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Trotski o el rescate de todos los ideales considerados utopías

Por Laura Camila Arévalo Domínguez/ El Espectador | 20 Abril, 2017 - 11:34
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Reconocido como una de las cabezas de la revolución rusa, sostenía que el éxito de su causa dependía de la capacidad de escalarla internacionalmente.

La revolución rusa tuvo que ser pensada y ejecutada por mentes tan libres como disciplinadas. La abolición definitiva de la dinastía Romanov pudo ser posible por convicciones tan fuertes y valiosas como los hombres que se apropiaron de ellas. Estas inquebrantables voluntades materializaron muchos de los objetivos para la anhelada transformación. La abdicación del último zar, Nicolás II, y la instauración unos meses después de un régimen comunista en Rusia fueron producto de una lucha constante por parte de grandes revolucionarios convencidos de la posibilidad de cambio.
 
Uno de estos líderes fue Lev Davidovich Bronstein: León Trotski. Dueño de una oratoria impresionante, se convirtió en una de las cabezas de la revolución rusa, gracias a su privilegiado razonamiento, contundentes discursos e inevitable influencia. Una voz que defendía y representaba a los oprimidos, siempre convencido de la capacidad que tenía el pueblo para levantarse en contra de los abusos de burgueses, capitalistas o autócratas.
 
Trotski se destacó por su actitud y su inteligencia. Su familia lo soñaba ingeniero, anhelo que no pudo o que no quiso cumplir. El marxismo le dio la bienvenida a los 19 años, edad en la que, después del contacto con el populismo agrario en Nikolaiev, fundó la Liga Obrera del Sur de Rusia, organización motivada a incidir y transformar las miserables y atrasadas condiciones en las que vivía la Rusia zarista. 
 
Su vida transcurrió entre luchas, exilios y detenciones. Nikolaiev fue la ciudad testigo de sus inicios y el lugar en el que comenzó un arduo trabajo de conspiraciones contra la monarquía. Estas acciones ejecutadas por la organización que lideraba, compuesta por obreros, campesinos e intelectuales izquierdistas, fueron las causas por las que la policía zarista lo identificó como insurrecto, a él y sus aliados. Fue llevado a Siberia, territorio en el que vivió dos de sus muchos destierros.
 
Trotski no mostraba asomos de agotamiento ni descuidaba sus ideales. Logró escapar de Siberia y se dirigió a Londres, ciudad en la que conocería a su principal aliado: Lenin. Con él, Trotski se convirtió en uno de los motores de la gran revolución que el pueblo ruso pedía a gritos. En esencia coincidían, pero las divergencias comenzaron aparecer con la división del Partido Obrero-Social Demócrata que dirigía Lenin, y sus dos principales facciones: los mencheviques (las minorías) y los bolcheviques (las mayorías). Los primeros, señalados de mediocres reformistas sin grandes posibilidades de generar cambios radicales, y los segundos apoyados por Lenin y criticados por sus ideales de ultraizquierda.
 
Sus funciones en la revolución fueron variadas y ejecutadas a la perfección. Fue periodista y escribió obras que actualmente son importantes referentes teóricos, como La revolución permanente (1930) y La revolución traicionada (1936). Sus compañeros lo llamaban “La Pluma”. Fundador y presidente de los primeros soviets (asambleas de campesinos, obreros y militares que pretendían tomar las riendas del país), miembro del comité militar que ejecutó la revolución en octubre de 1917 e instauró el comunismo derrocando la monarquía zarista. Cuando finalmente trabajó de la mano de los bolcheviques dirigió operativos militares que les dieron el poder. Creador del Ejército Rojo que, una vez terminada la insurrección de 1917, se enfrentó en una sangrienta guerra civil contra los burgueses, opositores del bolchevismo, excombatientes de los ejércitos zaristas y contrarrevolucionarios, el Ejército Blanco. Sin contar la victoria del enfrentamiento contra 14 ejércitos internacionales.
 
Este hombre rescata todos los ideales considerados utopías, no sólo en Rusia, sino en el mundo. Sostenía que para el verdadero éxito de la revolución, ésta debía escalarse a nivel internacional. La concentración, el continuo trabajo teórico-práctico y la consciente energía aplicada a su obra fueron las causas de su victoria e, increíble y paradójicamente, de su derrota.
 
Años después, y siendo víctima de una implacable persecución liderada por Joseph Stalin, a quien llamó “el Sepulturero de la Revolución”, Trotski fue poco a poco relevado de sus cargos en el partido y del liderazgo en la URSS. Fue despojado de su poder y finalmente desterrado. Ningún país le daba asilo por sus antecedentes revolucionarios. Pasó por Turquía, Francia y Noruega, y a la postre, el presidente Lázaro Cárdenas lo recibió en México. Ahí, en una casona fortaleza de Coyoacán, viviría sus últimos días.
 
El odio, la envidia, la frustración, pero sobre todo una apasionada pero insoportable admiración, fueron los tóxicos ingredientes que alimentaron la campaña de desprestigio que Stalin perpetró contra Trotski y que finalmente terminaría con su vida. En 1940, un piolet, las manos de Ramón Mercader, comunista de origen español, y la orden de Stalin, cegaron la vida de León Trotski, quien ya herido de muerte logró pedirles a sus guardaespaldas que no mataran a su asesino, pues era importante que él hablara, por el bien de la revolución.