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"Il Caminetto", un restaurante italiano en Venezuela que hace sentir como en casa

Por Jorge Guzmán Peñaloza | 21 Mayo, 2015 - 15:22
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Por más de 36 años los caraqueños han podido disfrutar de la auténtica comida casera que ofrece el restaurante "Il Caminetto", en Los Palos Grandes. Aquí intentaremos revelar su secreto.

Con la idea de tavola calda —mesa cálida en italiano— se abrió en 1979 el restaurante "Il Caminetto", en la 6ª transversal de Los Palos Grandes, entre la primera y la segunda avenida. Mesa cálida: apropiado concepto para un espacio que, dos años después de su apertura, fue adquirido por la casi legendaria Graziella Vestrucci para ofrecer a sus clientes una auténtica y amplia oferta de comida casera italiana. Y vaya que lo ha logrado.

Son varios los comentarios sobre la dueña del restaurante que se escuchan con solo prestar atención. “¡Doña Graziella, pero si ya sabe cómo nos gusta el café!”, dice una mujer de mediana edad al recibir uno con leche y otro marrón oscuro para su marido; “¿Qué? Pero si la comida de doña Graziella es lo máximo, yo la como desde niña”, le comenta otra joven a una conocida que asiste por primera vez al lugar. Y sí, parece que todos la conocen.

El amor por la comida, y nada más

“¡Buenas señora Graziella! ¿Estaría interesada en ofrecer una corta entrevista para una revista gastronómica?”; la sonrisa se retira, el ceño se frunce, y el gesto se convierte en una rotunda negativa, no exenta de cortesía y educación: “No, mire, joven”, se excusa, “eso no… no quiero, no me gusta”, dice apartándose con intacto acento italiano, “estoy saliendo de un dengue… hay trabajo… ¡y no lo necesito! Pero gracias”, dice apenada. Punto y final. La estela de sus pasos se pierde por las escaleras del local.

Una de las trabajadoras ofrece una mirada compasiva, disculpándose, comenta “ella es difícil, pero muy buena gente”. Acto seguido, aparece por las escaleras Eduardo Gandolfi Vestrucci, hijo de la cocinera, con otra sonrisa en plan sí, esto ya ha pasado.

“Imagínate, a lo largo de los años le han dado premios y reconocimientos al restaurante y ella ni siquiera va a buscarlos”, dice con normalidad. “Sencillamente no le gusta, pero yo puedo atenderte”, dice quien funge como administrador del local.

“Sí, la gente siempre viene y se queda asombrada de lo igualito que está el lugar, ¡y eso que me ha costado convencerla de modernizarlo!”, menciona refiriéndose con cariño a las sillas con respaldar que hoy ocupan los espacios del lugar. “Antes la zona era estrictamente residencial, y la demanda era casi siempre de comida para llevar, pero ahora mucha gente trabaja por acá y bueno, casi suplicaron por cambiar los mismos bancos de madera de hace 30 años, que no tenían respaldar”, ríe. “A mi madre sólo le interesa la cocina, literalmente”.

“Esto es como un arte”

Gandolfi, al recibir el comentario sobre el ambiente familiar que se respira en el lugar, opina: “Sí, mi mamá aprendió a cocinar con su mamá en Italia, en los hoteles y posadas que tenía la familia”, explica, “y eso es lo que le ha infundido al restaurante; por eso, además de las clásicas lasagnas de siempre, se trabaja como en las casas, con lo que se consiga en el mercado”.

La comida para llevar sigue siendo su fuerte: “Cuando viene un puente o vacaciones, la gente viene y se lleva una montaña de pastichos o pasta, o también cuando el domingo está sabroso y les da pereza cocinar”.

No obstante, doña Graziella nunca ha regentado la pereza. “Fíjate, está saliendo de un dengue y ya se quiso poner a trabajar” dice quien vela por la salud de su madre.

¿Y la generación de relevo? “Es incierta, yo estudié cocina pero como que no soy tan buen alumno”, se excusa sonriendo. “Ella es el alma del lugar. Mira esa máquina de hacer pasta que está allá”, y señala un armatoste blanco y grande, “ella puede pasar por al lado cuando la máquina está haciendo pasta y, por el sonido que emite, por la fuerza con la que trabaja la máquina, sabe inmediatamente si la masa está bien mezclada o no”, dice con las cejas en alto.

“Lo mismo pasa con la receta del pan, y con todo lo demás. Es que esto es como un arte, es un talento que se lleva por dentro o no, y ese elemento humano lo tiene solamente ella”, sentencia. Mientras tanto, el lugar se mantiene vivo gracias a la señora Graziella, quien revisa la caja, las despensas, la limpieza del lugar, todo. Y siempre se escucha ese comentario a la salida: “¡Divino todo, señora Graziella! ¡Hasta la próxima!”.

* Nota El Estímulo