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¿Por qué el segundo Grand Slam de la temporada se llama Roland Garros?

Por Camilo Amaya/ El Espectador | 8 Junio, 2018 - 11:28
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El torneo parisino rinde homenaje a este piloto, considerado como el padre de la aviación francesa. Su heroísmo es la razón para que el tenis de ese país lo mantenga, cada año, más vigente que nunca.

Decían que tenía una terrible paciencia de viejo desde muy joven, que era metódico en todo lo que hacía, desde pintar en un cuaderno hasta leer hasta altas horas de la noche. Que aunque su padre quiso que fuera abogado, como él, nunca se sintió atraído por las leyes porque no le llamaron la atención, porque de niño solo pensaba en volar. En volar lejos y alto en una época en la que pocos lograban hacerlo, en la que los aficionados a las alturas eran considerados unos temerarios por la precariedad de las aeronaves, por el peligro inminente de perecer en la búsqueda de un sueño. Unos dicen que Eugene Adrien Roland Georges Garros nació en Saint-Denis el 6 de octubre de 1888 en una familia conservadora, de burgueses, de buena vida y de buenas costumbres. Otros, que vino al mundo en la isla Reunión, al sureste de África, en la colonia francesa.

Eso sí, ambas historias concuerdan con el traslado de su familia a París, donde estaba el movimiento burocrático, y los grandes casos para el bufé de su padre. Allí Roland Garros compró un aeroplano para empezar a pilotar por su propia cuenta, apelando al ensayo y error como método de aprendizaje. Y desde ese momento su obsesión fue volar alto, cada vez más alto que los demás. De buen talante, mirada desafiante, boina invertida y bigote abultado, este hombre logró superar los cuatro mil metros el 6 de septiembre de 1912 (tenía 24 años) con su aeronave Blériot XI, agotando el oxígeno que llevaba. Después, al año siguiente, se convirtió en el primer ser humano en atravesar el mar Mediterráneo sin hacer escala, en cinco horas y 53 minutos, a bordo del Morane Saulnier, un aeroplano de apariencia endeble, pero fuerte para soportar los vientos a más de cinco mil pies de altura.

La llegada de la Primera Guerra Mundial lo llevó a enrolarse de manera voluntaria en el Ejército francés, pues su destreza en el aire lo hacía un piloto de combate peligroso para el enemigo, recursivo en momentos críticos y muy inteligente. De hecho, fue él quien ideó un sistema para que las balas de las ametralladoras pudieran salir por las hélices de los aviones, sin afectarlos, siendo disparadas por los mismos pilotos, es decir, sin necesidad de otro hombre en la parte posterior con un revólver o con ladrillos y piedras para dañar el fuselaje del enemigo, hecho en la mayoría de los casos de madera y tela.

Disparando y pilotando, Garros se hizo leyenda en Francia. Y la voz de que en un solo enfrentamiento derribó cinco aviones germanos se esparció por todo el país y en cuestión de meses ya era ídolo nacional, símbolo de patria, héroe de la patria. Sin embargo, a pesar de su experticia, de su modo único de entender los combates, en 1915 tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia y fue capturado por el enemigo, un oponente que de inmediato comunicó el suceso para quebrantar el espíritu de lucha de los franceses. Durante tres años estuvo en un campo de prisioneros, preparando un escape que no llegó hasta que uno de sus carceleros dejó por error un uniforme cerca de su celda y él, sin pensarlo, lo tomó para camuflarse y huir.

La muerte lo estaría esperando el 5 de octubre de 1918, cuando los alemanes le hicieron una encrucijada en el aire y uno de sus Fokker D. VII logró lo que parecía imposible: impactarlo por detrás y derribarlo. Garros cayó en la región boscosa de las Ardenas, un día antes de cumplir los 30 años, luego de un minuto de debilidad gris, de ser predecible para quienes lo habían estado estudiando por años, su forma de volar, sus acrobacias, sus maneras.

Una década después, este piloto, considerado el padre de la aviación en su país, fue homenajeado por la Federación Francesa de Tenis al darle su nombre a la cancha recién construida para la final de la Copa Davis ante los Estados Unidos, serie que los locales ganarían tras la gran actuación de René Lacoste, Henri Cochet, Jacques Brugnon y Jean Borotra. Y aunque Roland Garros sólo jugó tenis de manera aficionada, uno de los torneos más importantes lleva su nombre, para que las generaciones venideras no lo olviden, para que el mundo del otrora deporte blanco sepa que gracias a él, el cielo de su país fue un poco más libre, que por él, en parte, disfrutan de su actual libertad.