En los años 50, el cineasta Werner Herzog compartía vivienda con Klaus Kinski, un talentoso actor con fama de diabólico ególatra. Kinski padecía repentinos e injustificables arrebatos de ira o locura, durante los cuales podía llegar a destrozar el mobiliario del lugar.

Esa terrible personalidad lejos de alejar fascinó al director y entre ambos nació una estrecha amistad de frecuentes brotes de violencia. Herzog rememora su relación de amor/odio con Kinski mientras visita varias de las locaciones donde se filmaron los cinco filmes en los que ambos colaboraron.

En una primera mirada, este documental llamado "Mi enemigo íntimo" puede entenderse como una lucha permanente, un choque de fuerzas opuestas, en el que Herzog -al poseer el poder del relato- parece evidenciar a un Kinski maníaco, arrogante y ególatra, por momentos casi maligno.

Allí donde Kinski se instala como un representante del desborde, Herzog representa lo opuesto: el control, la serenidad. Sin embargo, todo es aparente. El relato avanza hacia algo menos polarizado: Herzog, con sus silencios, sus modos y su discurso puede ser hasta más temible que el exaltado de Kinski.

A veces, hasta parece que aflora Kinski dentro de Herzog y viceversa. En un abrir y cerrar de ojos, la relación se relaja y se tensa con las distintas etapas de sus películas y sus vidas.