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"The Joshua Tree" o la voz interior de U2

Por Santiago La Rotta/ El Espectador | 3 Octubre, 2017 - 11:26
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El álbum representó la cima de esta banda, el momento en el que subieron de nivel en la escala global de la música. Pero toda cima es también un punto para caer. Visita a un disco icónico.

Hablar de U2 es una conversación que, en algún punto inevitable, cruza los terrenos de The Joshua Tree, el álbum que terminó de lanzar al escenario global a una pequeña banda irlandesa que ya venía dando lata desde hacía poco menos de una década. (Lea "U2 y el acento político del Rock")

Con The Joshua Tree llegó el ruido de verdad, el escándalo imposible de ignorar. Las portadas en Rolling Stone y en Time, los conciertos a reventar, los discursos políticos después de los atentados de Enniskillen, el solo rápido de la guitarra en Exit, la introducción inconfundible de Where the streets have no name y toda la cursilería posible de With or without you.

El disco y la gira que sobrevinieron después del lanzamiento son, quizá, los momentos más altos de la banda. Bono y Edge dicen que ahora son un mejor grupo. Y bajo ciertos estándares puede que lo sean: con 30 años más de carrera la urgencia de mandar todo al carajo es menor, su habilidad para resolver conflictos es más amplia. En otras palabras, son veteranos en dominio pleno de sus capacidades. Y eso los vuelve más estables y sabios, si se quiere.

Los tiempos de Joshua Tree distan de este panorama no porque hayan sido particularmente turbulentos y problemáticos para ellos en ese entonces, sino porque, tal vez, los cuatro se sentían algo más libres, más sueltos, quizá más en forma. Obvio, tenían 30 años menos. Pero no es sólo un asunto de juventud. Sus conciertos siguen plenos en energía. No es un tema de rendimiento.

Durante la grabación del video de Where the streets have no name, realizada en la azotea de una licorera en Los Ángeles, la policía intervino el set y cerró el rodaje, pues ya era imposible controlar a la muchedumbre que llegó para corear y gritar a la banda. La Guardia Nacional estuvo en reserva por si acaso todo se salía más de madre. El productor del set terminó arrestado por pelearse con la policía después de ganarse un regaño del representante del alcalde de la ciudad. Y los cuatro se ven sonrientes, pasándola bien bajo el sol de California, incluso cuando un agente se sube al techo para bajarlos, como si la cosa no fuera con ellos. Tocaron la canción tres veces ese día, además de cinco temas más.

Es curioso que el éxito mundial del grupo haya llegado en esa época, un tiempo sombrío políticamente hablando: los años de Reagan en Estados Unidos y sus juegos sucios pos Guerra Fría y los de Thatcher en el Reino Unido, plagados de problemas como cifras récord de desempleo e inestabilidad social, por sólo mencionar a dos de los personajes de la época. Si hay algo en el Joshua Tree es una suerte de búsqueda interior. El álbum no es una descarga controlada, como lo pueden ser Zooropa o Pop, dos de los discos más producidos de la banda. De nuevo, aquí hay una especie de soltura, de libertad que no volvió a aparecer hasta Acthung baby. Y la cosa se entiende.

Así: toda cima es, casi por definición, la oportunidad para caer. Y en medio del éxito abrumador y la gira con casi 100 conciertos en 11 países (la abrumadora mayoría en Estados Unidos) llegaron las malas reseñas y un poco el descontento de la crítica, y de parte del público, con Rattle and Hum, el álbum que siguió a Joshua y que también se convirtió en una suerte de documental/película de la banda.

Rattle es un disco algo particular, pues es mezcla de canciones en vivo (tocadas casi todas durante la gira de Joshua), además de material en estudio (incluyendo canciones nuevas). Aquí hay que decir que, mandando un poco al infierno a los críticos, el álbum tiene grandes momentos, como el coro góspel de I still haven’t found what I’m looking for, la colaboración con B.B. King en When love comes to town o Silver and gold, con una versión en vivo en la que Bono canta: “Señor, no tengo nada / Pero es más de lo que usted tiene / Estas cadenas ya no me atan / Ni los grilletes en mis pies / Afuera están los prisioneros / Adentro los libres (libérenlos)”. Esto viene apenas unos segundos antes de una de sus conocidas intervenciones políticas, aquella vez para hablar del apartheid en Sudáfrica: “Esta es una canción acerca de un hombre que vive en una comuna en las afueras de Johannesburgo. Un hombre cansado de ver a través del cañón de una Sudáfrica blanca. Un hombre que ha llegado al punto en el que está listo para empuñar armas contra su opresor. Un hombre que ha perdido la fe en los negociadores de Occidente que discuten mientras niegan el apoyo al obispo Tutu en su pedido de sanciones económicas contra Sudáfrica. ¿Los estoy molestando? No quería incomodarlos. Ok, Edge, toca el blues”. Y ahí entra el solo que sella la canción.

En toda justicia, el problema de la crítica no fue tanto con el álbum, sino más con el retrato de U2 en el documental/película: una especie de recuento de cómo la banda descubre y conquista una versión de Estados Unidos algo cursi y cliché. Bienvenidas las botas texanas, los sombreros y las visitas a Graceland, Harlem o los estudios en los que tocó Jerry Lee Lewis en Memphis. La reseña de The New York Times decía esto: “La película entra en un terreno más inestable cuando envía a los músicos, como tantos otros turistas, a visitar la mansión Graceland de Elvis Presley o incluso cuando el señor Joanou (el director de la cinta) los sienta para intentar hacerles preguntas. La música de U2 habla mucho mejor por sí misma”.

Janet Maslin, la redactora de la reseña, da en el clavo. La música se expresa mucho mejor que la versión algo megalomaníaca y llena de ego de Rattle and Hum. Joshua Tree terminó de cimentar la carrera de la banda porque logró hablar con una voz clara y poderosa para cantar Where the streets have no name, I still haven´t found what I’m looking for, With or whithout you o Bullet the blue sky. Los cuatro primeros temas del álbum y algunas de las canciones que más ha seguido tocando la banda en 30 años de carrera desde su publicación. Algunas de ellas son parte inamovible de los casi 900 conciertos que el grupo ha ofrecido sólo como parte de sus giras oficiales desde 1987. (Vea "Así será el concierto "The Joshua Tree Tour" de U2 en Colombia")

O componer piezas sutiles como Running to stand still, que habla de la heroína en una época en la que el uso de la droga fue calificado como una epidemia en Irlanda y partes del Reino Unido y Estados Unidos. En ella, Bono canta, apenas acompañado por un piano: “Dulce el pecado, amargo su sabor en mi boca / Veo siete torres, pero una sola salida / Tienes que llorar sin sollozar, hablar sin pronunciar palabra / Gritar sin subir la voz / Sabes que tomé el veneno, del arroyo venenoso / Y después floté fuera de acá”.

Y esta suerte de lección quedó bien aprendida, como lo demostró el Acthung Baby (1991), a mi parecer el disco mejor logrado del grupo. Después de un proceso de grabación que casi termina en la disolución del grupo, la banda logró juntar fuerzas y espíritu y produjo el álbum que lleva One, The fly, Misterious ways y Until the end of the world adentro. Se lanzó en su gira más ambiciosa, con 150 conciertos en 19 países, durante la que rentó tiempo de satélite para poder tocar en vivo, pero a distancia, con gente como Lou Reed mientras él estaba en Estados Unidos y el grupo en Sidney, Australia. Y en medio de todo, se ajustaron una suerte de máscaras de súper estrellas, todas vestidas de cuero y con gafas oscuras, para reírse del éxito y del glamur artificial del rock and roll. En ese disfraz fueron de nuevo libres y se les vio durante poco más de un año reventar todos los conciertos que dieron y de nuevo alcanzar la cima, para después caer un poco con Zooropa y el odiado Pop.

Joshua Tree es, entonces, una puerta a la nostalgia, pero también para la celebración de uno de los buenos momentos de una banda llena de puntos altos y bajos. Estrellas de rock plenas en humanidad.