muy bien por ser director de varios medios nacionales– tiene cierto atractivo para los novelistas. En su opinión, ¿cuáles son los rasgos de la condición humana que afloran en las salas de redacción?
- El periodismo es pura pasión; el mejor periodismo es visceral, las noticias, las historias, las crónicas, las grandes fotos se sienten, hacen daño o nos dan grandes satisfacciones. Nos persiguen en la noche, nos hablan. No hay nada tan apasionante como hablar con un periodista sobre una historia que todavía no ha escrito; en esas charlas se nota lo que significa una historia para un periodista. Las historias se empiezan a escribir en ese momento; en ese instante se sabe que las personas que entrevistaron van a tener una historia veraz, inteligente y poderosa en el papel, que los hechos que vieron van a quedar para siempre en un archivo. Por eso las salas de redacción –las salas de redacción que respeto y disfruto– son un hervidero de ideas, mucha discusión y mucha terquedad, si no es así, es un lugar sin corazón y no hay periodistas que merezcan ese título.
 
- Además de los trajines diarios del periodismo, su novela deja testimonio de un momento muy peculiar de la historia de Cali: el del ascenso del narcotráfico. ¿Cuál ha sido su relación con esa ciudad? ¿Qué le atrae y le molesta de ella?
- Soy vallecaucano, soy de Palmira, sobre todo soy de Palmira, pero soy –de muchas maneras– parte de Cali. Estudié en la Universidad del Valle, soy hincha del Cali, mi vida no está completa si no voy varias veces al año y camino por el centro o por el Oeste, si no compro libros en la Atenas o voy a Salerno. Me gusta ir de arriba abajo por San Antonio, me gusta visitar La Tertulia y comer empanadas en el Obelisco, me gustan los cine-clubes, me gusta llevar a mis hijos al zoológico, mi vida periodística empezó en La Palabra y en El Tiempo-Cali. Me gusta caminar por el Norte a las cinco de la tarde. Y también detesto el narcotráfico y su herencia maldita. En los años noventa me gustaba tomar cerveza en Martin's o pasar la noche en bares alternativos como Plaza Sésamo, nunca estuve en la rumba pesada de la salsa. Y –creo– fui afortunado. En los años noventa, las discotecas eran el lugar favorito de los mafiosos y no era raro terminar con un tiro en el pecho por mirar a la novia de un lavaperros o porque el traqueto de turno decidió que eras una persona indeseable. Los valores se trastocaron. Fueron años en los que el dinero sucio compró todo, lavó todo, pero la ciudad seguía de fiesta con los muertos en el piso.
 
- Usted también ha cultivado la fotografía como expresión estética. Según su experiencia, ¿cuáles son los elementos artísticos que unen la fotografía con la escritura?
- Las fotografías y la literatura cuentan historias y crean o presentan personajes en su mayor expresión; no es gratuito que Avedon y Capote hayan hecho un libro juntos y que, en muchas ocasiones, el retrato de Avedon haya sido más preciso. En los últimos hechos me he convertido en un coleccionista de libros de fotografía y también he hecho muchas fotografías. Y lograr una buena imagen es tan difícil como redactar un buen párrafo. Hoy en día vivimos en una producción continua de imágenes y frases: Instagram, Facebook, Twitter... hay millones de imágenes y frases ingeniosas en la red, pero ¿cuántos fotógrafos han superado la muerte del soldado republicano de Capa? ¿Hay tuiteros que puedan superar a Cioran? No digo que estén mal, solo digo que la competencia por la inmediatez le ha puesto un problema más a la capacidad de crear, de ver y de sentir, pero al mismo tiempo ha convertido la escritura y la fotografía en elementos cotidianos en la vida de todos. Yo hago revistas, y esencialmente las revistas presentan imágenes y palabras; creo que son un buen matrimonio. Y me siento cómodo entre ambos.
 
- Su novela se lee en una o dos sentadas. ¿Cuáles son las herramientas que usa para lograr una prosa tan ágil?
- Me gusta Joyce, me gusta Beckett, me gusta Faulkner, tengo un par de libros de Gertrude Stein y tengo la colección de obras completas de Pynchon y Malcolm Lowry. Me encanta perderme en sus párrafos cenagosos y densos, pero Hemingway me parece el gran revolucionario de la literatura en el siglo XX. Mi primer puñetazo literario fue El viejo y el mar; recuerdo que estaba en cuarto de primaria, un profesor nos pidió que lo leyéramos, lo leí en una tarde y deliré con las peleas del viejo contra los tiburones. Mi mayor ambición siempre ha sido alcanzar su velocidad. Nadie lo ha logrado, nadie ha logrado que los ojos vuelen sobre las páginas con esa soltura. También envidio la capacidad de Salinger de contar una historia compleja a partir de una situación. Todavía me asombro de todos los mecanismos que tuvo que utilizar en “Levantad, carpinteros, la viga del tejado”. O, para volver a Hemingway, me quito el sombrero ante su capacidad para crear un universo tan complejo en “Por quién doblan las campanas”: 500 páginas para volar un puente, escribir una historia de amor memorable, retratar la Guerra Civil Española y finalmente dejar al lector con las agujas de pino clavadas en el pecho. En fin: creo que todo escritor es una suma de autores. Los míos siempre han sido los mismos: Hemingway, Fitzgerald, Salinger, Capote, García Márquez, Camus, Bioy Casares y tipos como Soriano, ¡qué grande era Soriano! Cada vez que puedo, releo “Triste, solitario y final”.