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Jamaica, un tesoro del Caribe que reúne naturaleza, arte y diversión

Por Jahel Mahecha Castro | 29 Septiembre, 2014 - 15:10
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Este destino es la cuna de los hombres más veloces del mundo, de los grandes boxeadores, del reggae y del patois (mezcla de inglés y créole), se ha convertido en uno de los destinos más apetecidos del Caribe gracias a su riqueza natural y cultural.

“La tierra más hermosa que jamás se haya visto... sus montañas tocan el cielo”, escribió fascinado Cristóbal Colón en su diario cuando avistó Jamaica en 1494, durante su segundo viaje por el Nuevo Continente. Llevando a cuestas la sed de la tripulación, no tardó en dar la orden para atracar. Un paisaje exuberante y un litoral multicolor trazaron su camino hacia un torrente dulce que cautivó su cuerpo y su espíritu.

Esa mágica experiencia que cambió el rumbo de la isla sigue siendo hasta hoy la promesa por la que todos los años arriben cientos de turistas de Europa y América Latina que sueñan con unos días de tranquilidad, música y arte bajo el abrigo de una tibia brisa y una playa infinita.

Jamaica, cuenta con diez kilómetros cuadrados de naturaleza, arte y diversión, siendo una de las playas más paradisiacas del mundo. Además, es la cuna de los hombres más veloces del mundo, de los grandes boxeadores, del reggae y del patois (mezcla de inglés y créole), se ha convertido en uno de los destinos más apetecidos del Caribe gracias a su riqueza natural y cultural.

Aunque la capital, Kingston, es uno de sus principales enclaves turísticos, en el norte de la isla se concentran impresionantes atractivos perfectos para vivir tres días de aventura, romance y espiritualidad.

Ocho Ríos es la primera parada. Su sentido de progreso y conservación ha hecho de la zona el mejor lugar para explorar las maravillas naturales de Jamaica. En el complejo de Mystic Mountain, en Rainforest Adventure, los viajeros pueden disfrutar de un tranquilo recorrido en telesilla para apreciar desde 700 metros de altura la belleza de la selva tropical y los verdes azules del mar.

Al mejor estilo jamaiquino, el Bobsled Ride, semejante a una montaña rusa, ofrece un viaje veloz por el corazón del parque. Toboganes, bailes típicos y restaurantes acompañan la jornada.

A pocos minutos, Prospect Plantation, una vasta propiedad agrícola del siglo XVII, abre sus puertas para recorrer en segway, tractores de campo, camionetas o a caballo un camino de cultivos y árboles insignias de la región. Allí abundan las frutas tropicales como el ackee y las cosechas de café, uno de los más selectos del mundo.

Para saciar el hambre y conocer las tradiciones culinarias que han hecho historia en la isla, una experta dicta una clase de cocina en la que enseña a preparar exquisitos platos como camarones en salsa de coco, pollo jerk a la barbacoa, y festival, una masa frita que se sirve con carne de res, cerdo o pescado. Para cerrar el día con broche de oro, vale la pena visitar las cascadas de Dunn, un escenario de ensueño donde jóvenes y adultos se sumergen en aguas cristalinas y escalan gigantescas rocas.

La aventura continua al día siguiente en un recorrido de una hora y media hacia Montego Bay. Allí, en medio del mar y la arena blanca bordeada de plantas florales, se concentran las principales cadenas hoteleras del país.

“El golfo de buen tiempo”, como lo llamaba Colón, recibió el nombre de Bahía de Manteca al ser el principal puerto exportador de este producto. Por el camino, una parada rápida por Columbus Park, en la zona de Discovery Bay, permite acercarse a la época precolombina y la Colonia a través de un museo gratuito al aire libre que se adorna con el esplendor del mar.

Al llegar a la ciudad, son muchos los caminos que se pueden tomar. Si lo que busca es un lugar de total tranquilidad y romance, las aguas del río Martha Brae, son la mejor opción. Durante cuarenta minutos podrá pasear junto a su pareja por una balsa hecha de bambú, mientras un guía local, casi siempre un rastafari, dirige la ruta.

Para los amantes del suspenso y el misterio, es imperdible visitar Rose Hall Great House, una imponente mansión del siglo XVIII en la que reposa la historia del Annie Palmer, la “bruja blanca de Jamaica”. Cuartos perfectamente decorados evocan, entre cuadros, muebles europeos y telares, la época en la que esta malvada hechicera, experta en vudú, acabó con la vida de sus tres maridos.

En la noche, las playas de Montego Bay se convierten en una gran pista de baile en la que músicos empíricos y cantantes se encargan de revivir las legendarias letras de Bob Marley mientras las olas se cuelan por los pies.

El ultimo día en el paraíso, que despierta siempre soleado y despejado, termina en Negril, un exótico destino bordeado de acantilados turquesas. Entre sus joyas turísticas se encuentra Dolphin Cove, un pedazo de mar donde es posible nadar y jugar con los delfines, tocarlos y besarlos.

Durante la jornada, los entrenadores y guardianes se encargan de dirigir el espectáculo en el que esos amigables animales saltan y se mueven en perfecta sincronía. También, bajo la supervisión de los expertos, se puede interactuar con tiburones y mantarrayas.

Cuando llega la hora del almuerzo, Margaritaville, un tradicional restaurante de la zona que se asemeja a una cabaña abierta, se llena de turistas ansiosos por comer en medio de la arena y pasar una tarde inolvidable.

A la seis la diversión se traslada al Café de Rick, un privilegiado acantilado donde los más valientes se sumergen en sus agua desde una altura superior a los 20 metros. Cervezas y cocteles a base de ron y tequila unen a extranjeros y locales que vibran al compás de los ritmos locales mientras el sol se oculta y la luna promete una noche inolvidable.

Solo, en pareja, con amigos o en familia, de vacaciones o sin rumbo fijo, Jamaica se ha convertido en uno los destinos más fascinantes del Caribe. La bondad y la hermandad de su gente junto a un privilegiado patrimonio natural capaz de transformar el espíritu se han encargado de recordarle al mundo que no se necesita tocar al cielo para estar en él.

* Crónica El Espectador