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¿Por qué llaman escarabajos a los ciclistas colombianos?
Todo comenzó con el antioqueño Ramón Hoyos Vallejo, quien brilló en la década de los cincuenta. Su capacidad para escalar derivó en este apodo.
Todo comenzó por un error. Uno de esos que nacen cuando la lengua y la mente no se ponen de acuerdo. Y no fue en los tiempos de Lucho Herrera, tampoco en los de Cochise Rodríguez. Para conocer el origen del término escarabajo, apodo con el que son referenciados los pedalistas colombianos, hay que remontarse a la época de Ramón Hoyos, el primer referente del ciclismo colombiano.
En 1955, El Espectador envió a su mejor reportero a entrevistar —por cinco días— al hombre del momento en el deporte colombiano. El elegido para hacerlo fue Gabriel García Márquez. “El 9 de febrero de 1939 llegó a la escuela rural de Chorro Hondo —a 10 kilómetros de Marinilla, Antioquia— un niño se siete años, tímido, montuno, completamente embarrado y chorreando agua sucia por todos lados. Ese niño era yo, Ramón Hoyos Vallejo, y este es mi recuerdo más antiguo: mi primer día en una escuela pintada de blanco entre frescos naranjos, a donde me llevaron mis dos hermanos mayores. Me llevaron porque me empeciné con la idea de que ya estaba en edad de leer y escribir, cuando a duras penas había aprendido a caminar. Y fue precisamente esa mañana cuando sentí el incontrolable impulso de batir mi primer récord: cuando me llevaban a la escuela traté de saltar una quebrada —habiendo podido pasar por el puentecillo— y caí despatarrado dentro del agua. Aquella caída —que considero como mi primer accidente— fue ocasionada por mi natural, irreprimible y afortunada vocación de andar siempre demasiado aprisa”, comenzó Gabo el relato de la primera de las 14 crónicas que entregó sobre la vida de Ramón Hoyos.
Y así, demasiado aprisa, empezó la exitosa carrera del antioqueño. Cuando Ramón tenía 19 años y ya había dejado atrás su pasado en la tienda de víveres en Medellín, donde repartía domicilios en tiempo récord, se le comunicó que Ramiro Mejía lo iba a patrocinar para competir en la segunda Vuelta a Colombia. Como era de esperarse, la lluvia de críticas no demoró. Había corredores de primera categoría por fuera debido a la falta de patrocinio, y un novato de tercera categoría iba a correr la competencia de ciclismo más importante del país. No importó. Don Ramiro se mantuvo firme.
El 8 de enero, bien temprano, comenzó la competencia con una primera etapa que iba desde Bogotá hasta Honda. Resfriado y consumido por los nervios, Ramón veía cómo los pedalistas rivales le pasaban por delante. La impotencia lo invadió y, en un abrir y cerrar de ojos, una roca se atravesó en su camino y lo mandó a volar. Unos minutos después, cuando recuperó el conocimiento, Ramón no atendió la sugerencia de los médicos y, ni corto ni perezoso, terminó la válida. Ya no había un alma. Eran las 5:30 p.m. y había sido descalificado por llegar demasiado tarde.
Con varias cicatrices en el cuerpo y un ojo lastimado, fue atendido en el hospital de Honda. Al siguiente día despertó y, pese a saber que había sido descalificado, se escapó con la ligera esperanza de continuar en competencia. La primera fuga de todas las que estaban por venir. Cuando llegó, miembros del Ejército estaban discutiendo con los organizadores para que el sargento Ramírez, que también había sido descalificado, pudiera retomar la competencia. “Si él puede correr, nosotros también”.
Fue así como Ramón Hoyos se montó de nuevo en su bicicleta. Los corredores ya habían partido un minuto antes, pero qué importaba. Se ascendía el páramo de Letras, que para muchos es el puerto de montaña más duro del mundo. Allí, con su estilo tosco, desmejorado y poco ortodoxo, Ramón fue alcanzando a sus rivales y llegó al segundo puesto. El peladito estaba dando la sorpresa y ya le pisaba los talones al líder, el francés José Beyaert. En el carro de repuestos iba Ramiro Mejía, invadido por la alegría, con dos botellas de aguardiente. Siguiendo, una curva truncó las esperanzas de Hoyos, que se chocó de cabeza contra una piedra. Mejía lo levantó y le echó aguardiente en la rótula. Había perdido tres minutos, la misma cantidad con la que el pedalista galo se adjudicó la etapa. Pero el puesto no importaba: había nacido una nueva leyenda.
Cuentan que al verlo llegar a la meta, el narrador deportivo José Enrique Buitrago, viéndolo todo desbaratado y molido por las caídas, pensó en medio de la emoción: “¡No es un humano, es un saltamontes en bicicleta!”. Pero lo que en realidad había dicho era: “¡No es un humano, es un escarabajo en bicicleta!”. Se había confundido de insecto. Y lo demás es historia.
Hoyos terminó la competencia en la sexta posición. Al siguiente año se proclamó campeón y en su historial conservará con orgullo los cinco títulos de la Vuelta a Colombia que conquistó. Además, es el único pedalista en la historia del certamen que ha ganado 12 de las 18 etapas de la competencia. Lo hizo en la edición de 1955. No obstante, hay quienes también dicen que fue el comentarista deportivo Carlos Arturo Rueda quien le puso el apodo, también por la gran capacidad de Hoyos para ascender las montañas. Cada quien escogerá con qué lado de la historia se queda. Una disyuntiva que no nubla la única verdad irrefutable: Ramón Hoyos fue el primer escarabajo colombiano.