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Una historia antes del próximo bocado de salmón

Por María Mónica Monsalve/ El Espectador | 2 Junio, 2017 - 16:28
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Aunque se vende como una de las comidas más saludables, su cultivo industrial podría estar desatando una crisis ambiental en Chile. Pescadores artesanales de la región piden detener esta industria.

A pesar de estar caminando justo sobre la costa de Punta Arenas, Chile, también conocida como la puerta de entrada a la Antártica, Jorge Gallardo Lupan dice no sentir el frío del viento. Su piel, curtida por la sal del mar, se ha acostumbrado a soportar temperaturas más extremas, como las que siente cuando bucea, con un traje de neopreno de 12 mm, debajo del hielo. Él, como casi todos los hombres de su familia que lo antecedieron, ha dedicado su vida a la pesca artesanal. Un oficio que se percibe en los callos de sus manos, en la forma cómo inhala oxígeno y en cómo se relaciona con el mar.

Al igual que los otros pescadores artesanales de la región, Lupan tiene reservadas las primeras cinco millas de la costa de Chile para realizar su labor. Un trabajo que venían desempeñando con tranquilidad hasta que hace unos seis años empezaron a sentir que “el mar se estaba dañando”. Los recursos pesqueros disminuyeron, las aguas llegaron más turbias y contaminadas a las costas y la mortandad de especies se volvió cada vez más recurrente. La sospecha que cultivó el sindicato de buzos armadores y pescadores artesanales de Magallanes, del cual Lupan es presidente, es que estos drásticos cambios se deben a la creciente industria de salmón.

“Nuestras aguas chilenas han sido ocupadas por las granjas de salmón y contaminadas con los productos químicos que les inyectan”, cuenta Lupan desde la última ciudad de la Patagonia chilena. “Pasamos a ser víctimas, porque la industria no nos permite ocupar los lugares que eran nuestros históricamente, pero sí nos está dejando un daño ecológico irreparable”.

Aunque no hay ninguna certeza de que todo este deterioro se deba a los cultivos de salmón, son varias las voces que se han sumado en su contra. La organización ambientalista Greenpeace, por ejemplo, llamó a uno de sus más icónicos barcos, el Rainbow Warrior III, para que a principios de este año navegara por toda la Patagonia con la bandera “Salvemos los mares del fin del mundo”. Su objetivo fue llegar a los rincones del mar donde aparentemente no hay control alguno y denunciar cómo viven los salmones en estas granjas.

En palabras de Estefanía González, coordinadora de campaña de Greenpeace Chile, quien visitó las salmoneras, cada proyecto tiene el tamaño aproximado de una cancha de fútbol y una profundidad de 30 pisos, donde los salmones viven completamente hacinados. “Se les dan antibióticos y químicos que luego liberan a través de la defecación, generando muchos nutrientes que favorecen que se den mareas rojas, que son supremamente tóxicas y causan la mortandad de varias especies”.

Después de Noruega, Chile es el país que más produce salmón, con una cifra que el año pasado rodeó las 500.000 mil toneladas. Desde hace 20 años, una que otra granja de salmón se fue instalando hacia el norte del país, pero hasta ahora se habían mantenido al margen. Lo que motivó la campaña de Greenpeace y que tiene preocupados a los pescadores artesanales es que ya están poniendo un pie en la región de Magallanes; una zona que alberga una cifra cercana al 36 % de los mamíferos marinos. La entrada de la industria de salmón, afirman, podría costarle al mundo sus mares más australes.

Según datos de la División de Acuicultura de la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura de Chile (Subpesca), en la región de Magallanes existen 130 concesiones autorizadas para cultivar salmones y un total de 450 solicitudes en trámite. Sin embargo, Eugenio Zamora, jefe de la División, advirtió que usualmente el 70 % de estas peticiones son rechazadas por errores cartográficos.

Pero esta amenaza latente no sólo tiene en alerta a los pescadores, sino también a las comunidades ancestrales que desde hace miles de años han vivido en la Patagonia. El pueblo kawésqar, una población canoera y nómada que fue la primera en habitar los canales de Magallanes de forma libre, hace unos 6.000 años, también se ha visto golpeado por la industria salmonera.

“Las salmoneras nos han mermado lo que tiene que ver con la subsistencia. En las costas de Puerto Natales ya no salen especies autóctonas. Hemos visto aves, lobos y otras especies marinas que llegan muertas, y aunque no hay una investigación que relacione a la salmonicultura, esto se debe a que estas mismas son las que hacen los estudios ambientales”, afirma Leticia Caro, miembro de la comunidad Aswal Lajep de Puerto Natales. Estas comunidades han solicitado al gobierno chileno que declare como reserva parte de su territorio, alrededor de 60 millas. “Con esto buscamos que cada vez que una empresa se quiera instalar en nuestro territorio, ya sea la salmonicultura o la industria minera, se haga una consulta antes”, concluye Caro.

Aunque en la mayoría de medios internacionales pasó desapercibido, hace un año Chile estaba viviendo una de sus mayores catástrofes medioambientales. A las costas de la isla de Chiloé llegaron cientos de cangrejos, peces y hasta pájaros asfixiados. Tanto las personas de la zona como Greenpeace, advirtieron que la mortandad se debió a que, con el permiso del Gobierno, una empresa salmonera arrojó al mar cinco toneladas de salmones que se les habían descompuesto en sus granjas. Pero el Gobierno argumenta que la crisis se debió al fenómeno de El Niño.

“Tal como señaló el grupo de científicos que fue convocado por el Gobierno, lo ocurrido en Chiloé el año pasado fue el resultado de un fenómeno de El Niño nunca antes visto en intensidad y magnitud, que impactó fuertemente a las comunidades costeras, la industria del chorito y del salmón”, explicó Zamorano, jefe de Subpesca, a El Espectador. Las industrias de salmón, por su parte, atribuyeron la mortandad de animales a la contaminación por plástico.

Un año después las versiones siguen confrontadas, pero lo cierto es que son varios los estudios que han advertido los riesgos que la acuicultura de salmón puede representar para los mares. En el 2008, un estudio publicado en la revista Plus One y realizado en Escocia, Irlanda y Canadá, comparó cómo cambiaba la población de salmón silvestre cuando en áreas cercanas había granjas salmoneras. Así descubrieron que cuando los salmones salvajes pasaban por granjas de salmón durante sus migraciones, la reducción de supervivencia podía llegar a ser del 73 %.

Cuatro años más tarde, la Universidad de Lagos, Chile, y el Instituto Nacional de Veterinaria Noruego, rastrearon en el efecto que los antibióticos que les arrojan a los salmones tienen sobre el ecosistema marino. Durante un año tomaron muestras de dos lugares: uno a 20 metros de una granja y uno de control a 8 kilómetros. A la final encontraron un aumento significativo en el número de bacterias y en las fracciones resistentes a tres antimicrobianos en los sitios donde había acuicultura frente a donde no.

“Estos hallazgos sugieren que el uso actual de las grandes de antimicrobianos que se usan en la acuicultura chilena tienen el potencial de generar bacterias resistentes a los antimicrobianos”, afirma el estudio. Según la Asociación Interamericana para la Defensa del Ambiente (AIDA), en Chile se les da a los salmones hasta 5 mil veces más antibióticos que lo que se permite en Noruega.

Giovanni Melo, coordinador de pesquería de la Fundación Mar Viva, explica que en Colombia la mayor parte del salmón que se consume viene de la industria chilena, pues después de Vietnam, Chile es el segundo lugar de importación de productos pesqueros, con el 14 %. “Para que el salmón crezca a un kilo hay que alimentarlo con entre tres y cinco kilos de otros alimentos pesqueros: especies no comerciables, pero importantes para el ecosistema”, argumenta. “Pero si la acuicultura se hace de manera sostenible, ayuda a liberar el estrés que la pesca genera sobre los recursos naturales”, afirma.

En Chile, se podría decir, todavía está pendiente descifrar cómo lograrlo sin que afecte los ecosistemas cercanos. Es así como uno de los platos que aparece en los blogs de “fitness” como uno de los más saludables, puede estar desencadenando problemas sociales y ambientales a kilómetros de distancia.