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Uruguay se torna un montón de escombros y un boquete en el piso

Por Pablo Kummetz/ Deutsche Welle | 11 Octubre, 2016 - 17:04
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La propuesta charrúa a la Bienal de Arquitectura de Venecia 2016 sorprende por su novedad.

El pabellón permanente de Uruguay en Venecia se encuentra en “i Giardini”, jardines en la margen oriental de Venecia, a la izquierda de la Giudecca y frente al Lido. Anteriormente había sido utilizado para exponer obras de artistas de Turquía, Túnez y Malta, según la Facultad de Arquitectura de Uruguay, hasta que lo compró el Gobierno uruguayo, en 1960. Es un ortoedro, una “caja de zapatos”, de extrema sencillez en el exterior, pero, no obstante, con un cierto atractivo.
 
Se llega a él a través de un camino de gravilla bordeado de plantas y arbustos, se ascienden cinco peldaños y el visitante, luego de atravesar el vano de la puerta, se topa con una pared, que lo obliga a dirigirse hacia la derecha, desde donde sí puede acceder al interior. Subdividir con tabiques el interior no es fácil, dadas sus relativamente pequeñas dimensiones, por lo que, generalmente, las muestras uruguayas apuestan por un monoespacio.
 
 
Lo primero que ve el visitante cuando ingresa al recinto del pabellón uruguayo en la Bienal de Arquitectura de este año es un agujero en el piso que llega hasta la tierra del suelo debajo y, al lado, un cúmulo alargado de escombros, que dan la impresión de haber sido extraídos del pavimento. Eso es todo. O casi todo: a la izquierda, una cortina blanca de anchos y pesados flecos de material plástico corta el espacio a lo largo, en proporción de aproximadamente un quinto y cuatro quintos, despertando la curiosidad por ver qué hay detrás.
 
Detrás de la cortina se hallan dos dibujos en blanco y negro realizados directamente sobre la pared, uno aludiendo al accidente de un avión uruguayo en los Andes en 1972; el otro muestra un grupo de soldados y un hueco en el suelo, que representa, según los responsables del pabellón, una “tatucera” (refugio en la tierra), un “berretín” (escondite, particularmente de objetos) o una “cárcel del pueblo” de los Tupamaros, un movimiento armado de los años 1960 y comienzos de los 70, que en 1989 se integró a la coalición política Frente Amplio, actualmente en el Gobierno.
 
Los autores del pabellón llaman a no buscar objetos tangibles en la muestra, sino “campos de interés en el manejo del espacio real y simbólico. Y agregan: “No hay novedad en los objetos empleados (…), sino en los (objetos) intangibles que con ellos se generaron”. La propuesta invita a “comprender ese otro valor y vislumbrar su implicancia para la arquitectura”. No hay “fachadas ni plantas… no hay búsqueda de secciones sorprendentes ni resolución formal preocupada por la estética”. Hay un agujero en el piso, dos imágenes y libertad infinita para la reflexión, que depende de la fantasía del sujeto que observa el objeto.
 
 
Por eso, el visitante tampoco encuentra “ni edificios innovadores por su espacialidad, formalización, tecnología o gestión”. Ausente está también todo “tipo de construcciones materiales”. Lo que se presenta en el pabellón son “construcciones de resguardo lo suficientemente potentes como para dar cobijo a la vida en un medio extremadamente adverso”, resumen los autores. En todo caso, suficientemente potentes para asociarlas con el título de la Bienal 2016: “Reporting from the Front”.
 
Quien quiera ver el aporte de Uruguay a la Bienal de Arquitectura de Venecia 2016 lo puede hacer hasta el próximo el 27 de noviembre.