Artículos

Zadie Smith, más allá del prejuicio

Por Ángela Martín Laiton/ El Espectador | 8 Agosto, 2017 - 10:37
  • 20231985_818427768318721_7454782170414560091_o.jpg

El mensaje en su literatura es claro: Europa lleva varios siglos mezclándose, yendo a otros lugares, llevando a otras personas. No existe una sola Europa: es mentira su totalidad blanca.

La primera vez que Zadie Smith viajó a África lo hizo en búsqueda de la identidad que le adjudicaban quienes la conocían. Había pasado la vida tratando de arreglarse una cabellera indómita que ante el sol y el aire se levantaba muy por encima de su cabeza y no permitía que ningún peine pasara por ella. Se hacía preguntas constantemente sobre el asunto de la construcción de la identidad y la raza en Brent, el barrio obrero de Londres en el que nació y creció y al que llegaban familias de distintos lugares del mundo. ¿Qué significaba ser inglés en un escenario como ese?
 
Smith es hija de una modelo jamaiquina que migró al Reino Unido a finales de los años sesenta y de un fotógrafo inglés que no resistió el encanto de la modelo. En una entrevista para el NY Times, Smith le mostró al periodista, quien además era su amigo, una foto de ella en la adolescencia. Una chica con sobrepeso y el cabello muy rizado a quien la escritora describe en Swing Time diciendo: “el pelo no es esencial cuando te pareces a Nefertiti”. Fue en esa misma etapa de su vida en la que la escritora escuchaba apasionada los grandes clásicos del jazz, mientras veía en las fotografías a esos hombres blancos en sus grandes pianos acompañados de mujeres negras que se paraban junto a ellos a cantar. Zadie Smith soñaba con ser una de esas chicas.*
 
La vida, que cumple sueños en circunstancias extrañas, permitió que la osada chica departiera como cantante de jazz en bares y restaurantes para poder sostener su carrera de filología inglesa en la Universidad de Cambridge. Fue en esta misma universidad donde surgió la magia, y aunque Zadie Smith había contemplado primero la danza, la música o el periodismo, fue la literatura la que fluyó de sí misma, como su ruta y destino. Así, después de haber hecho varios relatos cortos, un editor se interesó en lo que escribía, le propuso escribir una novela y Smith produjo Dientes blancos, la novela que sorprendió a la crítica y la catapultó como la nueva promesa de la literatura inglesa.
 
Llegada la fama y con otros títulos escritos, los periodistas y sus lectores corrían detrás de ella para preguntarle sobre su “negritud”, sobre la carga simbólica de la herencia jamaiquina-africana en sus novelas. A Smith ese tipo de crítica le da risa, porque nunca ha escrito sus textos basada en el color de piel de las personas. Pero, más allá de simplificar la situación, trata de entenderla y explicarla: la gente tiene muy interiorizado el racismo y lo refuerza a diario positiva o negativamente. Zadie Smith representa en las novelas el mundo que la rodea y que muchos europeos se niegan a aceptar. Su Londres es diverso, es obrero, es negro, amarillo, musulmán, ateo y cristiano. El mensaje en su literatura es claro: Europa lleva varios siglos mezclándose, yendo a otros lugares, llevando a otras personas. No existe una sola Europa, es mentira su totalidad blanca. Smith afirmó en una entrevista: “Mis personajes tienen sus dramas y sus problemas como cualquier ser humano. No los tienen por ser negros, sino por estar vivos. Sólo trato de escribir sobre personas. No desde la perspectiva de la gente que piensa que ‘nosotros’ somos diferentes. Porque nosotros no somos diferentes. Ni siquiera quiero pensar en “nosotros”.
 
Sin embargo, esos cuestionamientos no estuvieron siempre resueltos para Smith. Su mamá sabía que ella tenía que conocer el lugar de donde venía su sangre. Darle una explicación a esa búsqueda de identidad para que ella pudiera buscar a los suyos y darse un lugar entre ellos. Así emprendieron con ella el primer viaje a Jamaica y en medio de la aventura Zadie Smith sintió que no quería estar en ese lugar, sentía que ese viaje era una imposición desesperada de su mamá para brindar a su hija algo que ella consideraba propio. Así lo relató la autora: “Era el último lugar al que quería ir”, “Yo sólo quería quedarme en Londres con mis amigos. Todo me daba alergia, sobre todo ese calor sofocante que me asfixiaba. No quería pertenecer a ese lugar”.
 
La vida continuó en Londres y una Zadie Smith más madura, con preguntas fuertes sobre la construcción social de la cultura, sobre sí misma, sobre la literatura y la historia, decidió viajar a África Occidental y enfrentarse de una vez con eso que todos querían recordarle, sobre lo afro que lucía su cabello, su literatura y el gusto por el jazz. La respuesta entonces fue contundente, cuando llegó al encuentro de lo que Europa le decía que era su verdadera identidad, lo único que la abrazó fue la mirada de los nativos africanos que murmuraban al verla pasar: mira, una blanca.
 
* Información tomada de: Las piezas de Zadie Smith, por Jeffrey Eugenides. New York Times.