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Había una vez en... Hollywood: El acto de fe en el cine de Tarantino

Por Janina Pérez / El Espectador | 5 Agosto, 2019 - 13:00
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¿Qué hace tan destacable la última película del director? Un reparto soñado y una historia basada en una época clave de EE.UU. son solo algunos de los motivos.

En 1969, una entrada para el cine en Los Ángeles costaba cinco céntimos de dólar. Desde el presente, Quentin Tarantino evoca ese pasado cuando el acceso a una sala estaba garantizado. Es que ¡¿a quién no le sobraban unos cuántos céntimos?!

“Ahora las películas se han convertido prácticamente en una obra de teatro de Broadway, ya que tienes que gastarte unos 24 dólares para ver una función”, lanzaba un lamento el director y guionista en el Festival de Cannes, donde Había una vez en… Hollywood compitió por la Palma de Oro.

Esta vez el afamado realizador se centra en 1969, un año muy significativo para los EE. UU. En su noveno filme, Tarantino se propuso mezclar nombres, situaciones, lugares y eventos reales con un muy particular relato de ficción, en el que se plasma la amistad entre el doble de acción Cliff Booth (Brad Pitt) y la estrella de la televisión y del cine Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), quien a su vez es vecino de Sharon Tate (Margot Robbie) y Roman Polanski (Rafal Zawierucha), una de las parejas de celebridades en boga en aquel momento.

“Esta película es mi Roma”, admite Tarantino citando el filme de Alfonso Cuarón, ya que esta historia desarrollada en la industria del cine de finales de los 60 se nutre en gran medida de las remembranzas de su infancia.

“Recuerdo cómo eran las cosas, hasta me acuerdo perfectamente de los carteles en los muros callejeros”, relata quien creció como hijo único en Los Ángeles, atiborrándose de series de televisión y películas de la época y rodeado de jovencísimas niñeras hippies, “bastante radicales, que les gritaban ¡cerdos! a los policías y fumaban marihuana en casa, pero ¡yo nunca las delaté!”, narra divertido el cineasta.

La pérdida de la inocencia

El ocaso de la década de los 60 era un hervidero. Eran los tiempos de la Guerra Fría y del conflicto bélico en Vietnam. Mientras a lo largo y ancho del país la lucha por los derechos civiles no perdía fuelle pese al asesinato de Martin Luther King, acaecido en abril del 69, el movimiento gay en Nueva York había alcanzado otra dimensión con los disturbios de Stonewall.

No había pasado ni un mes desde que se celebrara la triunfal llegada del hombre a la Luna cuando el 9 de agosto de 1969 tres miembros de la llamada familia Manson cometieron una serie de crímenes en las inmediaciones del Benedict Canyon en Los Ángeles.

Aquella noche, en el 10050 de Cielo Drive, en la residencia de Tate y Polanski no hubo una fiesta como de costumbre. Todo era sangre. A la consternación ante el violento asesinato de la actriz Sharon Tate, que estaba embarazada, y de cuatro personas más que se encontraban en su casa, se sumó el pánico. De sopetón la quimérica California cambiaría para siempre y, como un efecto expansivo, marcaría de por vida a toda la sociedad.

“En nuestro país se experimentó la verdadera pérdida de la inocencia”, analizaba Brad Pitt, quien es contemporáneo de Tarantino, en el Festival de Cannes. “Estábamos viviendo la concepción del amor libre, alimentando la esperanza de la paz y una gran utopía, y de repente nos percatamos del lado más oscuro de la naturaleza humana. La gente dejó de sentirse segura, empezó a vivir bajo llave, alrededor de las casas se levantaron muros y se instalaron cámaras de seguridad”.

Uno de los aspectos más significativos de las décadas posteriores a esos homicidios es el hecho de que los asesinos y Charles Manson, artífice de la matanza, se hayan quedado anclados en la memoria colectiva, más que la figura tan luminosa de Sharon Tate, quien para la época ya era una actriz bastante conocida.

“Hice muchas investigaciones sobre la familia Manson, leí libros y artículos periodísticos, vi documentales”, describe Tarantino, “pero mientras más información tienes, te das cuenta de que en vez de esclarecer el misterio de por qué esos jóvenes se sometieron a Manson, más bien todo se vuelve más oscuro, más enigmático, y allí radica parte de la fascinación”.

Había una vez en… Hollywood se entiende también como un homenaje a Sharon Tate, aunque el director no le pidió permiso a Roman Polanski, ni siquiera le notificó de sus intenciones. “No creo que vaya a reaccionar negativamente”, trata de quitarle hierro al tema.

Cierto es que Tarantino le dio un esplendor especial a la figura encarnada por Margot Robbie. “Es imposible acercarse a su perfección”, admitía Robbie en Cannes, “aunque siento que he honrado su memoria”.

Era de transformación

“Esta película es una carta de amor a Hollywood”, analiza Leonardo DiCaprio, e indudablemente no es exagerado considerarlo el filme más ambicioso de Quentin Tarantino, en el cual vuelca una buena parte de su vasto conocimiento de la cultura pop estadounidense y aprovecha asimismo para plasmar una era de cambios en la meca del cine.

Mientras los grandes estudios se aferraban al pasado en el 69, las voces independientes del cine de autor se hacían más fuertes, surgían nuevos nombres de jovenzuelos audaces que años más tarde serían los protagonistas de una nueva era de la cinematografía estadounidense.

“Por las salas ya había pasado Bonnie and Clyde (de Arthur Penn, estrenada en 1967) y en cartelera figuraba Easy Rider (de Dennis Hopper)”, recuerda Brad Pitt. “El cine estaba cambiando. (Francis Ford) Coppola estaba haciendo de las suyas y nos dirigíamos hacia la genialidad de (Martin) Scorsese. Nos hallábamos, pues, en plena transición”.

En Había una vez en… Hollywood, el Cliff de Pitt y el Rick de DiCaprio vienen a representar “una especie de reliquias del pasado”, tal como apunta DiCaprio. “En esa etapa de transformación estos personajes quieren encajar y no saben si lograrán sobrevivir a todos los cambios”.

En la vida real, y tal como antaño, una vez más la industria cinematográfica se enfrenta a un nuevo cambio de piel, más allá de la coexistencia de las plataformas de streaming y de los variables hábitos de consumo de la audiencia. En medio del torbellino, Tarantino admite que tiene fe en el cine.

“Sobre todo cuando el panorama cinematográfico actual está dominado por películas de superhéroes, de ciencia ficción, remakes y franquicias, y cuando para la gente ir al cine significa solamente ver Capitán América”, reflexiona. “Sin embargo siento que existen espectadores que quieren ver una película como la mía, en la que acompañas a estos tres personajes durante un par de días”. Tras su estreno en Estados Unidos a finales de julio, Había una vez en… Hollywood reventó la taquilla. Ese mismo efecto se espera en otros países, cuando esta nueva aventura de Quentin Tarantino se empiece a proyectar en las salas comerciales alrededor del mundo.