Un enemigo del pueblo, en la versión del dramaturgo Bosco Cayo del clásico escrito por Henrik Ibsen en 1882, presenta la historia del doctor Stockman, jefe zonal de salud de una pequeña estación termal, principal atracción turística y motor de la economía local. Al descubrir que las aguas están contaminadas, poniendo en riesgo la salud de la población, el doctor vive la contradicción entre dar a conocer esa verdad al pueblo, o sucumbir ante los intereses económicos y las autoridades políticas de la ciudad que presionan por acallar la situación.

En este montaje, los espectadores observan y examinan a través de un escaparate a un grupo de jóvenes adultos en una puesta en escena realista y sensible, un cuadro impresionista de la realidad cotidiana donde cada espectador puede reconocerse. Encerrados en un prototipo, una cápsula de vida contemporánea, los personajes evolucionan en el curso de la narración, para seguir luego la pendiente de sus ideas que los llevarán sobre un camino extremo y antidemocrático.

A través de un juego de transparencia, video y proyección, se muestran los espacios íntimos donde finalmente se deciden los asuntos públicos. En este lugar los intereses particulares son enmascarados bajo la noción de bien común y la opinión pública es sacralizada pero al mismo tiempo manipulada obscenamente por el poder.

Este texto, escrito hace 130 años, da la impresión de haber sido escrito el último mes, ya que interroga el compromiso de los individuos con la verdad enfrentado al peso aplastante del dinero y de las decisiones que tomamos todos los días.

La obra, financiada por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, a través del Fondart, expone los límites de la democracia y su fragilidad, advirtiendo sobre el precio que paga quien dice, a viva voz, eso que la mayoría niega.