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Hace 75 años Virginia Woolf se sumergía en el río Ouse...

Por LifeStyle/ Excélsior | 30 Marzo, 2016 - 16:44
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Educada en la nutrida biblioteca de su padre, no asistió a la universidad, pero recibió clases particulares. Además del peligro nazi, sentía en su interior "la mordedura del trastorno mental"...

 
Se cumplieron 75 años desde que la mañana del 28 de marzo de 1941 la escritora británica Virginia Woolf se hundió en las aguas del río Ouse, cerca de su casa de campo en Rodmell, Sussex. Tenía los bolsillos del abrigo cargados de piedras, para evitar que su cuerpo flotara hasta la superficie antes de que terminara de ahogarse. 
 
Deprimida por el recrudecimiento de los bombardeos que los nazis lanzaban a diario sobre Londres y temerosa de la amenaza que significaba el avance de las huestes homicidas de Hitler —al estar casada con Leonard Woolf, un editor de origen judío con quien, en 1917, había fundado la editorial Hogarth Press— pensó que el futuro no venía muy bueno.
 
 
Algunos estudiosos de su obra y sus diarios agregan, en tanto, otro elemento un poco más perturbador:  en los últimos días de su vida, no obstante que acababa de poner el punto final a la novela que se publicó póstumamente con el nombre de “Entre actos”, había sentido cada vez con más frecuencia "la mordedura del trastorno mental".
 
Ante ello se percataba de que el remedio que siempre le había ayudado a salvarse de esa sensación no causaba el mismo efecto y hacía más difícil el trabajo diario, la escritura constante, la entrega a aquella adicción que un amigo suyo comparaba con la adicción al opio dejaban de tener la misma significación.
 
Woolf escribía sobre sus orígenes un resumen ameno: “Segunda hija de Leslie y Julia Prinsep Stephen, nacida el 25 de enero de 1882, descendiente de un gran número de antepasados, unos famosos y otros desconocidos; en el seno de una familia numerosa, hija de padres acomodados, aunque no ricos, en un mundo del siglo XIX, muy comunicativo, epistolar, propenso a las visitas y a la elocuencia”. 
 
 
Educada en la nutrida biblioteca de su padre, no asistió a la universidad, pero recibió clases particulares. La muerte de su madre, en 1895, desencadenó su primera depresión grave, y dos años más tarde sufrió la traumática muerte de su hermanastra, que estaba recién casada y esperaba un hijo. 
 
En 1904 murió su padre y a pesar del trastorno nervioso que debió afrontar, tiempo después, en un pasaje de sus memorias manifiesta que, en cierto modo, había sido un alivio poder librarse de esa figura tiránica y demandante.
 
Fue anfitriona, a partir de 1907 —en una casa que habitaba con sus hermanos—, del círculo de Bloomsbury, prestigioso grupo de intelectuales al que pertenecieron, entre otros, el biógrafo Lytton Strachey y el economista John Maynard Keynes. 
 
En 1912 se casó con Leonard Woolf, de quien adoptó el apellido, y su ocupación novelística dio comienzo con “Fin de viaje” (1915), a la que siguieron “Noche y día” (1919) y “El cuarto de Jacob” (1922).
 
Teniendo en cuenta que los novelistas anteriores narraban la realidad externa, Woolf dijo que “iba a ocuparse de la realidad interior, a hacer la crónica del instante, explorar el momento en su abismal complejidad”. 
 
 
Y en la cresta del paisaje de esa obra literaria, heterodoxa y penetrante, se sitúan las novelas “La señora Dalloway” (1925), un recorrido en Londres al paso de las campanadas que marcan las horas de un día; “Al faro” (1927), escrita tan rápido y fácil como cuando “un vendaval agita una vieja bandera”; “Las olas” (1931), que tramó con una serie de monólogos que alternan sus evocaciones en el intento de “dar el momento entero; no importa lo que incluya”; y “Los años” (1937), saga familiar de pulso más íntimo que épico; además de varias colecciones de cuentos, seis volúmenes de cartas, y biografías novelescas
 
“A medida que escribo se esfuma la melancolía. ¿Por qué no escribiré con mayor frecuencia? Claro, lo impide la propia vanidad. Aun ante mí misma quiero aparecer como todo un éxito. Pero igualmente no llego hasta el fondo. Viene de no tener hijos, de vivir lejos de los amigos, de no lograr escribir como es debido, de gastar demasiado en la comida, de estar poniéndose vieja”, anota Woolf en un pasaje del “Diario que escribió” desde 1915 hasta pocos días antes de su muerte.