Reseña
Así fue la fiesta de Foals en Bogotá
La banda fue una de las atracciones el pasado domingo 7 de abril en el Festival Estéreo picnic.
De Foals sabía un par de cosas: que se reunieron después de estar dispersos en distintas bandas, casi todos haciendo música por la música. Sabía de una banda llamada The Edmund Fitzgerald de math rock en la que había tocado Jack Bevan y Yannis Philippakis y eso lo investigué cuando los escuché por primera vez hace cinco años. Lo leí en algunas entrevistas que sus integrantes iban respondiendo cada vez que anunciaban un sencillo o una gira. Me enteré de los álbumes, me aprendí las canciones, llegué a detestar unas cuantas de todas las veces que las repetí, pero nunca pude cansarme de Mountain at my gates, que siempre me recuerda mis obsesiones con las montañas y con ellos, claro. Sabía (o sé) poco, lo reconozco.
Con el Estéreo picnic todos los años pasaba lo mismo: los organizadores comenzaban con el ruido del festival, anunciaban la lista de artistas, yo me moría de las ganas, pero siempre resultaba muerta de la envidia en medio de un trancón por la autopista que indicaba que todos estaban yendo hacia donde yo también quería ir. Este año nada cambió: bombos y platillos, programación y mis ganas intactas. Cuando el afiche oficial se publicó, vi las XXXX y luego me enteré de que detrás de esas letras se escondía Foals, así que me decidí.
Del toque de esa banda puedo concluir que uno de los lugares más felices de un ser humano podría ser un concierto que le remueva lo que permanece estático por la rutina y la hostilidad. La vida se pausa, la vida sumida en lo corriente y lo abrumador que resulta moverse en círculos, queda congelada con las luces, el sonido, los saltos, los aplausos y los gritos. Qué va a importar cualquier apariencia si los que a uno lo acompañan cantándole y tocándole, mientras se sobrevive a la densidad con la que a veces se muestra la vida, están ahí al frente elevando todo lo que toque tierra.
Foals tocó el domingo. Había cuatro escenarios y ellos se presentarían en el de Adidas. Allá llegué después de ser muy solidaría con el grupo de personas que estaban conmigo y quisieron quedarse hasta el último segundo de la presentación de Sam Smith, un tipo que dio un show que disfruté, pero que me retrasó. Yo quería estar adelante cuando saliera Yannis Philippakis a recordarme que no tenía su número (My number) y que, también en Colombia, y conmigo entre el público, se sentía vivo. Yo quería darme gusto fantaseando con la idea de que esas canciones las estuviera cantando para mí y estar cerca de Philippakis para el momento en el que decidiera hacer uno de sus crowdsurfing que ya sabía que acostumbraba por los videos compartidos en redes.
Por supuesto, cuando llegué, detrás al lado y delante de los miles que, como yo, corrían hacia el mismo escenario, no avancé mucho. Lo máximo que logré fue ubicarme en el extremo izquierdo hacia el escenario. A pesar de que no veía mayor cosa (no veía nada), las pantallas me ayudaron y cuando me empinaba, mis 1.65 de estatura fueron útiles para verlos. Detrás de los integrantes de la banda: Yannis Philippakis, Jack Bevan, Jimmy Smith y Edwin Congreave, había una pantalla que proyectaba las plumas rojas que identificaban la imagen de su reciente disco Everything Not Saved Will Be Lost. De ahí alucinaba con escuchar Exits y Syrups.
El escenario, blanco y con un techo que parecía plástico, era oscuro, así que cada luz emitida desde la tarima uniformaba el lugar: todo se veía rojo. No recuerdo con cuál canción comenzaron, ni mucho menos cuál fue la que me hizo olvidar la restricción que me obliga a cerrar el pico y no gritar ni hablar fuerte por una disfonía que padezco desde hace más de un año. Salté, canté (intenté), bailé y le posé a la cámara de mi amiga que se moría de la risa al verme la cara de emoción cada vez que las luces se sincronizaban con la batería.
Foals, una de las bandas que sobrevivió al aluvión de nacimientos de agrupaciones musicales del dos mil, hicieron que amara, una vez más, a Inglaterra y su costumbre de conquistarme el oído. Su último disco What Went Down, lo lanzaron en 2015 y Wlater Gervers, el bajista de la banda había anunciado su retiro hace poco. Yo estaba asustada, sentía esa angustia que he visto en muchos enamorados de grupos que amenazan con desintegrarse. Quedarse sin ver una banda “de los afectos” es frustrante y con Foals no pasó. Con la música, el cine y la literatura se sufre de ese tipo de preocupaciones. El arte hace que uno extrañe, anhele, sueñe e invierta en acercarse y en sumergirse. Por eso comprar boletas para conciertos, pagar por libros o hacerse mimebro premium de algún distribuidor de cine, cuesta, pero vale cada centavo.
La generación que ha asistido durante los últimos diez años a escenarios como los del Estéreo picnic, espera vivir algo igual, guardando las proporciones por coyuntura, personajes y sucesos, a lo que ocurrió con el Britpop, que representó la generación de jóvenes ingleses de los 90 y qué, como bien lo describe un artículo publicado por la revista GQ, caracterizaba a los que atendían el llamado de bandas como The Verve, Oasis, Ash o Stereophonics: “eres joven, sal a la calle, bebe, baila y pásatelo bien. Mañana será otro día. Y volverás a salir, a beber, a bailar y a pasártelo bien. Siéntete supersónico: es tu momento”.
Lo sentí el domingo. Foals, para mí, fue una presentación corta, pero intensa. Después de que Philippakis se lanzó a los brazos del público y pude gritar, con mi reducida y limitada voz, me recordaron el ímpetu propio de mis contemporáneos y lo convencidos que podemos estar de que por el arte y para el arte no hay distinciones.
Con Mountain at my gates, Exits, Syrups, My Number, Late night me di gusto. Agradecí poder estar ahí, cerca de la batería de Bevan, la guitarra de Smith, y el teclado de Congreave, que para mí fueron como escalar esas montañas que me conmueven y que ellos tuvieron en cuenta en una de sus canciones. Se entregaron, Philippakis se refirió a su público como “parceros” con todo y su r mal pronunciada. Armaron una fiesta de rock alternativo que desplazó el frío del que muchos se estaban quejando.
Gracias, Foals, por volver con tu rock experimental y abierto a más géneros que convierten las canciones en perfectas excusas para desatar en masa.