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Moxy Hotels, un refugio para almas divertidas

Por Esteban Dávila Náder/ El Espectador | 23 Noviembre, 2017 - 10:30
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Todo está permitido en esta cadena, que recientemente inauguró su 14° sucursal en Nueva York. Sin escatimar en diseño y servicio, esta propuesta espera llegar el próximo año a Colombia.

Cuando pensaba en hoteles urbanos, la imagen siempre era la misma. Un lobby sobrio, ambientado con música tenue, un par de toques de “diseño” para darle un poco de alma al conjunto, restaurantes de moda y habitaciones amplias, dominadas por camas brillantes de blanco y escritorios pensados para los oficinistas que las llenan por cuenta de viajes de negocios y congresos. La percepción me cambió luego de conocer el Moxy de Manhattan, en Nueva York.

Lo visité hace casi un mes, justo para su inauguración, y tengo que decir que nunca me había encontrado con nada igual. El hotel es disruptivo desde el lobby, donde la barra que separa a huéspedes y trabajadores desaparece, dando lugar a seis pequeñas mesas, escoltadas por paredes hechas de pantallas, donde se hace el check-in. Este rasgo, sin embargo, es único del Moxy de la Gran Manzana, pues los otros trece hoteles que tiene la marca (que es propiedad de Marriott) en el mundo hacen el registro directamente en el bar, luego de recibir un coctel de bienvenida.

Una particularidad igualmente interesante, pero que no se pudo replicar en Manhattan por cuestiones de seguridad. No porque reemplazar el lobby de un hotel por un bar sea peligroso, sino por la estructura en la que este Moxy echó raíces: un edificio de inicios del siglo pasado, de esos esquineros clásicos de la ciudad, levantados en ladrillo y concreto e iluminados por más ventanas que las que el ojo puede contar.

Además, se trata de un edificio con historia, pues para 1907 era la sede del New Mills Hotel que solía dar, en sus 1.800 habitaciones, un techo a los europeos que cruzaban el Atlántico para saludar a la Estatua de la Libertad y perseguir el sueño americano. Este legado, prueba de que Nueva York es la clase de ciudad que recibe a todos con los brazos abiertos, es lo que hace que la administración local no les permita a los propietarios hacer ciertas modificaciones y les exija hacer una restauración completa de la estructura de 15 pisos.

No significa, claro, que el Moxy tenga exactamente los mismos rasgos que el New Mills hace más de cien años, pues aunque sí hay un toque nostálgico en el diseño interior del hotel, es mucho lo que ha cambiado. En vez del aire industrial de la época, las áreas comunes del hotel están caracterizadas por la presencia de mucha madera, cuerdas y cojinería, todas dominadas por tonos como el blanco, el beige, varias gamas de café, verde y un poco de rojo. El remate: decoraciones en forma de osos, muñecos de lego hechos en madera, libros y afiches y fotos de las décadas del 60 al 80 en las paredes.

La misma línea se extiende a las habitaciones, que de 1.800 pasaron a ser 612 y que, por cierto, son el elemento más disruptivo del Moxy. Detrás de la puerta, que recuerda a la de la oficina de un detective privado, se esconde un mundo minimalista y acogedor, pensado para viajeros que usualmente no desempacan su maleta. De ahí que no haya clóset. En cambio, de la pared principal sobresalen una serie de clavijas donde están colgados varios muebles plegables (una mesa, una silla, una base para computador y otra para la maleta, varios ganchos y cojines) que se pueden usar y volver a poner en su lugar dependiendo del tipo de cuarto (hay nueve opciones diferentes) y las necesidades del huésped.

Otros detalles llamativos de las habitaciones son las camas, con compartimientos en la base para guardar cosas y colchones para hundirse; el baño forrado en baldosas que lo hacen parecer una piscina antigua y el lavamanos por fuera, en el pasillo de entrada. Como curiosidades, están el teléfono de disco y el radio que parece de transistores, muy vintage, y los cuadros que rotan entre habitaciones y relatan las aventuras de Bob the Brain, un personaje que llega a conocer Nueva York y termina viviendo una experiencia peliculesca, con sexo, drogas y rock and roll. Para agradecer están el botón que cambia la luz de la puerta si el huésped no quiere ser molestado, y el televisor con Netflix y conexión a dispositivos como celulares y tabletas.

Con todo, los cerebros detrás de Moxy explican que la idea es que los visitantes se sientan en un campamento de verano, un lugar para jugar, trabajar y hacer lo que deseen en lo que llaman “urban camping”. Sensación que se logra, sobre todo, en las áreas comunes del segundo piso y la terraza. En la primera se encuentran el bar, el lounge con sillas, mesas y enchufes para mover a gusto de cada quien; el restaurante Legasea, especializado en comida marina, y los tres estudios de reuniones para no más de 20 personas. Se trata de espacios tan flexibles, que en la fiesta de inauguración se convirtieron en una cancha de basquetbol, un centro de adopción de cachorros, una piscina de pelotas y una pared para hacer grafitis.

El segundo es un espacio interesante, con tres barras de bar, una al aire libre y las otras dos techadas. Aparte de los arbustos y las líneas de luces, del techo llaman la atención el campo de minigolf de cuatro hoyos (adornado con figuras bastante sugestivas) y la increíble vista que tiene hacia el icónico Empire State, ubicado a pocas calles del hotel. Se trata, además, de espacios abiertos para los locales, cosa que le da un toque de autenticidad a la experiencia.

Esa es precisamente otra de las ventajas del Moxy de Manhattan, su ubicación, que en plena intersección de la séptima avenida y la calle 36 es más que privilegiada. Es que para los amantes de las compras sólo hay que caminar hasta la calle 34 para encontrarse con el almacén más grande de la cadena Macy’s y desde allí, H&M, Victoria’s Secret, Forever 21 y GAP, sólo por mencionar algunos. Caminando en dirección contraria y a menos de quince minutos está Times Square, con todo el espectáculo de pantallas, luces de neón, personajes disfrazados y tiendas que el nombre conlleva, y unos quince minutos después, el corazón de la ciudad que nunca duerme: Central Park.

Así, por donde se le vea, se trata de una opción de hospedaje pensada para salir, viajar y divertirse, e incluso, es fácil aventurarse a decir que se trata de un hotel para millennials. Los precios apoyan esa tesis, oscilando el costo de la habitación por noche en temporada baja entre 100 y 200 dólares y escalando hasta los 450 dólares en la temporada alta. Sin embargo, la ocupación durante mi estadía en Moxy probó ser más diversa, paseándose por las generaciones X y Y, e incluso llegando los babyboomers. Según Vicki Poulos, directora global de marca, esto se debe a que se trata de una oferta que apuesta más por personas con una actitud y una mentalidad divertida que por una sola generación.

El broche de oro de esta experiencia es saber que Colombia, quizá Bogotá o Medellín, sería el primer punto en Latinoamérica en contar con esta propuesta, a medio camino entre los hoteles de diseño y las gigantes cadenas hoteleras, sin sacrificar lo mejor de ambos mundos. Según Paul Adan, vicepresidente de desarrollo de marcas de Marriott para la región: “para el próximo año espero, por lo menos, abrir un Moxy en el país, porque tiene unos centros urbanos vibrantes”, explicó. Sólo queda esperar y alistarse para la diversión.