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Los balcones uruguayos se llenan de arte y música
Siguiendo el fenómeno que comenzó con la cuarentena italiana, en Uruguay las personas se han tomado ventanas y balcones para cantar, bailar y divertirse.
Todo sucedió casi que sin aviso. De pronto, cientos de miles de calles del mundo se vaciaron y la gente fue exhortada a permanecer en sus casas. Coronavirus. Encierro. Angustia, alegría, incertidumbre, aburrimiento, risas, llantos. Todo puertas adentro. O, en su defecto, a través de una pantalla. Pero enseguida, esa necesidad tan humana de compartir y vibrar con lo palpable, se manifestó. Y la expresión artística apareció para salvarle la cabeza a unos cuantos. O al menos para hacer que todo duela un poco menos.
Con toda la polvareda que levantó la llegada del covid-19 en distintos países del mundo, el bombardeo de noticias parecía no salir del eterno y angustioso bucle de alarma, pánico, miedo, conflictos sociales y muertes. Pero algo sucedió. Desde el aislamiento y desde cuarentenas obligatorias en distintos puntos del mapamundi, surgieron diversas iniciativas creativas y populares. Los conciertos se cancelaron, las salas de espectáculos y teatros del mundo cerraron pero la gente reconfiguró los escenarios establecidos. Ahora, una ventana ya no es solo un hueco de ventilación o lo que permite la entrada de luz natural. Y los balcones y patios exteriores de un edificio dejaron de ser espacios ordinarios que se utilizan cada tanto.
Desde que se viralizó un video con italianos cantando y tocando distintos instrumentos desde las ventanas de edificios, los actos artísticos colectivos se salpicaron por varias partes del mundo. Y Uruguay no tardó en sumarse a esa tendencia. Aunque lo hizo, por supuesto, con su propia impronta.
La sonoridad monótona de los aplausos en agradecimiento al personal de salud enseguida tuvo sus variaciones. En La Blanqueada se compartió cumbia desde un parlante que hizo bailar a varios vecinos del barrio. También en ese barrio, en la cooperativa Andamios, varios vecinos se organizaron para cantar juntos desde sus balcones y terrazas la canción popular La murguita y acompañarla con el instrumento que cada uno tuviera a mano. En la zona próxima al Portones Shopping sonaron trompetistas, bateristas y pianistas.
Vecinos de Malvin disfrutan de exquisitas interpretaciones del violinista Edison Mouriño. Y los que viven en Pocitos -uno de los barrios citadinos con mayor número de edificios- tienen propuestas que van desde los shows con gran despliegue desde el balcón del músico Nacho Obes hasta la fiesta a distancia que agita Juanjo Frechou con karaoke, luces y cantarolas de feliz cumpleaños a los vecinos que cumplen por estos días.
Para el gestor cultural Manuel Rivoir las propuestas que surgieron rápidamente del sector musical tienen que ver con que las personas vinculadas al arte “son sensibles a los cambios, a manejar sus emociones, y saben cómo procesar eso y crear”. Además, destacó que muchos creativos de diversas áreas de la cultura están siendo muy solidarios al acompañar esta crisis desde su lugar y eso es algo que debería recordarse luego cuando se reanuden los shows, las obras, las publicaciones de libros. “¿Se imaginan el confinamiento sin arte y sin cultura? Yo no”, pregunta y responde el gestor.
Hace un par de semanas, a la altura de Echevarriarza y Benito Blanco, Juanjo Frechou hizo sonar desde su casa Imagine de los Beatles y lo acompañó con unas luces de discoteca. Varios de sus vecinos acompañaron desde sus ventanas. Y con el paso de los días esa reunión a distancia de vecinos de Pocitos fue tomando color, y calor.
Juanjo, que cuenta con diversos implementos porque tiene un salón de fiestas, incorporó más luces, una máquina de burbujas y un micrófono con el que anima esa suerte de fiesta compartida que ahora ya quedó instalada de 21 a 21.30 horas para paliar el encierro. Varios vecinos se comunican con este hombre a través de redes sociales (@altopinar, allí también salen en vivo) y Whatsapp y le piden temas, le cantan feliz cumpleaños a quienes celebran desde sus casas y le escriben mensajes que luego él comparte con todos.
Con la casa de Juanjo como epicentro del agite, los vecinos cantan, arman coreos a distancia y se ríen de los chistes del vecino que decidió colaborar a través del entretenimiento. “Todo arrancó cuando le dije a mi pareja, ‘tengo que hacer algo’. Entonces, saqué los parlantes, la gente se colgó, me fueron pidiendo desde el himno hasta clásicos de No te va a gustar y se armó. Es todo a lo gaucho pero está tomando una magnitud impresionante”, dijo el vecino de Pocitos a El Observador y contó que más allá de esto que se armó en su cuadra, la fiesta se compartió a través de distintas redes y llegaron incluso a cantarle vía zoom el feliz cumpleaños a una quinceañera que vive en España.
Juanjo dice que el éxito de la propuesta se debe a la buena onda de sus vecinos y a la continuidad, y destacó el apoyo de personas como la señora de 92 años que se asoma todas las noches por su balcón y le envía mensajes en apoyo. “No nos vemos las caras porque es de noche. Si nos cruzamos en el supermercado no sabemos quiénes somos, es todo muy raro. Pero está buenísimo”, expresó.
Show en vivo
Para calmar las ansiedades de todos los que disfrutan de un buen concierto en vivo, artistas locales e internacionales de renombre compartieron durante estos días de aislamiento toques en vivo desde sus cuentas de Instagram. Pero el cantante y compositor uruguayo Nacho Obes decidió ir un poco más allá.
Además de dar su show en vivo en Instagram, Obes arma en el balcón de su casa un espectáculo con luces, humo, cámara en movimiento y la interacción con los vecinos que se suman desde sus casas como público. Su idea fue unir lo virtual con lo presencial.
El músico contó que sus shows duran una hora y cuentan con los espectadores in situ del barrio, con más de mil que siguen la transmisión en vivo y con unos 5 mil seguidores que lo ven luego de finalizado. Con un repertorio que apunta a temas popularmente conocidos y movilizadores de intérpretes como los Beatles, Elvis, Stevie Wonder y clásicos del rock argentino y local, junto a temas propios, Obes ofrece a un espectáculo que ya se convirtió en un clásico del barrio los sábados a las 22 horas.
El músico destacó la apertura de sus vecinos que enseguida se sumaron a la propuesta y le envían fotos con picadas y tragos que preparan para escucharlo y mensajes de aliento, también están los que viven solos y le agradecen por alegrarles la noche. Además, los videos se viralizan rápidamente en redes y el alcance del espectáculo que nació en Pocitos trasciende fronteras.
Obes entiende que de los momentos difíciles pueden nacer oportunidades, por eso vive lo que está sucediendo desde su balcón como una actividad que, además de hacerlo feliz durante los fines de semana, genera un momento de encuentro entre la gente. “El show no se trata de mi ni de mi ego como artista, funciona como nexo en un momento en el que se necesita encuentro. Y con lo digital, un poco de imaginación y buena onda se está dando”, concluyó el artista.
Un hombre y un violín
Desde un patio exterior de un edificio de Malvin, el viernes 20 de marzo un hombre y un violín fueron blanco de varios aplausos y celulares que filmaron aquel acontecimiento. Se trató del violinista Edison Mouriño que días después de que el gobierno uruguayo exhortara a la población a permanecer en sus casas quiso “entretener a los vecinos y transmitir paz optimismo”, según cuenta.
El violinista @edisonmourino bajó de su apartamento para hacer un pequeño concierto para los vecinos
— Carla Colman (@CarlaaColman) March 21, 2020
Estas cosas no pasan en las reuniones de consorcio, serían infinitamente mejores. pic.twitter.com/uheQGDfjQV
En momentos donde las sensibilidades se intensifican, Edison siente que la gente está más permeable, emotiva y agradecida y “disfrutan de diferentes maneras lo que un artista les puede transmitir”. Por eso, destaca la excelente respuesta que recibió de sus vecinos entre los que había personas que no lo conocían musicalmente y ahora dicen “tenemos un vecino famoso”, y otros que sí sabían de su carrera musical y fueron los que le sugirieron que tocara públicamente y a distancia para el barrio.
Aunque el violinista afirma que, de ser por él seguiría tocando aleatoriamente para sus vecinos, cree que una vez que la palabra coronavirus deje de sonar y se retomen las rutinas con normalidad, “no hará falta”.
En ese sentido, Rivoir entiende que no hay diferencia entre las propuestas que ahora nacen de los balcones y la de un artista callejero que, se para en una peatonal. "Lo que pasa es que ahora sí estamos dispuestos a prestarle atención porque lo necesitamos para entretenernos, para disfrutar 'algo distinto', para sanar. Estamos abiertos a lo disruptivo”, opina.
En el caso de Edinson lo terrenal precedió lo virtual. Porque después de que los videos de los vecinos que lo grabaron tocando temas como All of me de John Legend se viralizaran, se dispuso a presentarse diariamente en Instagram (@edisonmou) para brindar su concierto.
Edison toca el violín desde los 8 años, trabajó varios años como empleado de un comercio y a sus 50 años decidió hacer de la música su profesión. Ahora, se define como “un tipo optimista, de buen humor" y eso lo manifiesta "a través del violín”.
Lo cierto es que un día y al otro también las expresiones populares se replican y ayudan, aunque sea un rato, a sacar la cabeza de la suma de pensamientos oscuros. Y por estos días, eso no es poco.
El nuevo espacio público
Es posible pensar que para los latinoamericanos -acostumbrados al abrazo, al saludo con beso constante y al mate en algunos casos-, el distanciamiento social pincha bastante más que para culturas como la japonesa o la alemana, por ejemplo. Por eso, la socióloga, docente e investigadora especializada en consumo y políticas culturales, Rosario Radakovich, entiende que fue más propio de la idiosincrasia uruguaya replicar la práctica italiana de cantar en el balcón.
Pero a su vez, Radakovich hace hincapié en la forma en la que los uruguayos se apropiaron de esta práctica. “Porque no es lo mismo que una vecina salga a cantar ópera a que, por ejemplo, salgan Ruben Rada, Laura Canoura o el Fata Delgado con sus ritmos de música popular local ampliamente reconocidos y valorados”, ejemplificó la investigadora. De hecho, la fórmula de los vecinos de Pocitos de salir a las 21 horas a escuchar música festiva adquiere sentido en este contexto porque responde a los gustos, tradiciones y costumbres locales.
El cambio más tajante que trajeron las medidas para prevenir la expansión del coronavirus fue la exhortación a quedarse en casa. Y, a partir de ahí, toda la vida quedó circunscrita en el hogar. Trabajo, entretenimiento, cuidado de los hijos, ejercicio. Todo puertas adentro. En ese sentido, Radakovich identifica que el protagonismo que cobraron los balcones es consecuencia de una reconfiguración radical e impuesta del espacio público y el ámbito privado.
“¿Dónde queda el espacio de convivencia social más allá del núcleo familiar?”, pregunta la socióloga y afirma que, como incluso la interacción mediante pantallas es exclusivo ahora del ámbito doméstico, el balcón surge como espacio físico de “lo público” en el marco de los hogares.
Antes del viernes 13
Para Radakovich, si antes del 13 de marzo –cuando se informó sobre los primeros casos de covid-19 en Uruguay– un músico se hubiese puesto a tocar desde su balcón, la reacción de sus vecinos no hubiera sido la misma que ahora. Porque el espacio público estaba situado y legitimado en los grandes escenarios de la vida colectiva como los parques, estadios, playas, y las instituciones culturales.
Y ahora, subraya la investigadora, “el balcón recrea esos espacios de conexión social y cumple una función de integración y distensión en momentos de alta sensibilidad y de individualización forzada dada la obligación cívica”. “Se trata del efecto gregario de la humanidad en el que la cultura y el arte funcionan como un poderoso instrumento de expresión social de emociones”, explicó.
Siempre hay algún detractor de la cultura que dice que en tiempos de crisis es lo primero que hay que descartar. Pero esta crisis sanitaria y económica demostró todo lo contrario. Desde el aislamiento, afloraron propuestas sonoras desde los balcones y ventanas, que ahora son el espacio de encuentro para paliar el miedo al estar solos.