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La perversa dinámica de la violencia intrafamiliar

Por Agencias | 27 Marzo, 2017 - 15:35
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Cuando las agresiones en la relación de pareja se naturalizan, comienza una grave espiral de la que es difícil zafarse.

Nabila Rifo fue víctima de uno de los casos de violencia intrafamiliar más brutales que se recuerden en América Latina. A mediados de 2016, la golpearon y le sacaron los ojos antes de abandonarla en la calle. A casi un año del ataque, narró ante el tribunal de Coyhaique -la ciudad del sur de Chile donde aún reside con sus cuatro hijos- cómo fue agredida por el principal sospechoso del hecho, su expareja Mauricio Ortega.
 
Entre los antecedentes que se han dado a conocer en el caso, la joven madre denunció a Mauricio Ortega en 2015, cuando él habría intentado matarla con un hacha por celos. En esa oportunidad, el hombre quedó con firma mensual y fue instado a hacerse un tratamiento al que nunca asistió. Todo indica que continuaron en la misma relación violenta, hasta que él en un ataque de ira le habría arrancado los globos oculares con las llaves de un auto.
 
Sin embargo, incluso después de esta brutal agresión que casi le costó la vida, ella reconoció que intentó protegerlo. "Yo quise defenderlo diciendo que fue otra persona. No lo quise culpar a él, yo quería que me explicara qué había pasado (…) Lo hice por defender a Mauricio porque todavía lo quería", declaró Rifo. Pero, ¿por qué se produce esta dinámica tan perversa?
 
“Ése es uno de los síntomas más característicos de las dinámicas de la violencia intrafamiliar, particularmente de la violencia de pareja. Las personas tienden a polarizar la percepción de los sujetos involucrados, donde se tiende a ver al bueno y el malo, a la víctima y el victimario. Pero la verdad es que cuando existe ya un nivel de violencia que se instala en la relación de pareja hablamos de un vínculo que se establece entre estas dos personas que adquiere estas características, donde existe participación de ambas personas para sostener esta dinámica de pareja”, señala la directora de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, Carmen Gutiérrez.
 
Esto mismo explicaría el que muchas mujeres que sufren violencia doméstica no se atrevan a hacer las denuncias o, peor aún, que desistan en el proceso, perpetuando este círculo vicioso de la violencia.
 
“Esto va aparejado a una serie de sentimientos un poco complejos y difíciles, donde se tienden a atribuir niveles de responsabilidad o de culpa respecto del maltrato mismo, así como que ‘que pase esto tiene que ver conmigo, yo lo genero, yo lo gatillo’. Además, lo que se ve es que sigue existiendo cierta relación de dependencia mutua, entonces cortar el vínculo y responsabilizar al otro arriesga y expone a la persona a su propia sobrevida, a la sensación de que yo sin esta persona no vivo. Entonces no es extraño que las personas que han sido violentadas o maltratadas perdonen, justifiquen, minimicen, comprendan o hasta protejan a los victimarios”, agrega la psicóloga.
 
 
Normalización de la violencia
 
Si bien hay algunas mujeres que al primer grito o indicio de violencia cortan la relación, otras se sumergen en relaciones nocivas, entre las que suelen existir algunos patrones comunes. “Por ejemplo, las personas que suelen ‘aguantar’ más las situaciones de violencia, de maltrato, son personas que también se han visto expuestas en periodos anteriores de su vida a ese tipo de dinámica o ese tipo de relación, es decir, relaciones en las cuales la violencia se normaliza”, explica la docente de la Escuela de Psicología de la U. del Pacífico.
 
La mirada de género de la violencia desde lo psicológico plantea que existen a nivel de las pautas sociales y culturales, patrones de violencia y maltrato que se han normalizado. “Se consideran como que está dentro de lo permitido, por lo que la persona que se ve envuelta en este tipo de situación ni siquiera tiene la conciencia de que lo que le está pasando no está bien”, apunta Carmen Gutiérrez.
 
Dentro de los argumentos planteados en el juicio oral, también ha llamado la atención una de las líneas de argumentación de la defensa y de los familiares del inculpado, quienes han cuestionado la vida sexual de Nabila Rifo y han planteado que además ella sería una madre negligente con sus hijos y que tendría problemas con el alcohol, como si eso permitiera validar la violencia.
 
“Esa es la parte distorsionada de la situación, porque existe cierta idea de qué es lo masculino y cómo se comportan los hombres, y qué es lo femenino y cómo se comportan las mujeres y, por lo tanto, qué es lo que debiera aguantar y permitir un hombre o una mujer. Así, culturalmente hablando, la violencia, el maltrato, la autoridad o autoritarismo es percibida como algo válido de ser ejercido de los hombres hacia las mujeres y, además, las mujeres son percibidas en su condición de mujeres sexuadas y sexuales como provocadoras y responsables del comportamiento de las otras personas”, afirma la especialista.
 
“No es raro que los familiares planteen eso, porque pertenecen a la misma subcultura dentro de la cultura y posiblemente ella debe pertenecer a una cultura en la cual la posibilidad de que sea el hombre quien controlara o restringiera a la mujer está permitido”, añade Gutiérrez.
 
En lo que va de este año, el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género de Chile registra siete femicidios consumados y 19 frustrados.
 
“Por un lado, hay que formar en la noción de los derechos humanos, de la legitimidad de la diferencia. Pero para formar adecuadamente uno no sólo tiene que predicar con la palabra, sino que tiene que actuar en consecuencia. Entonces, si estamos en un papel de formar, también es importante que uno se dé cuenta de cuáles son sus propios parámetros de lo permitido o no permitido, de lo correcto e incorrecto, asignado a cada uno de los sexos de sus propias condicionantes culturales de lo que está bien o permitido en un hombre o en una mujer”, finaliza la directora de la Escuela de Psicología de la U. del Pacífico.