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La inmortalidad de Cortázar, cien años después

Por Revista Cultura y Tendencias | 26 Agosto, 2014 - 16:11
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“Cuando vuelva de este viaje, me tomaré un año sabático”, le dijo Cortázar a un amigo español, antes de hacer la que sería su última vuelta a Argentina a fines de 1983. A los pocos días de volver a París se tomó para siempre su “año sabático”.

“Pérdida de defensas inmunológicas por un virus no identificado”. Eso habría dicho el parte de muerte del gran escritor argentino Julio Cortázar en el hospital parisino Saint- Lazare el 12 febrero de 1984. Al menos así lo señala la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi en una biografía que hizo del autor, publicada el año 2000 bajo la colección “Vidas literarias” de la editorial española Omega.

“Julio murió de sida. Entonces la enfermedad no estaba diagnosticada, los conocimientos eran mínimos.  Sus síntomas finales, incluido el problema del sarcoma de caposis, las diarreas, son características de esta enfermedad”, explicó la reconocida literata a la prensa internacional hace algunos años.

La información, que en su momento causó gran impacto en la comunidad literaria, es explicada por Peri Rosi porque a mediados de los 80 el sistema público francés no contaba con revisiones en sus bancos de sangre.

Cortázar en 1983 debió recurrir a una transfusión sanguínea debido a una hemorragia estomacal. Ahí se habría contagiado del mortal virus. El autor de “El Perseguidor”, que en algún momento de intensa ironía se declaró inmortal, había sido alcanzado.

La confidencia de quien también fuera musa y amante del escritor abrió una puerta demasiado amplia y tejió en torno a la muerte del cronopio mayor un manto de duda casi impúdico. Surgieron versiones de que Carol Dunlop, la última pareja de Cortázar muerta un año antes que él, le habría transmitido el virus. E, incluso, las teorías de homosexualidad del literato no tardaron en llegar.

Sin embargo, el académico español Miguel Herráez intentó volver a cerrar las ventanas con su libro “Julio Cortázar: El otro lado de las cosas”, en el que indagó en fuentes de primera mano y con la autorización de Aurora Bernárdez, primera esposa y albacea del escritor trasandino, concluyendo que Cortázar murió de dos enfermedades, una comprobable y la otra probable: leucemia y amor, tras la pérdida de Dunlop, con quien realizó un lúdico y enamoradizo libro a cuatro manos: “Los autonautas de la cosmopista”.

“Los datos de Peri Rossi son puramente especulativos. Bernárdez dice que a Cortázar le diagnosticaron una leucemia mieloide crónica, lo que está documentado. Lo cierto es que  no he querido caer en sensacionalismos”, explicó Herráez a la prensa cuando presentó su investigación en 2003.

Sin embargo, Peri Rossi afirmó al poco tiempo en Página 12: “Quienes dicen que murió de leucemia nunca conversaron con el hematólogo François Timal, quien me enseñó las pruebas clínicas que negaban el cáncer y diagnosticaban un virus desconocido que producía pérdida de  defensas inmunológicas. Hay muchos tontos que se han preguntado si Cortázar fue homosexual. Esta asociación de homosexualidad y sida es un prejuicio que debería estar desterrado”.

“Cuando vuelva de este viaje, calculo que para febrero, me tomaré un año sabático”, le dijo Cortázar a un amigo español, antes de hacer el que sería su último viaje a Argentina a fines de 1983. Como siempre, haciendo gala de una de las principales características del escritor, fue un hombre de palabra. Cuando volvió a París en febrero 1984, a los pocos días se tomó su “año sabático”.

Cortázar era un hombre incansable. Su vida estuvo permanentemente consagrada a la literatura y a las causas sociales. “Donde otros han ariscado desdeñosos la nariz ante los conflictos, Cortázar los abrazó con íntima hermandad”, recuerda Antonio Skármeta.

El escritor argentino fue de los que nunca se negó a una declaración de solidaridad, a un discurso, a una presencia en un acto público, a una entrevista “en favor de”. Por eso, con su enfermedad ya molestando demasiado, había tomado la decisión de un año de descanso. “Este hombre nos hizo transitar de la admiración al más entrañable cariño por su trabajo de solidaridad con la tormentosa historia de los pueblos latinoamericanos en la segunda mitad del siglo XX”, subraya Skármeta en el emotivo libro “Queremos tanto a Julio”, publicado en 1979 en Nicaragua.

La publicación recoge el especial cariño que veintún  escritores latinoamericanos (Rulfo, Benedetti, Galeano, Gelman, entre otros), le profesan a Cortázar.

 

Luego de recorrer varios países de la región como Cuba, Chile y especialmente Nicaragua (declarándose el defensor del proceso sandinista y ofrendando en 1983 un crudo y poderoso libro llamado “Nicaragua, tan violentamente dulce”), Cortázar volvió a Buenos Aires a fines de 1983, cuando el país trasandino recuperaba su democracia.

Sabido es que Cortázar -quien nació por casualidad en Bruselas en 1914- decidió abandonar su país a comienzos de los años 50, poco antes de que el peronismo se entronizara en el poder y diera rienda suelta a sus constantes movimientos de camaleónica adaptación. Si bien nunca se arrepintió de esa decisión, en una entrevista para la televisión española declaró lamentar no haber luchado más contra el movimiento que él consideraba “inexorablemente autoritario”.

Sin embargo, su regreso en 1983 fue distinto. “Empecé a salir a la calle, a hablar con la gente y fue todo en una atmósfera de gran distención. Todo el mundo repite lo mismo: en Argentina ahora se vive otro aire, es como haber salido de años de desconfianza”, sostuvo en una entrevista.

Para él era muy legítimo pensar que luego de los años del peronismo y del “proceso” militar, otro horizonte se levantaba para Argentina. “Pero no hay que olvidarse de criticar. Siempre la crítica constructiva, la que se hace desde adentro, es necesaria. Uno puede defender un gobierno, una idea de democracia, pero naturalmente se van a encontrar defectos en el avance de un proceso”, subrayó.

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